Minorías rusas en las repúblicas bálticas
Ira rusa tras la retirada de un monumento soviético en Estonia desencuentros recientes
Al desmontar el monumento en homenaje al Ejército que más se fajó hasta la muerte por liberar a Europa del yugo fascista, el Gobierno de Estonia ha echado sal a las cada vez más cicatrizadas heridas del gigante ruso y ha dado una excusa a su minoría en la república báltica para mostrar su malestar social en los incidentes más graves desde que recobró la independencia (un muerto, decenas de heridos y cientos de detenidos). Moscú amenaza con sanciones.
Dabid LAZKANOITURBURU
Rusia reaccionó con virulencia a a la retirada del centro de la capital de Estonia de un monumento a los soldados soviéticos de la Segunda Guerra Mundial y llegó a amenazar con una ruptura de las relaciones diplomáticas con esta república báltica.
El desmontaje a última hora del jueves del monumento, situado en una plaza céntrica de la ciudad medieval de Tallinn, provocó una ola de protestas protagonizadas por jóvenes pertenecientes a la minoría rusa que se saldaron con un muerto, 43 heridos y 300 heridos, en los enfrentamientos más graves que se han registrado en Estonia desde que recobró su ansiada independencia, en 1991.
El Gobierno estonio informó del traslado del monumento, que muestra en su centro a un soldado del Ejército rojo esculpido en bronce, a un lugar secreto, distinto del previsto.
Rusia considera este monumento como un memorial en honor de los que vencieron al fascismo, en su versión nazi, mientras el Gobierno estonio ha justificado su retirada al considerarlo un escarnio del medio siglo de ocupación soviética.
El ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, tildó la retirada del monumento con el apelativo religioso de «blasfemia» e insistió en que el Ejecutivo estonio «ha escupido sobre este tipo de símbolos»
«Por lo que toca a las relaciones bilaterales, es el Gobierno estonio el que ha elegido que estas sean anormales», añadió.
El Consejo de la Federación Rusa, Cámara Alta, fue más allá y adoptó por unanimidad una resolución en la que exige la ruptura de relaciones con Tallinn. «Hay que acabar con las ofensas a los muertos de la Segunda Guerra Mundial», señaló el promotor de la iniciativa y presidente del Consejo, Sergei Mironov, líder de Rusia Justa, una formación de «izquierda» que responde a un intento dirigido por el Kremlin para establecer un modelo bipartidista en el país. Pero no hay duda de que la posición del arco político ruso en torno a esta cuestión es prácticamente unánime.
La Duma (Cámara Baja) propuso la prohibición de entrada a Rusia a los líderes estonios y varios diputados esgrimieron la amenaza de sanciones económicas contra Tallinn, que depende en gran medida del suministro ruso de gas y petróleo.
Todas estas medidas son prerrogativa, en todo caso, del presidente ruso, Vladimir Putin.
Cuestión fronteriza
En su segunda legislatura, y coincidiendo con la entrada de las tres repúblicas bálticas a la OTAN, Putin ha resucitado un litigio fronterizo con Estonia cuyos líderes, pese a proponer la «cesión» a Rusia del 5% de su territorio «histórico», han alimentado la confrontación aludiendo a la agresión soviética con motivo de la anexión por parte de la URSS de las repúblicas balticas.
Esta anexión, en 1940, fue parte del acuerdo entre la Alemania Nazi y la URSS de Josef Stalin, acuerdo que se conoció como Pacto Ribbentrop-Molotof, en referencia a los jefes de la diplomacia de ambos países.
La Operación Barbarroja, término con el que Hitler bautizó a la conquista de la URSS, arrancó meses más tarde y fue frenada por los rusos en torno a Stalingrado. Ahí comenzó la contraofensiva del Ejército Rojo que recuperó todos sus territorios y reocupó las repúblicas bálticas, entonces en manos de gobiernos locales títeres pro-nazis.
Minoría rusa irreductible
Estonia, que cuenta con 1,4 millones de habitantes, alberga a una minoría rusa del 34% de la población. Parte ha accedido a participar en un proceso de naturalización -que pasa por el aprendizaje de la lengua estonia, emparentada con la familia ugrofinesa-, animada sin duda por las expectativas en torno a la adhesión a la UE.
No obstante, 160.000 miembros de esa minoría se niegan a participar en ese proceso para adquirir la nacionalidad estonia. Tampoco piden la nacionalidad rusa, aunque se benefician de poder cruzar la frontera sin problemas al vecino país.
Concentrada en el este fronterizo, está presente en buena parte del país, incluida la capital, donde muchos de ellos se sientes discriminados y marginados económicamente.
La sucesión de agravios -letones que hacen pagar a la minoría rusa por una presencia soviética interpretada en su día como pura dominación rusa- es característica en este tipo de situaciones. Y todo apunta a que los miles de jóvenes que salieron a las calles de Tallinn para protestar por la retirada de la estatua canalizaron así su ira por su falta de expectativas.
La Policía estonia no dudó en reprimir con dureza estas protestas aunque aseguró que la única víctima mortal lo fue de herida de arma blanca y el Gobierno estonio, cual un Sarkozy ante la revuelta de las banlieues, calificó de bárbaros a los jóvenes, poniendo el acento en los sabotajes contra tiendas y edificios protagonizados por grupos de manifestantes.
Manipulación a dos bandas
Conocida es la tradición del Kremlin y su política de usar y tirar a este tipo de minorías como quintacolumnas de sus intereses en su extranjero cercano.
Paralelamente, el Gobierno estonio, que hace escasos días propuso ni más ni menos equiparar «los crímenes nazis con los estalinistas», alimenta este tipo de polémicas en un intento de desviar la atención de los problemas reales del país.
Tiene para ello un buen maestro en la Rusia de Putin, que hace todo menos apagar el resquemor de los países bálticos y de otros pueblos al incidir interesadamente en la versión patriótica panrusa de aquella guerra de liberación contra los nazis.
Putin, que presidirá el 9 de mayo el aniversario de la victoria en la Gran Guerra Patriótica -término acuñado ciertamente por el propio Stalin- sacó ayer a sus juventudes, Nachi (Los Nuestros) para protestar ante la embajada de Estonia en Moscú.
El presidente de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, René van der Linder, deploró la decisión de retirar el monumento. Creado en 1999 con el objetivo de favorecer «la democracia en Europa», agrupa a 46 miembros, entre ellos a los dos concernidos por la crisis.