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Xabier Oleaga Arondo Ikastolen Elkartea/Partaideko Komunikazio arduraduna

Sobre el batzoki de Errenteria-Orereta

He leído el reportaje referido al Batzoki de Errenteria-Orereta en la edición de GARA del sábado 17 de marzo. Una pena, ver reducido el asunto a una cuestión judicial de ínfimo orden, pero que refleja fielmente el estado de la cuestión en la opinión pública de la localidad. El sistema utilizado por el PNV para legalizar su sede local, el Batzoki, en su momento, no es diferente al que utilizan no sé si todos los partidos del municipio, pero sí algunos. Me parece que la actuación del PNV en este caso no es muy diferente a la que observaría cualquier otro partido en similares circunstancias.

Mucho más interesante me parece el análisis del hecho que se halla en el origen de dicho reportaje: los planes de derribo, que al parecer nadie cuestiona, y que ponen sobre el tapete a mi entender una faceta manifiesta en el municipio: El declive de la influencia social del abertzalismo y del ámbito euskaltzale.

Estamos hablando de un edificio construido en 1932, cuando el movimiento abertzale y euskaltzale de la localidad se hallaba en un estado de manifiesta pujanza. Las características de la construcción hablan por sí mismas de ello. Con el franquismo el edificio fue «enajenado» y con la llamada transición el PNV recuperó su imponente sede. Aún hoy se trata de un edificio con una solidez y vigencia que para sí quisieran muchos de nueva construcción. Tanto que si estuviera ligado al partido en la alcaldía no estaríamos hablando de su derribo sino de su rehabilitación. Estoy convencido de ello.

Hablaríamos de su rehabilitación como emblemática `Euskararen Etxea', o algo similar, si la suerte actual de dicho edificio no fuera expresión fiel del declive de la influencia social del conjunto del abertzalismo y del ámbito euskaltzale en nuestra localidad, no sólo la del PNV. Una sede situada en pleno corazón de la villa, donde pudiera agruparse la actividad de iniciativas sociales ligadas a nuestra lengua y a nuestra cultura que hoy se ven obligadas a sobrevivir míseramente desperdigadas en oficinas situadas en bajeras o cuartuchos donde se hacinan personas, papeles y ordenadores, condenados a actividades ocupacionales de segundo orden, alejadas del estado influyente del pasado.

Sería una manera de resarcir la memoria de aquel puñado de ilusionados conciudadanos que en los años 30 pusieron en marcha el Batzoki. Confiaban seguramente en que las generaciones futuras, más allá de fronteras partidarias, aumentarían el solar heredado, como se ha enseñado tradicionalmente en nuestras familias, y no acabarían dilapidándolo penosamente.

Ojalá estuviéramos a tiempo de retomar el pulso a nuestras profundas carencias. Las elecciones municipales están al caer.

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