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Jon Odriozola Periodista

Semana Santa y botijo

El Concilio de Trento, frente al austero luteranismo, «exteriorizó" la fe católica contra la «interiorización" de la Reforma protestante

Ha dado el clericalismo secular, regular y seglar en quejarse del escaso contenido espiritual de la Semana Santa y el excesivo hedonismo que inspira estas fechas vacacionales en un país tan católico, apostólico y futbolero como España. O sea, que la gente aprovecha para tirar millas y distraer sus ocios en lugar de recogerse en sus «arredrodentros», que decía esa entrañable ladilla cuáquera que era Unamuno.

La Semana Santa, las cofradías ligadas a los gremios feudales con ánimo de asistencia mutua en la enfermedad y la muerte, sobre todo en Sevilla, es una festividad no sólo religiosa, sino también civil. Y esto desde los tiempos de la Contrarreforma. El catolicismo siempre ha sido, diría María Zambrano, más «cachondo» que el protestantismo y no digamos el pietismo o el puritanismo. Comparen sus calendarios y verán que hay más fiestas en aquél que en éste, donde el rosario era el laburo que diría Max Weber. El Concilio de Trento, frente al austero luteranismo, «exteriorizó» la fe católica contra la «interiorización» (de la fe) de la Reforma protestante. En tiempos del Barroco, la Contrarreforma usó las hermandades y cofradías para hacer un «espectáculo» en las calles de la fe católica. Y, por supuesto, un negocio, en especial para los gremios que fabricaban las tallas de madera amén de otros souvenirs para el peregrinaje dizque turistas avant la lettre que dejaban sus maravedís en Compostela, Roma y Jerusalén, que era como ir hoy a París, Londres o Nueva York pero en plan laico, aunque otros nos íbamos a Atenas a ver la infancia de la humanidad, que decía Marx.

Los católicos son iconólatras y los protestantes iconoclastas. Los primeros sacan las imágenes a pasear para que el vulgo las venere, algo más propio del paganismo que del cristianismo, ¿no es cierto? Pero doctores tiene la Iglesia... Sevilla, por ejemplo, capital económica del imperio español en el barroco siglo áureo XVI, fue a menos y, en lugar de mirar hacia el futuro como ya anticipaban los tiempos de la revolución industrial, el racionalismo y la ilustración, se miró el ombligo y, erigiéndose en elegidos de Dios, la oligarquía terrateniente y los curas a su servicio se encargaron de mantenerla en la ignorancia para, por supuesto, mejor dominar a la chusma. Las deidades fueron bajadas del cielo y convertidas en los «pasos» que la tele se encarga de que veamos hoy. Como ya no hay tanto miserable (de miseria, ojo, no de ser un hijoputa), las autoridades se encargan de hacernos creer que eso forma parte de nuestra «identidad», de nuestra «ipseidad» (que para eso estuvo uno en Atenas). Antes se sacaban los iconos para que los sufrientes parias transcendieran su pobreza en el otro mundo y ahora lo llaman «cultura». Por supuesto «popular», porque los aristócratas siempre fueron ateos.

Me gusta el flamenco, el jondo, no esas txorradas de flamenco fusión. Me gusta Machado, Lorca, Vázquez de Sola y Sánchez Casas, los patios, el sol de Antequera, las flores y, por supuesto, los andaluces (como no soy un castizo, no diré ¡y también las andaluzas!). Sobre todo si me dan de beber en botijo, que es lo fetén. La bota de vino la pongo yo.

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