crisis en oriente medio
La tragedia de Líbano revive en los campos de refugiados palestinos
Escenario habitual, para desgracia de sus habitantes, de la pugna por el control de la región, Líbano vuelve estos días a sumergirse en sangre. Y lo hace en medio de la incursión de un nuevo actor, el islamismo armado, que encuentra un caldo de cultivo ideal en los inhumanos campos de refugiados palestinos, convertidos ahora en objetivos militares del Gobierno pro-occidental de Fuad Siniora. La doble tragedia está servida. Duele en el alma pero no sorprende.
Dabid LAZKANOITURBURU | DONOSTIA
Con el retumbar del fuego artillero, el Ejército libanés reanudó ayer por la tarde -tras una tregua de escasas horas- y por segundo día consecutivo su ofensiva contra el campo de refugiados palestino de Nahr al-Bared, donde los cadáveres abandonados en plena calle y las ruinas hacían presagiar un sangriento balance de víctimas mortales civiles en este, por ahora, último capítulo de dos largas tragedias que se entrecruzan periódicamente: la del pueblo palestino, expulsado de sus tierras y hacinado, y la de Líbano, escenario recurrente a su vez del pulso entre Occidente, por un lado, y los actores vecinos, por otro.
Si anteayer ayer era Irán y ayer era Siria, ahora es la etérea red Al Qaeda la que, según todos los expertos, estaría detrás de un grupo palestino islamista de nuevo cuño, Fatah al-Islam, que se estaría haciendo fuerte en buena parte de los agujeros negros en los que se han convertido los doce campamentos palestinos donde se hacinan 250.000 de los cerca de 400.000 palestinos que no huyeron - o no pudieron hacerlo- con los milicianos de la OLP expulsados del país en los ochenta en plena guerra civil libanesa.
El escenario concreto de estos campos es demoledor. Con el 60% de sus habitantes bajo el umbral de la pobreza y con la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNWRA) en franca retirada, son terreno abonado para la implantación del islamismo más rigorista. Y, naturalmente, armado.
Desde el interior del campo de Nahr al-Bahred, que alberga a 30.000 refugiados y que está situado escasos kilómetros al norte de la ciudad de Trípoli, milicianos respondían al incesante ataque con fuego de ametralladora y obuses de mortero.
Petición de alto el fuego
La UNWRA anunció que trabajaba en un inminente alto el fuego para retirar a los muertos y atender a los heridos. Al final de la tarde, 17 civiles pudieron ser evacuados tras la apertura de un corredor humanitario negociado entre el Ejército y el Creciente Rojo palestino.
No obstante, un convoy humanitario, con medicamentos, agua y alimentos, esperaba para poder entrar al interior del campo, flanqueado al oeste por el mar y al este por la carretera a la frontera con Siria, que ya el domingo cerró sus principales pasos fronterizos.
No obstante, el bombardeo artilleró recobró intensidad a última hora de la tarde, siguiendo las órdenes del primer ministro libanés, el pro-occidental Fuad Siniora, que el domingo por la tarde dio luz verde al Ejército a tomar «todas las medidas necesarias para neutralizar a los terroristas».
Medidas que, de momento, no incluían la entrada del Ejército en el campo, «fuera del orden del día», confirmó el ministro de Turismo, Ghazi Aridi. El Ejército se limitaba a castigar el campo con fuego de largo alcance aunque se registraban esporádicos combates en las entradas sur y este a esta depauperada barriada.
Lanchas motoras de la Marina libanesa vigilaban la costa para tratar de impedir la llegada de refuerzos al campo.
Fatah al-Islam amenazó, por su parte, con extender sus ataques a otras partes de Líbano y denunció la matanza de civiles. Similar denuncia a la realizada por el Frente Popular para la Liberación de Palestina-Comando General (pro-sirio), escisión del histórico FPLP.
Como la pólvora
Advertencias peligrosas, habida cuenta de la gran tensión que se registró a finales del pasado año en el mayor campamento de refugiados palestinos en suelo libanés, el de Ain Heloue, en Saida, en el sur del país.
La muerte la víspera de una mujer en un atentado con bomba en una barrio de mayoría cristiana en la capital, Beirut, apuntaba ya algún presagio.
Fue la última del medio centenar de muertos -entre soldados libaneses, milicianos y civiles- que dejó la jornada de ofensiva militar y emboscadas guerrilleras del domingo, la más sangrienta desde la guerra civil (1975-1990) si exceptuamos las ofensivas sufridas por Líbano a manos de Israel en todos estos años, la última en agosto.
A ellos habría que sumar, por ahora, los cadáveres recuperados de nueve civiles muertos en los bombardeos ayer contra el campo de refugiados.
El director del centro médico palestino en el campo aseguró a la cadena Al Jazeera que los heridos recogidos, más de 70 y la mayor parte en estado muy grave, estaban desbordando sus precarias instalaciones.
Por contra, Trípolí, segunda ciudad más populosa de Líbano y escenario de los principales enfrentamientos de la víspera, vivía una calma tensa. Los comercios abrieron sus puertas, no así las aulas.
Testimonios aseguraban que el detonante de los enfrentamientos fue el robo de un banco en Trípoli por parte de un grupo de hombres armados que en su huida se habría refugiado en el campo de Nahr al-Bared. El posterior ataque al campo tuvo su respuesta en forma de contraataques al Ejército, derivando la situación en un enfrentamiento abierto en las calles de Trípoli. Vecinos de la ciudad daban la bienvenida al Ejército y exhortaban a los soldados entre aplausos a «terminar de una vez con los terroristas».
Este nuevo episodio de la eterna tragedia libanesa coincide con una crisis política general sin visos de solución y con las presiones por parte de Occidente para que la ONU colabore en el hostigamiento a la vecina Siria a través del establecimiento de un tribunal ad hoc para juzgar la muerte en atentado, en febrero de 2005, del ex primer ministro Rafic Hariri.
Occidente utiliza el frágil suelo libanés como escenario de su pugna por mantener el férreo control de la explosiva región de Oriente Medio. Y todo apunta a que su enemiga Al Qaeda ha plantado su Pica en Flandes entre la atribulada población palestina refugiada en Líbano.
Alrededor de 250.000 palestinos subsisten hacinados en una docena de campos de refugiados en suelo libanés. Su crítica situación, denunciada por ONG, es el mejor caldo de cultivo para el islamismo
La principal organización chiíta libanesa, Hizbulah, se alineó con el Ejército libanés en esta crisis aunque exigió el respeto a los civiles, «sean libaneses o palestinos». Denunció además intentos de embarcar a Líbano en un «conflicto sangriento».
Los responsables en Líbano de Al Fatah y de Hamas hicieron causa común y denunciaron los ataques de la víspera contra el Ejército libanés por parte de un «grupúsculo» que describieron como formado por «elementos extranjeros e indeseables».
A finales de 2006, responsables palestinos en Líbano anunciaron que la organización Fatah-al-Islam, a la que los expertos consideran cercana a Al Qaeda, habría infiltrado en Líbano a 150 combatientes islamistas árabes bregados en la lucha contra la ocupación de Irak.
Los expertos sitúan en el liderazgo de Fatah-al-Islam a Chaquer Abasi, palestino nacido en Jericó en 1955 y a quien algunas fuentes vinculan con el jordano Abu Mussab al-Zarqawi, muerto el año pasado en Irak y al que EEUU consideraba líder de la sección de Al Qaeda en la antigua Mesopotamia. Abasi fue condenada a muerte in absentia en Jordania acusado de implicación en la muerte de un diplomático estadounidense en Amman en 2002. También fue condenado a tres años de cárcel por Siria y su principal portavoz, Fahmi Zaarir, purgó ese mismo período de encarcelamiento en el país vecino.
Tanto el Gobierno pro-occidental de Fuad Siniora como sus principales valedores, EEUU y el Estado francés, insisten en vincularlo con Siria en un intento de consolidar su discutida tesis que responsabiliza a Damasco de los recientes episodios de violencia en el País de los Cedros. Se basan para ello, entre otras cosas, en destacar que Abasi fue antes miembro de Fatah-Intifada, una organización considerada pro-siria. Este último grupo niega cualquier conexión con Fatah-al-Islam.
Organizaciones como Amnistía Internacional han denunciado el abandono y la discriminación que sufre la población palestina en los campos de refugiados libaneses. Campos abandonados a su suerte por la OLP en su retirada de Líbano y a los que el Ejército libanés no entra, pese a que el acuerdo en este sentido firmado en 1969 expiró y pese a las crecientes presiones occidentales contra sus milicias armadas.
El representante de la OLP en Líbano, Abbas Ziki, mostró su disposición para ayudar al Ejército libanés «a condición de que el coste para los civiles palestinos no sea demasiado elevado». Esta posición fue saludada como histórica por el Gobierno de Beirut.