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Jesús González Pazos Responsable del Area Indígena de Mugarik Gabe

La partidocracia, en cuestión

El modelo político occidental, fundamentado en la democracia representativa, basa su funcionamiento en los partidos como elemento esencial, y casi único, de elección, estructuración, dirección y gestión del Estado. Así, desde el siglo XIX, tanto en Europa como en Norteamérica, este modelo se desarrolla ampliamente, penetrando en el inconsciente colectivo como el único modelo factible de democracia.

La globalización neoliberal enfrenta como reto la extensión mundial de este modelo político y social, aunque la razón de ser de los partidos políticos ahora pierda gran parte de su base constitutiva y poder en una traslación de este último hacia las fuerzas de mercado. El Estado neoliberal pierde paulatinamente campos de actuación, quedando relegado a mero gestor de los dictados de los intereses económicos. Sin embargo, también en esa nueva estructura y reparto de poderes, los partidos políticos conservan su esencia de pilar fundamental del modelo político.

En América Latina el fin de la época dictatorial, donde las juntas militares sometieron ampliamente hasta los ochenta la práctica totalidad de la vida política, social y económica de los estados, abrió nuevamente el panorama al dominio de los partidos. Con características propias, como la preeminencia del caudillismo en las estructuras partidarias, o el clientelismo en el reparto de prebendas, pero asumiendo en plenitud la democracia representativa como único modelo posible. De esta forma, las élites controlarán absolutamente el discurso y la acción, la teoría y la praxis de los estados, fundamentando su predominio en sí mismas y en la marginación y exclusión de las mayorías. A éstas se las confina, en el mejor de los casos, a emitir su voto periódicamente como elemento legitimador del sistema, aunque no exista comprensión de los programas o se produzca una absoluta dejación de los mismos una vez alcanzadas las cotas de poder correspondientes.

Este es el esquema básico que dominará las últimas décadas, con una constante dejación de los principios político-ideológicos sobre los que, en teoría, se fundamentan los partidos. En este marco se difuminará paulatinamente cualquier cuestionamiento al sistema político y económico dominante, de corte neoliberal, y la diferencia entre los distintos partidos no irá más allá de meros matices en algunos campos de actuación. Incluso se concluirá entendiendo como normal las alianzas entre fuerzas aparentemente opuestas, siempre en aras, y bajo la justificación, de la gobernabilidad necesaria para el progreso de la nación. De este tipo se han dado infinidad de ejemplos en países como Ecuador, Bolivia, Venezuela...

Sin embargo, los últimos años, casi la última década, está cuestionando en sus raíces este modelo y la preeminencia de la llamada partidocracia. Cada vez más las fuerzas sociales desarrollan un discurso contra-hegemónico que deslegitima plenamente el papel asumido por el sistema basado en los partidos políticos y en la democracia representativa, para asentarse sobre una verdadera democracia participativa que amplíe los horizontes y las capacidades de intervención de los diversos actores socio-políticos (sindicatos, pueblos indígenas, mujeres organizadas, cooperativistas, asociaciones diversas, movimientos....).

Retomando a los tres países americanos antes citados, y reconociendo de antemano las carencias y/o debilidades que se pueden estar operando, éstos se constituyen hoy como otros modelos posibles a explorar en la garantía de una mayor participación de las mayorías históricamente excluidas y en la ruptura con ese sometimiento al partidismo tradicionalmente entendido.

Así, Venezuela fracturó ya hace años el modelo partidista y condenó a una oposición casi irrisoria a quienes habían controlado la vida del Estado durante décadas en base únicamente al bien propio, a la corrupción y al clientelismo político. Se podrá denostar, por parte de aquellos acérrimos defensores del modelo neoliberal, la vía emprendida por este país, pero hay que recordar precisamente que es en la elección democrática donde las mayorías venezolanas están permanentemente reiterando la apuesta por un nuevo modelo. Y esto no sólo a través de las sucesivas elecciones, sino también mediante los procesos de descentralización y la alta participación en consejos locales y asambleas de ciudadanos y ciudadanas como práctica permanente de democracia participativa.

Más recientemente Bolivia acaba igualmente con décadas de aplicación de medidas del neoliberalismo más ortodoxo y la consiguiente esquilmación de los recursos naturales del país, traspasados a precio de saldo a transnacionales de todo tipo. Y con ello la condena que supone a la población sometida a los índices más altos de pobreza y pobreza extrema del continente. Las organizaciones nacionales indígenas y campesinas construyen el instrumento político que, dirigido desde las mismas, ganará las últimas elecciones por el mayor margen nunca dado en su historia, llevando a la presidencia a un dirigente indígena. Hoy la oligarquía y otras fuerzas defensores de la partidocracia siguen atrincheradas en los partidos tradicionales, pero en una debilidad cada vez mayor.

Y por último, en Ecuador, recientemente gana las elecciones una candidatura al margen de las estructuras partidarias tradicionales, así como el más reciente referéndum para el establecimiento de una Asamblea Constituyente que refunde el país, pese a la oposición frontal de los partidos políticos del sistema.

Así, América Latina hoy se erige en un escenario de ruptura con la tiranía de la partidocracia y demuestra que otros sistemas políticos, económicos y sociales pueden ser factibles, en los que la democracia participativa ocupe aquel espacio preponderante que los partidos políticos en la democracia neoliberal le han negado sistemáticamente a fin de no perder su poder y prerrogativas.

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