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La OMS pospone la eliminación de las últimas reservas

La viruela se erradica pero no se destruye

La enfermedad de la viruela se erradicó del planeta en 1980, tras causar millones de víctimas durante siglos, pero no así su virus, algunas de cuyas cepas se guardaron en dos laboratorios de EEUU y Rusia. La OMS discute desde hace diez años su destrucción total, pero como ha vuelto a suceder esta semana, la decisión se pospone por miedo al bioterrorismo.

Joseba VIVANCO

Era el 14 de mayo de 1796, cuando un cirujano inglés de nombre Edward Jenner tomó una muestra de pus de una pústula de la mano de Sarah Nelmes, una ordeñadora infectada por la viruela vacuna o cowpox -menos grave que la humana- de su vaca lechera ``Blossom'', y se la inoculó a James Phipps, un muchacho de ocho años con buena salud, practicándole dos incisiones superficiales. Aquello le provocó fiebre y algo de malestar, pero no una gran enfermedad. Más tarde, inyectó al menor la viruela que en la época afectaba a los humanos de medio mundo y no se contagió. Así es como Jenner descubrió la primera vacuna de la historia y cuyo nombre proviene precisamente de `vaca', haciendo referencia al papel que tuvieron en su descubrimiento. Pero dio también con la futura solución a una epidemia, la viruela, que no se erradicó de la faz de la tierra hasta el 8 de mayo de 1980, día en que la Organización Mundial de Salud (OMS) así lo declaró, tras el último caso natural registrado en Somalia cuatro años antes -en 1988 hubo dos contagios pero en un laboratorio-.

Desde entonces, y después de haberse convertido en la primera enfermedad «eliminada' en el mundo -la próxima se anuncia para este año o el siguiente, la polioemilitis-, sólo se conocen dos reservas del virus guardadas bajo siete llaves en sendos laboratorios: 450 cepas en Atlanta (EEUU) y 120 en la ciudad siberiana de Koltsovo (Rusia), congeladas a 60 grados bajo cero y en trozos de tejido humano infectado. Desde hace años, la OMS discute en su Asamblea General anual la fecha de la destrucción total de estas muestras, algo que se pospone con cada debate. Esta semana, en Ginebra, no ha sido la excepción y aun cuando todos los países parecen estár de acuerdo en hacerlo, el temor al llamado bioterrorismo ha vuelto a ser el argumento esgrimido por algunos, como EEUU, para prorrogarlo por enésima vez. De momento, no será hasta 2011 cuando se decida la fecha definitiva de su destrucción.

El argumento del bioterrorismo

La resolución adoptada defiende que «podrían existir reservas desconocidas de virus variólico vivo y su liberación deliberada o accidental sería catastrófica para la comunidad mundial». Esta justificación cobró fuerza a raíz del atentado en Nueva York en setiembre de 2001, pero el hecho es que antes de aquello tampoco se había llegado a un consenso sobre la eliminación de las cepas conservadas.

En su resolución de 1996 se recomendó por primera vez que las reservas del virus variólico vivo que la OMS conservaba desde 1984 fueran destruidas en 1999. Ese año, se acordó una conservación temporal que no fuera más allá de 2002, algo que volvió a incumplirse. Es más, en 2005, la propia OMS habló por primera vez de ampliar el número de vacunas existentes en el mundo e incluso abrió las puertas a estudiar si permitir el manejo del virus para fabricar fármacos.

Hoy, esas cepas celosamente guardadas se utilizan para observar el comportamiento del virus en modelos animales, desarrollar medicamentos antivirales y análisis de la interacción de la variola junto a otros virus.

Precisamente, una de las principales preocupaciones de quienes exigen la destrucción inmediata de esos restos, es el interés manifestado por EEUU de manipularlos genéticamente. En 2005, una alianza internacional de ONG lanzó una campaña para reclamar a la OMS el rechazo a las propuestas que permitirían la ingeniería genética en la viruela y que confirmase que todas las reservas remanentes del virus se destruyeran en un plazo de dos años. Sólo la primera demanda se mantiene vigente.

Liberar este virus, accidental o deliberadamente, desembocaría en una catástrofe sanitaria sin precedentes. Después de más de veinte años sin inmunizar, prácticamente toda la población mundial es sensible al virus. Se estima que si diez personas se infectaran hoy, en apenas medio año los enfermos podrían llegar a más de dos millones de personas, teniendo en cuenta que su tasa de mortalidad alcanza el 30-40% en no vacunados y que estamos ante un virus fácimente contagiable y muy resistente fuera del cuerpo humano.

La más devastadora de la historia

Estamos ante la más devastadora de las enfermedades en la historia de la humanidad, que afectó a la décima parte de la población mundial. Algunos historiadores piensan que la viruela apareció por primera vez en el momento en que el hombre dejó de ser nómada, hace unos 10.000 años. Pero la primera prueba tangible de la existencia de la viruela viene de las momias egipcias pertenecientes a la XVIII dinastía (1580-1350 A.C.) y la del faraón Ramsés V (1157 A.C.). Por otro lado, las primeras descripciones conocidas de la enfermedad no se realizaron hasta el siglo IV en China y el siglo X en el sudeste asiático.

En Asia, donde dominaba la variola mayor, las tasas de mortalidad promedio eran del 20%, pero se elevaban al 40% o al 50% en niños menores de un año. En Europa, a fines del siglo XVIII, unas 400.000 personas morían de viruela cada año, y un tercio de los supervivientes quedaban ciegos. La viruela fue importada en Occidente sólo a principios del siglo XVI. No menos de cinco reyes murieron de viruela en el siglo XVIII. Incluso esta enfermedad alteró la línea de sucesión de los Habsburgo cuatro veces en cuatro generaciones.

La llegada accidental de marinos infectados a Méjico en los barcos de Hernán Cortés en 1520 influyó seguramente en las decisivas victorias sobre los indígenas, acabando literalmente con tribus amerindias y ocasionando, junto a otras enfermedades, el aniquilamiento de los imperios Azteca e Inca.

En 1967, la OMS se conjuró contra la enfermedad y distribuyó hasta 465 millones de dosis de vacuna en 27 países. En el Estado español, el último brote de viruela ocurrió en 1961 en Madrid. Una niña y un familiar, recién llegados de la India, fueron los casos índices; fueron inoculadas más de un millón de personas en la comunidad madrileña.

Las poblaciones vascas tampoco han sido ajenas a la historia de esta epidemia de orden mundial. La mejor muestra de cómo se manifestó la ofrece el estudio ``La epidemia de viruela en Lequeitio (1769)'', de Francisco Feo Parrondo, geógrafo de la Universidad Autónoma de Madrid, y publicado en la revista ``Ingeba''. Catorce de los más de 350 vecinos afectados fallecieron aquel invierno.

«En un barrio llamado Arranegui entre gente pobre y poco aseada que habitaba en bodegas o habitaciones húmedas, una fiebre que según sus caracteres puede llamarse pútrida-ardiente-maligna-pestilencial», describe la aparición de la enfermedad en aquel año el médico alavés José Santiago Ruiz de Luzuriaga. A finales de 1760 se procede a las primeras inoculaciones en las poblaciones vascas, a un total de 1.226 niños. Incluso hay citas de que la primera se efectuó el año 1771 en Lekeitio, donde se ensayó en ocho jóvenes de Ibarrangelua. El proceso se acentuó tras la cruel epidemia que afectó a Gasteiz los años 1783 y 1784, siempre entre contradiciones, ya que el poder religioso se enfrentaba a la vacuna.

Dejó de vacunarse en los setenta

Hoy, la viruela es una «enfermedad liquidada» para los sistemas sanitarios, como constata Txema Arteagoitia, epidemiólogo y responsable de Vigilancia y Promoción de Salud Pública del departamento de Sanidad de Lakua. En la década de los setenta la vacuna contra la viruela desapareció del calendario vacunal. «Es cierto que aunque nuestra generación esté vacunada, tampoco sabemos el nivel de inmunidad, porque el no tener contacto con el virus salvaje nos hace desconocerlo. Nos pasa ahora que tenemos altas tasas de vacunación frente a otros virus, pero la vacuna se refuerza con la inumidad natural a raiz del contacto con el virus salvaje».

Arteagoitia apunta que «para un médico joven, resultaría hasta difícil hoy tener que distinguir entre varicela y viruela». Aun así, todavía queda mucha gente a la que las marcas cutáneas típicas de la viruela le siguen recordando aquella enfermedad. «Sí habrá personas que la pasaran, pero tiene que ser gente mayor. Yo creo que gente de menos de cincuenta años prácticamente nadie la habrá pasado, porque estaban correctamente vacunados en principio», aclara.

Los niños «galleguitos» que portaron la vacuna hasta el continente americano

Un médico catalán, Francisco Balmis, fue el encargado de liderar una de las campañas sanitarias más aplaudidas de la historia. Se trataba de idear un sistema para llevar la vacuna al otro lado del Atlántico, algo que resultaba imposible debido a que los viajes duraban más de un mes. El 30 de noviembre de 1803, 22 niños expósitos coruñeses, los `galleguitos', fueron embarcados rumbo a América. Dos de ellos fueron expuestos a la enfermedad de la viruela bovina y durante el viaje contagiaban «brazo a brazo» a otros dos y así sucesivamente, hasta llegar a América y proceder a la inoculación generalizada. J.V.

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