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Experimento en el Arriaga: La aventura de un viaje de iniciación al arte del teatro

Dejar las carpetas, las mochilas, los lápices y los números en casa. Hoy no hay matemáticas, nos vamos al teatro. El Arriaga nos promete una aventura, «un viaje de iniciación por el arte del teatro».

Alumnos de cuarto, quinto y sexto de las escuelas de Atxuri, San Inazio y Arangoiti fueron ayer los afortunados, pero todos los días, desde el pasado lunes y hasta el 26 de mayo, cientos de estudiantes, de entre 7 y 12 años, se desplazan en horario escolar para ver «Aventura en el teatro», una producción propia y experimental del Arriaga ideada y coordinada por Lluís Pasqual.

El espectáculo comienza en la calle, en el exterior del teatro. La función de hoy es en euskara -lo son la mayoría- y Aniceto Alfabeto recibe a los niños subido a un escenario móvil, hablando sin parar. Cuando canta, desafina y el público sonríe. El espectáculo del grupo Hortzmuga -cuyo texto ha escrito Julen Gabiria- avanza hacia la entrada del teatro y los escolares le siguen, aunque se les ve distraídos. ¿Demasiado texto? La acción continúa en el vestíbulo, donde los personajes sugieren posibles cuentos. Después, Hammelin coge su flauta y se lleva a los niños hacia el interior del teatro.

Emociones

Ahora sí que parece que va a comenzar la aventura. Atravesamos una puerta y... ¿dónde estamos? Parece el escenario. Sí, son las tripas del teatro, que a su vez cuenta con una extraña escenografía. Nos sentamos en el suelo, aunque algunos afortunados pillan un neumático a modo de asiento, mientras los cuellos se estiran para apreciar la altura del techo. Aparece una cara conocida. Muy conocida. José Ramón Soroiz, rostro televisivo donde los haya, es un relojero en esta otra historia dirigida por Fernando Bernués. Nos explica que estamos en un museo, en el Museo del Tiempo. Hay otro personaje, un señor que trabaja en las alcantarillas, y al que muchos identifican rápidamente: «Txan Magoa». Sí, es Santiago Antero. Sigue adelante la acción, y a los niños no se les ve entusiasmados. Pero luego llega la parte audiovisual y, por fin, la cosa se pone emocionante: aparecen los malos, hay persecuciones, los críos se mantienen alerta. Y entonces se baja el telón. Pero la aventura sigue: accedemos al patio de butacas. Y... ¿qué pasa aquí? No hay asientos, sólo una gran cama que se mueve y que, pronto lo comprendemos, es un barco de piratas. Comienza la tercera parte, «El sueño de Jone». En la cama, nuestra protagonista duerme y tiene pesadillas. Los piratas se enfrentan al principal enemigo de la niña -el miedo- e invitan a los espectadores a superar varias pruebas. Pero estos no parecen estar por la labor. Hace calor y están inquietos. De pronto, algunos se agobian y salen agitados, seguidos en tromba por otros compañeros. Dicen que hay humo y que no pueden respirar. Los profesores, alucinados, les calman, les dan agua y les invitan a volver a entrar. Ahora están más tranquilos. Son los riesgos del directo. «No hemos echado nada, ha sido una paranoia -dice Lluís Pasqual-. No sé que les pasa hoy. Los de ayer estuvieron entusiasmados, haciendo coros y todo». Bueno, la accidentada función llega a su fin y hay opiniones para todos los gustos. «Me ha gustado, me lo he pasado bien», dice Jorge, de San Inazio. «Lo mejor, lo de las olas», señala Mikel. «Yo me he aburrido. No me gusta el teatro», asegura Javier.

Lo que está claro es que «La aventura en el teatro» no es una propuesta al uso. Quien quiera participar en el «viaje iniciático» que propone el Arriaga aún está a tiempo: quedan 80 funciones y las de los viernes y sábados son abiertas al público.

Karolina ALMAGIA

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