Mikel INSAUSTI

En “L.I.E.” Michael Cuesta exploraba las relaciones entre menores y adultos con todas las consecuencias, sin ahorrarse matices sexuales para derribar prejuicios dentro del debate sobre dónde empiezan y dónde terminan los abusos. Su segundo largometraje también aborda el tema, pero “El fin de la inocencia” lo hace de forma más tangencial, a través del caso de una niña precoz que descubre su sexualidad e intenta sustituir la figura del padre ausente mediante un romance imposible con un mayor de edad. Es una de las integrantes de un grupo de preadolescentes a los que el título original de la película sitúa en los doce años, y como quiera que todos sin excepción tienen graves problemas de identidad el entramado de relaciones se complica en exceso. Se produce una inevitable dispersión, pese a que los personajes están bien perfilados, debido a que los conflictos generacionales derivados de las relaciones paternofiliales provocan situaciones confusas. Los maduros se comportan como niños y los pequeños tienen preocupaciones y padecen traumas impropios de su corta experiencia en la vida, lo que explicaría el manido título elegido por los distribuidores.
Existe un cine independiente que también está lleno de tópicos, y si la tipología “freak” en origen representaba rasgos diferenciadores, la verdad es que ya no nos resultan tan raros. El trauma psicológico del protagonista es el del gemelo acomplejado porque el otro es el perfecto, el preferido de papá y mamá, hasta el extremo de que nunca podrá llenar el vacío dejado por su irreparable muerte. Es su madre la que le inculca un ánimo de venganza irracional, que le empujará a matar al niño que pagó con el ingreso en un correccional por algo que en realidad fue un accidente. Sus amigos no le van a la zaga, con el gordito que casi mata a su madre al dejarse el gas abierto, ya que la culpa de su obesidad congénita. A Michael Cuesta se le va la mano en su intento de hacer un drama adulto, juntando demasiados niños de existencia torturada.