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Al PNV se le ve picado con la «Izquierda Autonomista»

Iñaki IRIONDO

Consultando los archivos puede encontrarse que con el ascenso de Imaz a la presidencia del PNV los dirigentes jeltzales empezaron a entremezclar esporádicamente los conceptos de «izquierda abertzale» con los de «izquierda radical», además de los consabidos «mundo de Batasuna» o, sencillamente, «ese mundo». Pero fue hace unos meses cuando primero el portavoz del EBB, Iñigo Urkullu, y luego otros líderes del partido comenzaron a utilizar en exclusiva el término «izquierda radical». Y lo hacían enfatizándolo. Dejando clara su intencionalidad. Subtitulando la frase con un letrero ima- ginario de «¿se han dado cuenta que he dicho izquierda radical y no izquierda abertzale?»

A raíz de la presentación de la propuesta de autonomía para cuatro territorios con derecho a decidir, el lehendakari, Juan José Ibarretxe, empezó a hablar de «izquierda autonomista», como si hubiera encontrado el talón de Aquiles de la izquierda abertzale. La pasada semana, a raíz del sospechoso petardo contra un concejal del PSE, la nota de condena de Lakua incluía en apenas 25 líneas (nada más que 241 palabras) tres veces la expresión «Izquierda Autonomista». Así; con sus mayúsculas, hasta el punto de que alguna noticia dio más importancia a eso que al propio texto.

Ayer Iñigo Urkullu se superó. En una entrevista en Radio Euskadi habló constantemente de «esa izquierda radical, esa izquierda autonomista». Y lo decía con evidente tono despectivo.

Desde hace años, pero más intensamente en los últimos tiempos, el PNV viene insistiendo en que es «el espejo del fracaso histórico de la izquierda abertzale». Sin embargo, cuando en lugar de debatir o refutar la propuesta de autonomía a cuatro con derecho a decidir hecha por la izquierda abertzale, cuando en lugar de plantear alternativas, se van poblando las entrevistas o los comunicados de este tipo de rabietas infantiles, ¿no está el PNV demostrando su impotencia ante una realidad que le es adversa?

Puede que Iñaki Galdos tenga razón. Sin embargo, cabe recordar que los mejores resultados del «nacionalismo institucional e histórico» se dieron en mayo de 2001, con 604.222 votos en la CAV. De ellos, 203.445 en Gipuzkoa, casi el doble de lo que ahora suman PNV y EA. Entonces, la coalición obtuvo en la comunidad el 42,72% de los votos emitidos. Ahora han sumado el 36,28%. Si nos referimos a Gipuzkoa, vemos que ha bajado del 44,69% al 31,40%. Y lo que entonces movilizó a la ciudadanía no fueron las múltiples propuestas de «un nuevo modelo de sociedad para un nuevo siglo» que llenaban las 69 páginas del programa electoral de la coalición, sino el partido Euskadi-España que se jugó para saber si sería Juan José Ibarretxe o Jaime Mayor Oreja quien se sentaría en Ajuria Enea. Lo que sacó al electorado de casa hasta alcanzar una participación récord del 78,96%, fueron los conceptos básicos de pertenencia «del siglo pasado». Esos que tantas veces se dice despectivamente -antes desde el nacionalismo español, ahora parece que también desde otros sectores- que «no son los problemas reales» o «no interesan a la gente».

Viniendo de quien viene es una reflexión interesante. Aunque quizá no sea sólo cuestión de cambiar el discursos sino los propios conceptos. Tras la conversión del reverendo Ian Paisley, el PP es la única derecha que queda en Europa tan cavernícola como para negar que el diálogo es la mejor fórmula para resolver los conflictos.

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