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CRíTICA cine

«Borrachera de poder»

Mikel INSAUSTI

Fiel a su fama de fino catador, Chabrol envejece tan bien como los buenos vinos, aunque una película tan suya como «Borrachera de poder» solamente es apta para los paladares cinéfilos más selectos. Hay que ser muy chabroliano para seguirle el juego en esta ocasión, y quien espere ver una película sobre la corrupción, tal como es tratado el tema estrella de la actualidad en los noticieros, puede salir del cine escaldado. Para el que fuera el niño malo de la «nouvelle vague», el circo mediático que se monta alrededor de los repetidos escándalos financieros con ramificaciones políticas, ya sea el caso Elf o cualquier otro imaginable, no deja de ser un pretexto ideal para afilar su cuchillo crítico y abrir en canal el cuerpo putrefacto de una clase dirigente que apesta por todos lados. El viejo zorro no se ha dejado impresionar por los poderosos de la capital, a los que retrata con igual desdén que a sus habituales mediocres burgueses de provincias, porque a su parecer son unos miserables que no merecen mayor atención desde un punto de vista humano.

Resulta imposible ver «Borrachera de poder» con ojos convencionales, ya que, como crónica de un caso de cobro ilegal de comisiones, no contiene información objetiva coherente, si lo que se pretende es saber quién merece ir a la cárcel dentro de una trama que implica por igual a empresarios y cargos políticos. Evidentemente a Chabrol le importa un rábano la identidad final de los culpables de haber cometido un fraude fiscal, porque la cadena del delito económico nunca se detiene, y de hecho los que están detrás del grupo empresarial llevado a juicio ya se encargan de crear otra nueva sociedad totalmente limpia de polvo y paja para volver a empezar con las malversaciones. Chabrol no pierde el tiempo contando nada que ya no se sepa, así que apunta al problema del poder en sí mismo para relacionarlo directamente con la naturaleza corruptible de las personas.

Lo más difícil es saber dónde termina Chabrol y dónde empieza Isabelle Huppert, que como cómplice perfecta del malicioso cineasta no tiene precio. El personaje de la juez de instrucción que interpreta con tanta frialdad es la clave de la película, porque la protagonista establece un pulso de poder vital para entender lo que se siente cuando se ocupa un cargo estratégico. Por un momento, ella experimenta el placer de medirse con delincuentes de alto standing, al gozar de una superioridad sobre el nuevo rico venido a menos, debido a esa imagen populista de inmensa y merecida derrota que transmiten los famosos esposados. Un triunfo que se revelará cruelmente efímero y estéril, en cuanto esta mujer vocacional compruebe que el poder que le concede la judicatura es siempre limitado y sujeto a control, y que todos sus desvelos no bastan para llegar hasta el fondo del asunto. Harta de amenazas, de rodearse de guardaespaldas, de sacrificar su vida personal, concluirá su aventura de abnegada justiciera con un sonoro y rotundo «¡que les den!». La demoledora frase lo explica todo. Chabrol dicta sentencia a través de ella y condena a muerte a la ambición desmedida, que es el cáncer del mundo desarrollado. La juez Jeanne Charmant Killman era una mujer sencilla, más bien austera, a la que su enfrentamiento con los adictos al poder llegó a contagiar de ese virus perverso, sin darse cuenta de que no hay manera de romper con la oscura escala de mando, pues por encima de su inmediato superior está otro que da las órdenes en la sombra pero que tampoco es el jefe máximo...

Ficha

Director: Claude Chabrol.

Intérpretes: Isabelle Huppert, François Berléand, Patrick Bruel, Marilyne Canto, Robin Renucci, Thomas Chabrol, Jean-François Balmer, Pierre Vernier, Jacques Boudet, Philippe Duclos, Roger Dumas.

País: Estado francés. 2006.

Duración: 110 minutos.

Género: Thriller.

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