Flor María Camacho Torres era vecina de Tutera, aunque trabajaba en una empresa conservera de la vecina Arguedas. Encontró la muerte, a manos de su compañero sentimental, a miles de kilómetros de la tierra que la vió nacer hace sólo 29 años. El hombre que le quitó la vida, Héctor David Morejón, tenía 22 años, y se suicidó tras matarla.

La violencia de género se cobra, en el joven cuerpo de Flor María Camacho, la primera víctima mortal en Nafarroa desde 2005, y por las circunstancias que concurren en la misma bien puede afirmarse que las mujeres de origen inmigrante integran un colectivo de alto riesgo. Antes que la vecina de Tutera, otra mujer ecuatoriana, Dora Angulo, murió apuñalada por su pareja en Antsoain, y una mujer colombiana, Argelis Romero murió a golpes de su compañero en Orkoien.

Flor María no había denunciado al hombre que la mató. Pocas mujeres inmigrantes lo hacen. De una parte, porque su situación no aconseja siempre acudir a una comisaría donde la presencia de una persona inmigrante sirve para «actualizar expedientes», lo que agudiza los temores y el sentimiento de indefensión de estas mujeres; y de otra, porque las inmigrantes viven en un entorno comunitario que no ve con buenos ojos la denuncia a «un compatriota».

Flor María Camacho vivía en un piso en el que compartía alojamiento con varias parejas inmigrantes. Ese era su universo cotidiano, con lo que ello tiene de positivo, cara a contar con el respaldo afectivo de personas con unas referencias vitales comunes, y de negativo, en cuanto a la dificultad de vivir precisamente fuera de las pautas de comportamiento de comunidades que no siempre se caracterizan por dar un trato de igualdad a la mujer. No puede obviarse esa situación de riesgo añadido que padecen las mujeres inmigrantes, y cabe requerir que se tenga en cuenta a la hora de diseñar políticas de inmigración. Informar a las mujeres extranjeras de sus derechos es tan prioritario como tejer junto a ellas una red de solidaridad.