El pasado sábado se celebró uno de los grandes clásicos del fútbol mundial: Barcelona-Real Madrid.

El encuentro acabó en un llamativo empate a tres, y a más de uno se le agotaron los calificativos para describir lo visto sobre el césped del Camp Nou. Dicen que fue un «partidazo». Pero el único argumento para sustentar tal afirmación es que hubo muchos goles.

Por esa regla de tres, «partidazos» son los encuentros semanales de fútbol sala con los colegas, que suelen acabar con 15-11 u otros resultados de ese pelo. ¡Ahí sí que hay nivel, y no en el MRA Navarra!

Lo que se vio el sábado en el coliseo barcelonés fue un encuentro entre dos equipos cuyas defensas hacían aguas por todas partes. El Barça apostó por el intercambio de golpes, con la idea de que, a igual número de oportunidades, su delantera -Eto'o, Ronaldinho y Messi- definiría con mayor acierto.

Pero el Madrid, un coladero defensivo, tiene a San Iker Casillas bajo palos. Además, cuenta con un centrocampista de lujo -Guti no goza de grandes simpatías por estos lares pero es un gran jugador-, y a un delantero holandés que conoce su oficio. Al final, reparto de puntos en un partido divertido y emocionante, pero tácticamente bastante mediocre.

Vale, confieso mi pecado y acepto que se me tache de «italiano» en el sentido futbolísticamente peyorativo de la palabra. Pero es lo bueno que tiene el fútbol, que todo el mundo tiene una opinión válida.

Es como el cine o la literatura. Película que marcan con cuatro estrellas, película que un montón de gente se niega a ver porque presupone que será un tostón. Y luego no se pierde una del Steven Seagal partiendo cuellos. ¿Por qué? Porque le entretiene. Pero de ahí a decir que es un peliculón...