GARA > Idatzia > Kultura

Un lifting para Rosita Waiker y sus hermanos

Se llama Rosita Waiker y, aunque vio la luz en Alemania, ha pasado prácticamente toda su vida en Euskal Herria. Desde hace varias décadas está instalada en el castillo de Donostia, donde estos días, junto a algunos de sus hermanos, se está sometiendo a un lifting.

Este podría ser el arranque de una crónica social de tintes rosas, pero no lo es. Rosita es una bombarda alemana fundida en bronce hace más de 500 años. La propia interesada lo deja bien clarito en el carnet de identidad que, con esmerada caligrafía gótica, luce en su caña y que, traducido al castellano, dice: «Me llamo Rosita Waiker, me hizo Juan Vastenove, esto es verdad, año 1502». Bajo la inscripción, el escudo del entonces condado de Oldemburgo termina de dar fe de su origen. Y la referencia al lifting de Rosita y sus hermanos viene a cuento porque tanto la bombarda como los otros seis cañones que, como ella, custodian desde hace varias décadas el macho del castillo de la Mota de Donostia, están siendo sometidos estos días a un proceso de restauración, como parte de los trabajos que el Ayuntamiento ha emprendido de cara a inaugurar este verano la Casa de Historia de la Ciudad en la misma cima de Urgull.

«Está muy bien, ¿eh?». «Sí, sí, está muy bien». Inclinados sobre un cañón como dos cirujanos sobre un paciente recién operado, el restaurador Giorgio Studer y su colaborador Javier Buselo se congratulan de que el tratamiento que le han aplicado para paliar la corrosión esté dando resultado. «Antes que nada -explica Studer en el antiguo cuartel del macho, convertido estos días en singular hospital de campaña para atender piezas de artillería-, nuestro trabajo consiste en limpiar bien el metal y, sobre todo, eliminar los cloruros, que son los que hacen que, con el tiempo, especialmente el hierro, se deshaga como un pastel de hojaldre. Es importante que la limpieza respete siempre la pátina original, generada por el propio metal y que también sirve como protección. Luego le aplicamos una capa de producto anticorrosivo. En definitiva, lo que hacemos es mitigar en lo posible el deterioro y prevenirlo, o sea, prolongamos la vida de las piezas».

Unas piezas, en este caso de artillería, que, desde que se emplazaron en el castillo en los años sesenta, coincidiendo con la rehabilitación general de Urgull realizada con ocasión del 150 aniversario de la destrucción de la ciudad en 1813, se han mantenido a la intemperie y apenas han recibido cuidados. «El tiempo no pasa en balde; aquí, por ejemplo, hay algunas grietas -el restaurador señala una pieza de bronce de casi cuatro metros de longitud fundida en 1576- y los cañones de hierro tienen tendencia a perder material en la parte de la boca, pero, en general, están muy bien y, tan pronto como terminemos con ellos, volverán a su emplazamiento original, de nuevo a la intemperie, protegidos, como he dicho, por un producto especial. Lo que sí conviene, lógicamente, es que el mantenimiento, que en este caso no se ha hecho durante años, se realice en adelante con cierta periodicidad».

A Rosita le gustan las caricias

La bombarda, no sólo la más grande sino también la más antigua de las piezas en restauración, está particularmente bien conservada. Posando su mano sobre ella, Studer hace notar que a Rosita le gustan las caricias de la gente, aunque lo expresa de una forma, digamos, más profesional: «La grasa humana que se desprende de los dedos contribuye a proteger los metales».

Lo que no les conviene ni a la bombarda ni a los cañones es que se monten encima un montón de personas. «El otro día vi a ocho subidos en Rosita posando para una foto», recuerda Buselo. «Al metal no tiene por qué pasarle nada -dice Studer-, pero si la cureña, muy deteriorada, se llega a venir abajo, mal asunto». Un asunto, éste de las cureñas, que son los soportes de madera sobre los que se asientan las piezas de artillería, del que se están encargando las restauradoras Elena Ibarbia y Paula Casla. Y es que Studer se ocupa del metal y ellas, de la madera. Su trabajo también consiste en limpiar, desparasitar y, en general, proteger la madera.

La mayoría de las cureñas son réplicas, realizadas probablemente en los años sesenta, a partir de modelos antiguos. Son de elondo, un árbol africano de una madera muy apropiada para estar a la intemperie. Pero hay un par de ellas, quizá las más antiguas, que están requiriendo un mayor trabajo. La más espectacular es una con ruedas de 1,20 metros de diámetro. «Es de madera de roble, que sufre mucho a la intemperie -explica Ibarbia-. Soporta un culebrina de bronce del siglo XVI, y no sabemos si es su cureña original o es posterior, que eso es algo que trataremos de documentar antes de concluir el trabajo, pero lo que sí parece es que es antigua, o sea, que no es una réplica de los años sesenta». Otra cureña que está requiriendo mucha atención es precisamente la de Rosita, la que en peor estado se encuentra. «Las piezas de pino que la constituyen están muy deterioradas, aunque tiene también algunas anteriores, de roble. Tendremos que sustituir varias de ellas».

La restauración de las piezas de artillería no es un trabajo fácil. «Incluso desde un punto de vista estrictamente físico es duro», asegura Ibarbia. Studer corrobora las palabras de su colega: «Hay labores, como limpiar el ánima de los cañones, que son especialmente engorrosas, pero es que, además, para mover estas piezas hay que levantarlas con un polipasto. Todo eso complica la tarea y requiere mucho tiempo».

La Casa de Historia de la Ciudad

El lifting al que están siendo sometidos Rosita y sus hermanos es la avanzadilla de la Casa de Historia de la Ciudad, que, si nada se tuerce, abrirá sus puertas este verano en el propio cuartel del macho del castillo que hoy sirve de taller a Studer, Buselo, Ibarbia y Casla. «En los últimos años -recuerda al respecto Agurtzane Garai, técnica del Museo de San Telmo encargada de Urgull-, ese espacio ha acogido muestras temporales durante los meses estivales, y la idea ahora es hacer algo de carácter más permanente. El Ayuntamiento ha sacado a concurso público la exposición sobre la historia de la ciudad y creemos que, aunque con pocas piezas, puede resultar algo atractivo, tanto para el visitante estival como para el donostiarra». Todavía quedan cabos por atar, pero Garai adelanta que, muy probablemente, la Casa de Historia de la Ciudad no abrirá sólo en verano y, por supuesto, a diferencia del antiguo Museo Histórico Militar que ocupó este mismo espacio hasta hace 25 años, su discurso irá más allá de lo estrictamente bélico.

Paradójicamente, uno de los problemas de este cuartel es que, a pesar de estar ubicado en un castillo, es «difícil de defender». De hecho, ésa fue quizá la razón principal por la que el Museo Histórico Militar cerró sus puertas en 1982, tras conocer diversos avatares, incluidos robos de piezas significativas, a lo largo de casi veinte años. Desde entonces, sin embargo, ha llovido mucho y el Ayuntamiento ha decidido probar de nuevo, dentro de un proyecto más general para Urgull, que incluye el adecentamiento de las murallas y otros edificios del monte.

Pero, de momento, «lo que hay» es la restauración de la artillería del macho, que estará concluida en mayo. En realidad, los del macho no son los únicos hermanos que tiene Rosita. La colección de cañones del Museo San Telmo -alojado en un edificio que nació como abadía, pero que a lo largo de la historia ha sido muchas cosas, entre ellas, cuartel de artillería precisamente- está compuesta por más de medio centenar de piezas, la mayoría de las cuales se encuentran en el castillo. Pero esos hermanos de Rosita, al menos por ahora, tendrán que seguir esperando su turno para el lifting.

Martin ANSO

Declaración de (muy malas) intenciones: «siembro la muerte y el gemido»
 
El «carnet de identidad» que Rosita Waiker muestra en su caña no se limita a dar cuenta de su nombre y su origen, sino también, como si no fuera suficientemente obvio, de su oficio. Y lo hace sin ninguna sutileza. En concreto, dice: «Siembro la muerte y el gemido». Sin embargo, los especialistas dudan de que esta declaración de (muy malas) intenciones haya llegado a plasmarse nunca en el campo de batalla, dudan de que Rosita haya sido empleada jamás en combate. En todo caso, sí debió sembrar el gemido entre los artilleros encargados de servirla, pues cebarla requería tal trabajo que su cadencia de tiro no era superior a los cuatro proyectiles por hora y se calcula que para desplazarla de un sitio a otro utilizaban entre diez y doce parejas de bueyes. En el siglo XXI, en cambio, el trabajo de trasladarla al interior del cuartel del macho reconvertido en taller de restauración ha sido reservado a una eficaz fenwick. Rosita fue rescatada del fondo de la bahía de Pasaia en 1937, donde fue localizada fortuitamente durante las labores de reflotamiento de un barco hundido nada más empezar la Guerra Civil. Una de las hipótesis que se barajan es que fue precisamente su peso el que, siglos atrás, obligó a arrojarla al mar para evitar que la embarcación que la transportaba zozobrase. El haber estado sumergida hasta 1937 ha salvado a Rosita, ése es precisamente el secreto de la longevidad de esta vieja dama donostiarra y lo que la convierte en una pieza prácticamente única en toda Europa. Única, porque estas bombardas no se hacían en absoluto en serie y estaban personalizadas hasta el punto de contar, como es el caso, con un carnet de identidad que incluye nombre, apellido y hasta pedigrí. Pero única también porque el valor del bronce era tal que, en cuanto quedaban inutilizadas u obsoletas, eran fundidas para reaprovechar el material. M.A.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo