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Iñaki Lekuona Periodista

El mal menor, el menor de los males

Este domingo, la República desdentada de Francia le sonríe a la democracia. Gracias a un sistema decrépito ideado por el general Charles De Gaulle -qué raro, otra vez un militar-, los ciudadanos de este Estado jacobino tendrán como presidente a alguien que representa a algo menos de la quinta parte de la población. O sea, que diez personas serán gobernadas por alguien que no tiene ni dos apoyos. Fantástico.

Con este sistema de elección directa del presidente de la República, lo que hizo de Gaulle, y no inventó nada, fue obligar a la ciudadanía a elegir en una segunda vuelta al mal menor y así legitimar al presidenciable. Es decir, que para evitar que se visualice el débil apoyo social del futuro presidente, se le suman los votos a regañadientes de los que ya no pueden votar por su candidato. La máxima expresión de ese procedimiento se vivió en las presidenciales de 2002, cuando por sorpresa -relativa- el ultraderechista Jean Marie Le Pen pasó el corte junto con Jacques Chirac dejando en la estacada al socialista Lionel Jospin. Frente al «peligroso» Le Pen, la mayoría prefirió el mal menor, el «ladrón» Chirac.

Lo realmente peligroso de este sistema, disfrazado de procedimiento de consenso, no es el mal menor de la segunda vuelta sino el mal menor de la primera, es decir, el recurso al voto útil. Viendo lo que sucedió hace cinco años, ya hay quien siendo de izquierdas votará la candidatura de Ségolène Royal, con lo que los comunistas, los troskistas, los ecologistas o los altermundialistas verán mermada su representación. Incluso ya hay quien, diciéndose socialista como el antiguo primer ministro Michel Rocard, ha llamado a un voto útil centrista bajo el pretexto de que Bayrou concitará más adhesiones que la candidata del PS.

La V República, más allá de su estructura interna demasiado presidencialista, tiene un problema democrático de base, puesto que ahoga el pluralismo político y coarta el voto. La opinión política en estas condiciones no puede ser libremente expresada. Y si esto es así para la totalidad de pequeños partidos franceses, qué decir de las numerosas formaciones de las naciones sin Estado. Vistas desde este rincón del Pirineo, el mal menor de las presidenciales es el menor de los males. Porque esta V República, que no reconoce más identidad y más cultura que la francesa, es ya un mal en sí misma.

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