Floren Aoiz Escritor
Una arrogancia fuera de lugar
La derecha ha tendido siempre a la arrogancia. El poder, sea económico, político o de otro tipo, da aire de superioridad, y también «nuestra» derecha hace gala de una insultante arrogancia. Por alguna razón el PNV está llevando en las últimas semanas esa arrogancia al extremo, buscando ofender a las mujeres y los hombres de la izquierda abertzale. Han sido muy duras las declaraciones de sus líderes en los mismos días en que los últimos detenidos denunciaban torturas espeluznantes, y el respaldo que este partido está ofreciendo a las medidas adoptadas por el Gobierno español para impedir la existencia legal de la izquierda abertzale resulta muy clarificador. Ya nos vamos acostumbrando a que el partido liderado por Imaz parezca más una subcontrata del PSOE que un agente político autónomo, pero el aire barriobajero de numerosas declaraciones de los dirigentes jeltzales invita a una reflexión sobre la trayectoria de un partido que suele enseñar a la izquierda abertzale unos dientes que nunca se ha atrevido a insinuar ante Madrid.
Estamos hablando del PNV que prefirió colaborar con los servicios de secretos de EEUU, principal aliado y sostén de Franco tras la segunda guerra mundial, que enfrentarse frontalmente a la dictadura. A posteriori ha presentado esta actitud como un valiente compromiso con la no violencia, pero lo cierto es que esa decisión sirvió para prolongar el franquismo. Así lo percibieron quienes al margen del PNV decidieron plantar cara al franquismo con todos los instrumentos a su alcance. Más tarde, el PNV hizo su elección, dejó de lado la exigencia de ruptura con el franquismo y optó por participar en una transición liderada por los franquistas. Argumentan que en Txiberta el PNV fue valiente y se atrevió a desafiar a ETA, empeñada en imponer su voluntad por la fuerza, pero esa supuesta valentía era más bien sumisión ante el Estado español, y la decisión del PNV contribuyó a prolongar treinta años un conflicto que pudo encaminarse entonces por otros derroteros.
De la valentía del PNV hemos tenido muchas pruebas después, por ejemplo cuando puso palos en la rueda a las conversaciones de Argel o cuando hizo encallar el barco de Lizarra-Garazi. ¿No sería mejor que guardaran la arrogancia para sus reuniones en la Moncloa, sus comidas con financieros o sus reuniones a escondidas con los líderes del PP?