Un cráneo de platino y diamantes, la última provocación del británico Damien Hirst
Damien Hirst vuelve, en su nueva muestra londinense, a sus tiburones, terneras y otros animales cuidadosamente seccionados y conservados en formol que le han convertido en uno de los artistas más ricos del mundo.
GARA | LONDRES
La exposición de Hirst ha dado ya mucho que hablar, antes incluso de su inauguración, en la noche del viernes, por la que es sin duda su pieza más valiosa, «sin precedentes en la historia del arte», según la publicidad de su galería, White Cube.
Se trata de la reproducción a tamaño natural de un cráneo humano en platino, enteramente cubierto por 8.601 diamantes, ni uno más ni uno menos, cuyo peso, aseguran, es de 1.106,16 quilates.
En un intento por tranquilizar las conciencias de los supermillonarios con preocupaciones humanitarias, la galería asegura que los diamantes proceden de «zonas libres de conflicto» y que van debidamente acompañados de las «garantías escritas de que cumplen las resoluciones de las Naciones Unidas».
Según pretende el experto Rudi Fuchs, el cráneo de Hirst no es sólo un tradicional memento mori, como los del arte barroco, sino que es a la vez, en su carácter inexorable, «la gloria misma».
Gloria o no, esa pieza de orfebrería, fabricada por un conocido joyero de la londinense Bond Street, calle de las boutiques más caras de Londres, vale lo que se dice un riñón: 50 millones de libras (75 millones de euros).
Claro que hay que tener en cuenta, según ha explicado el propio Hirst, que sólo el material ha costado seguramente más de quince millones de libras, a lo que hay que añadir gastos de transporte y el seguro.
En tono gracioso hay quien bromea con que, pese al precio, la obra tiene, al menos, una ventaja sobre los animales en formol del mismo artista: no hay, en efecto, peligro de que se descomponga, como, al parecer, comenzó a ocurrirle al primer tiburón de Hirst, el titulado «La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo», de 1991. Y su propietario podrá siempre venderlo como platino y diamantes, recuperando, al menos, parte de lo pagado en su día.
La existencia humana
Sea como fuere, en esta nueva exposición, Hirst, artista a quien el dominical Sunday Times calculaba una fortuna personal de 130 millones de libras, vuelve a «explorar, según su galería, los temas fundamentales de la existencia humana: la vida, la muerte, la verdad, el amor, la inmortalidad y el propio arte».
Una serie al óleo titulada «Birth Paintings» muestra en estilo casi hiperrealista el nacimiento por cesárea de su último hijo en el 2005: son imágenes sin misterio -tomadas evidentemente de fotografías- del equipo quirúrgico que atendió a su mujer en plena acción en el quirófano.
Otra serie, que Hirst contrapone a la primera, es la titulada «Biopsy Paintings», cuadros de gran tamaño basados en imágenes de biopsias de distintos tipos de cáncer y otras enfermedades terminales, que el artista cubre en parte de hojas de bisturí y cristales rotos.
Y están, una vez más, los citados animales en formol, como el tiburón titulado «Death Explained» (La muerte explicada), que el artista ha seccionado a lo largo del cuerpo en dos mitades para introducir después cada una en un tanque de formol, de tal forma que el espectador puede caminar por el pasillo entre los dos tanques y ver el interior del animal.
Hay también dos vacas troceadas por la mitad, un tríptico con tres ovejas desolladas y crucificadas, que pretenden representar «la visceral brutalidad de la muerte de Cristo» y otra «escultura» animal titulada «San Sebastián», consistente en un ternero asaeteado por las fechas y atado a una columna