Fede de los Ríos
Si se hunde el mundo, que se hunda, Del Burgo siempre p'alante
Están vendiendo Navarra! Gritan los mercachifles del viejo Reyno al ver peligrar su cortijo. Y acuden en su ayuda monaguillos de todo pelaje. Los subalternos de la patronal, CCOO y UGT, abogan por un acuerdo UPN-PSN que sería «más entendible en España». Alfonso Guerra quiere cambiar cromos con Jaime Ignacio del Burgo: yo Canarias y tú Navarra. Este último estaría dispuesto a retirar su magnífica obra «Navarra, el precio de una traición» y perder el Premio Nobel de Literatura (sic), si se llega a ese acuerdo.
A mí eso, querido Jaime Ignacio, me parece un precio excesivo, aun sabiendo del sacrificio continuo de tu familia, en aras de preservar la verdadera identidad del laureado viejo Reyno. Pido a San Francisco Javier que te ilumine y a la Virgen del Camino que guíe tus pasos en tu recto caminar. Fuiste presidente del Gobierno de Navarra y una supuesta malversación de fondos te apeó del sillón. Si la hubo, no me cabe la menor duda, fue en beneficio de Navarra, España y la Humanidad. Todavía te veo en el sillón con los piececillos colgando. Lo que te falta de estatura te sobra de inteligencia; a día de hoy eres el único que sabe que lo del 11-M en Atocha fue obra de la ETA. Otros se han desdicho, tú no. Tú, inquebrantable al desaliento, junto con el preclaro Acebes, sabéis de la Conspiración.
En Madrid, esta misma semana, te sentiste en la obligación de ilustrar a tus compañeros del PP la situación tan difícil por la que atraviesa Navarra. La batalla, dijiste, está en la educación y en la cultura. Es en las ikastolas donde se inyecta el virus rojo-separatista, se enseña a odiar a España y se preparan los futuros votos nacionalistas vascos. Con el tiempo, si Dios no lo remedia, Navarra será atea, republicana y euskaldun.
En el 36, socialistas y nacionalistas también lo intentaron. Dios mandó a tu padre Jaime y a un puñado de valientes armados a que pusieran orden en Navarra. Vaya si lo pusieron. Si la providencia te lo manda, sabemos que no te temblará la mano a la hora de empuñar la espada, como al invicto Caudillo. Mientras tanto, impasible el ademán, sigue desvelando el contubernio con tu afilada pluma, ilustra a la ciudadanía con tus libros. Tu delicada prosa conseguirá cautivar también al jurado sueco.
Jaime Ignacio, te queremos Nobel.