Las cien sillas de La Fundición
Josu MONTERO, Periodista y escritor
B ilbo es un perfecto ejemplo de esa necesidad que parece sentir la urbe contemporánea por convertirse a sí misma en espectáculo. Espectáculo arquitectónico, urbanístico, cultural, comercial, mediático... La ciudad espectacular que debe atraer a los espectadores/turistas y apabullar a sus propios ciudadanos por la vía de la grandiosidad. De ahí precisamente la importancia vital que adquiere lo pequeño, lo que va dirigido al individuo. Significativamente, La Fundición, con sus cien sillas, se enclava justo enfrente del gran Palacio Euskalduna. Separados ambos por la Ría, la reconvertida Ría de Bilbao. En el Euskalduna se entregan el día 16 de este mes de abril los Premios Max, con los que los profesionales del teatro reconocen lo más destacado del año. Y La Fundición, la única Sala Alternativa con que contamos en Euskal Herria, recibirá allí el reconocimiento público a su trayectoria en forma de Premio Max a las Nuevas Dramaturgias.
Tengo para mí que la más valiosa tradición del teatro moderno es esa que nos pone a los espectadores -y a la sociedad- entre la espada y la pared. Y no me refiero sólo a los temas; todos sabemos que el arte es cuestión de formas... pero, claro, no sólo. Pedir riesgo a los grandes teatros públicos o privados es pedir peras al olmo, por mucho que sepamos que el valor estético es ajeno a la ley de la oferta y la demanda. Alguien ha escrito que el espectador que va al teatro no quiere entretenerse, que aunque él no lo sepa su verdadero deseo es otro: espera una revelación. Y estoy convencido que de alguna manera eso es lo que esperan quienes acuden a salas como La Fundi: un teatro que apunte al ser. Un teatro no convencional, sino incómodo; no conciliatorio, sino conflictivo; no al resguardo, sino a la intemperie; no un teatro que te evada de la realidad, sino un teatro que exacerbe la vida. ¡Qué paradoja! Vamos al teatro a salirnos de la realidad para entrar a fondo en ella. Y eso sin salas como La Fundi sería imposible.
El pasado 10 de noviembre La Fundición cumplió veinte años. Y ese tiempo no lo ha empleado en buscar espectadores, sino en hacerlos, en crearlos. Uno de sus empeños es devolver al espectador su perdido status de miembro activo en la aventura teatral. La Fundi es la única vía con que contamos en este país para acceder de una forma no esporádica sino habitual a una programación no convencional de artes escénicas, a estéticas y a éticas que no están concebidas para convertirse en producto. Las cien localidades de La Fundi son el símbolo de una concepción de las artes escénicas ajena a cualquier tipo de rentabilidad; y es que «el arte es aquello que hace que la vida sea más interesante que el arte».