Raimundo Fitero
A imitar
El alma de los verdugos» fue una de esas muestras de las posibilidades que tiene la televisión pública para hacer documentos que no sean simplemente un entretenimiento o una sucesión de acontecimientos. En este trabajo del siempre comprometido Vicente Romero, había una tesis que se desarrollaba de principio a fin. Estaba elaborado en sus más mínimos detalles. Habían muchas horas de rodaje, mucha investigación, de la de verdad, no de la de comprar a los confidentes para que mientan y existían varios planos en la narración. Los hechos, los testimonios y una suerte de tertulia donde aparecía como animador el excelentísimo señor don Baltasar Garzón. El planteamiento era excelente. Sus resultados, también.
Así se debería hacer siempre. Indagar, preguntar, rebuscar, mirar desde un punto de vista específico, seguir hasta el final con todas sus consecuencias. Los verdugos, es decir, los torturadores, los asesinos, eran en su inmensa mayoría funcionarios, policiales o militares, padres de familia que después de cumplir sus macabras jornadas laborales acudían a su casa para jugar con sus hijos, para ir a misa los domingos. Ésta es la realidad, ésta es la gran contradicción, ésa es la gran pregunta, ¿cómo se puede convivir con esas dos personalidades sin acabar en el sofá del terapeuta o ante el mismo suicidio? Se suceden en cascada la perplejidad, la náusea y las preguntas.
Fueron dos horas de televisión densa, comprometida, donde se vertieron tantos conceptos sobre la impunidad, sobre el ejercicio del poder, sobre la corrupción del poder, sobre la violencia institucional, que merecería ser repuesto varias veces más. Sería muy bueno que se mirase con detenimiento porque muchos de los comportamientos que se denunciaban sobre Argentina y sus dictaduras, se detectan muy cerca en los tiempos presentes. La tortura existe, sigue existiendo, y con la misma entereza, con el mismo compromiso, con el mismo punto de vista se puede hacer algo similar, porque siempre es un escándalo los abusos del poder, la pérdida de los derechos cuando son cercenados desde las fuerzas y cuerpos de seguridad. ¿Será posible? Debería serlo, aunque fuera muy amargo. A imitar.