Películas que en el mercado anglosajón se editan directamente en DVD aquí se estrenan en las salas cinematográficas en un síntoma de colonización cultural evidente. «The River King» es cine rutinario, del montón y, por lo tanto, perfectamente prescindible. En lo profesional no se le puede reprochar nada, porque está bien fotografiada y bien interpretada, pero sigue un desarrollo narrativo tan frío y desapasionado como su misma ambientación en paisajes invernales. Es en el plano estético donde alcanza su mayor nivel, gracias al talento de su operador Paul Sarossy, un consumado técnico canadiense habitual en las creaciones del cineasta de origen armenio Atom Egoyan. Los gélidos escenarios podrían ser perfectamente los de su aclamada «El dulce porvenir», y, de hecho, toda la significación que contiene el relato depende del punto de partida del hallazgo de un cuerpo congelado bajo el hielo.

Esa imagen congelada hace aflorar en el ánimo del investigador policial encargado del caso fantasmas de su niñez que permanecían ocultos en el pasado, recuerdos traumáticos relacionados con el suicidio de su hermano mayor. El realizador inglés Nick Willing, que debutó en el largometraje con «Fotografiando hadas», parece querer imponer aquella vena fantástica dándole a la película un cierto aire de thriller sobrenatural que en ningún momento termina de cuajar. Las dudas que atenazan al personaje encarnado por Edward Burns son más terrenales, a lo que se suma una serie de pistas que rodean la muerte del joven del internado estudiantil con el acoso escolar y el desengaño amoroso. Ni la temática ni el tratamiento resultan originales, sin que el misterio o la sorpresa asomen por ningún lado. Desde el punto de vista psicológico, tampoco se ahonda demasiado en la personalidad del protagonista, en función de un distanciamiento bastante epidérmico y falto de la ironía que exhibieron los hermanos Coen en «Fargo», título que ha convertido la intriga policial sobre la nieve en un género con señas de identidad propias.