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Fin del alto el fuego de ETA

Los consejos de expertos que Zapatero no quiso oír

Zapatero pidió ayer a la sociedad vasca que acepte que ha hecho «todos los esfuerzos». No sólo en Euskal Herria se duda de ello. Expertos internacionales en mediación de conflictos llevaban muchos meses alertando de su inacción, reclamando igualdad entre las partes para dar viabilidad al proceso o alertando del absurdo de argumentos como el de «no habrá precio político».

Ramón SOLA

El pasado 10 de diciembre, en un momento en que el proceso había entrado ya quizás en vía muerta pero aún no lo había evidenciado el atentado de la T-4, el periodista John Carlin publicó en ``El País'' un clarificador reportaje con las opiniones de «cinco expertos internacionales que han seguido de cerca el proceso para el final dialogado de ETA». El resumen era que éste «amenaza con derrumbarse», y esto se atribuía tanto a «la incapacidad del entorno de ETA de comprender que en una democracia como la española el Ejecutivo no tiene el poder absoluto» como a «la falta de determinación del Gobierno de Zapatero».

Los expertos no hablaban a toro pasado. Y esto, mirado desde la perspectiva actual, da aún más valor a sus opiniones y pronósticos. Por ejemplo, la de uno de estos expertos que afirmaba que la izquierda abertzale tenía motivos ya entonces para dudar de la implicación del presidente español: «El gran problema ha sido la falta de convicción de Zapatero una vez tomada la decisión de negociar. No ha sido consecuente con esa decisión. Ha dudado. Incapaz de enfrentarse como debiera a los ataques de la derecha y de la prensa, ha sucumbido a un síndrome Hamlet de indecisión. Lo triste, si el proceso de paz se frustra, es que está respondiendo a los deseos de una minoría de españoles: la clase política. Porque como las encuestas demuestran, una gran mayoría dentro del País Vasco y fuera de él quiere que el proceso de paz prospere», añadía esta voz anónima, pero claramente conocedora del proceso.

La opinión de los técnicos y mediadores que han pasado por Euskal Herria en estos meses tiene un denominador común: Zapatero no asumió que lo que venía era un proceso de negociación, con sus principios y sus reglas. A ello apuntan factores objetivos como el incumplimiento de los compromisos alcanzados por Gobierno español y ETA antes del alto el fuego (su existencia fue reconocida indirectamente por fuentes gubernamentales cuando la organización armada comenzó a incumplir también los suyos con el robo de pistolas). También encaja aquí la negativa paralela a facilitar la necesaria igualdad de condiciones en la mesa política, ya que la represión a la actividad de la izquierda abertzale nunca se ha interrumpido. Pero el ejemplo más claro de esta incapacidad, para muchos expertos, sería el uso perverso del concepto del «precio político», una tesis patentada por el PP pero abrazada con énfasis por portavoces del Gobierno como María Teresa Fernández de la Vega.

«Siempre hay un coste»

Uno de los expertos citados por Carlin en su artículo aseguraba ya en diciembre que Zapatero había errado al minimizar los costes de la paz. Lo explicaba así: «En una negociación nada es gratis. No hay forma de no pagar un precio, para cualquiera de las partes. Siempre hay un coste. Lo que hay que sopesar es la relación coste-beneficio. Si uno ha iniciado un proceso de negociaciones se supone que ya ha calculado que el beneficio, la paz, vale un precio».

La utilización del latiguillo de «no habrá precio político» siguió incluso después de que el portavoz de Batasuna, Arnaldo Otegi, dejara claro en una entrevista que nadie estaba reclamando tal cosa. Zapatero rehuyó constantemente poner en valor ante la sociedad española factores como la negociación política, necesaria para llevar a buen puerto un proceso de resolución. Tampoco hubo ejercicio de pedagogía alguna por su parte ante propuestas como la del Anaitasuna; eludió explicar a la ciudadanía española que en ella existe un planteamiento estrictamente democrático, en el que la decisión final sobre el cambio de marco queda en manos de la ciudadanía de los territorios afectados. Y algo similar ocurrió cuando la izquierda abertzale «pasó por ventanilla», como se le había exigido de modo reiterado, y registró un nuevo partido político con sus estatutos. El Gobierno del PSOE pudo destacar el gesto e incluso venderlo como un triunfo de sus tesis, pero prefirió hacer todo lo contrario. Abertzale Sozialisten Batasuna fue tumbado de un golpe, y con ello las elecciones que podían haber servido para desbloquear el panorama se convirtieron en un elemento para empeorar las cosas.

La igualdad de condiciones

El mantenimiento de la ilegalización, incluso tras catorce meses de alto el fuego, ha sido probablemente la circunstancia que más ha desconcertado a los expertos internacionales que han estudiado el proceso. A la necesidad de garantizar la igualdad de condiciones se han referido muchas voces.

En mayo de 2006, ante la primera gran crisis, el Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela tuvo que apelar al PSOE, desde su condición de «organización hermana en la Internacional Socialista», para que pasara de «la fase del `diálogo sobre el diálogo' a la de las negociaciones sustantivas». El mismo día, Gerry Adams, líder de Sinn Féin, remarcaba que «sólo son posibles negociaciones fructíferas si todas las partes están presentes en la mesa en condiciones de igualdad. Ésta es ahora una cuestión que necesita ser resuelta con urgencia». Un año después, las cosas siguen igual.

El diálogo multipartito sí se pondría en marcha poco después, pero con múltiples trabas. Mientras se producían las reuniones decisivas de Loiola, dirigentes internacionales de altísimo nivel -Francesco Cossiga, Mario Soares, Cuauhtemoc Cárdenas, Gerry Adams, Adolfo Pérez Esquivel y Kgalema Motlanthe- recalcaban en la denominada Declaración de los Seis que «el diálogo y la negociación son el único instrumento capaz de dirimir los problemas políticos y asentar cimientos para construir una auténtica paz, basada tanto en el reconocimiento y los compromisos mutuos como en los derechos democráticos universales». Desde el Gobierno de Zapatero no se mostró entusiasmo alguno ante esta posición; el vínculo establecido entre la negociación política y la paz no cuadraba con el discurso de La Moncloa.

Apenas un mes después, Lakua patrocinó un Congreso Internacional de Derechos Humanos que trajo a Euskal Herria a expertos como Brian Currin, ministro de Defensa de Sudáfrica en la época en que se superó el apartheid, y actualmente asesor en procesos de paz. Meyer reivindicó «crear condiciones para que todos participen en el proceso» y «fomentar su propiedad conjunta», pero el PSOE nunca levantó las barreras entre él y la izquierda abertzale, y dio un ambiente gélido a la fotografía conjunta del 6 de julio.

Aquellos mismos días, la Fundación Sabino Arana acercó otras voces muy autorizadas para hablar de cómo hacer irreversible un proceso. El mismo Meyer pidió allí «llegar a abordar las raíces de fondo del conflicto para poder conseguir una solución duradera». Julian T. Hottinger, mediador entre Gobierno español y ETA en 1998, alertó de la necesidad de «fijar los acuerdos durante los primeros meses», en un contexto en el que el Ejecutivo siempre ha dilatado la toma pública de compromisos y en que la izquierda abertzale denunciaba que trataba con ello de dar una falsa caracterización «técnica» al proceso. Y el padre Matteo Zuppi, de la Comunidad de San Egidio, con experiencia también en mediación en Euskal Herria, advertía de que «intentar terminar un conflicto con la represión es convertirlo en más duro aún». Zuppi añadió además que «para llegar a la paz hay que entender por qué una parte ha tomado las armas».

Barajas y Canary Wharf

A Zapatero le siguieron llegando mensajes de expertos tras el 30 de diciembre. Muchos de ellos comparaban el atentado de Barajas con el de Canary Wharf, con el que el IRA rompió su alto el fuego pero que dio paso a una aceleración del proceso de paz. El ex primer ministro de Irlanda, Albert Reynolds, lo evocó tras una reunión con Juan José Ibarretxe, en enero pasado. Recordó que, pocas semanas después del bombazo, Sinn Féin fue incluido en las conversaciones políticas, y que aquello funcionó. Roelf Meyer refundió las opiniones de los expertos que visitaron Lakua: «El atentado supone una nueva oportunidad para fortalecer el proceso de paz y permitir nuevas negociaciones». Pero en Euskal Herria ocurrió lo contrario: el PSOE dio por cerrado el proceso, el PNV rechazó las nuevas propuestas, y ambos se levantaron de la mesa.

Zapatero comenta que hay alguien a quien sí hace mucho caso: Tony Blair. Pero ni eso está claro visto lo que ha acontecido desde marzo del pasado año. En octubre, el propio primer ministro británico le visitó en Madrid y acuñó un consejo: «Determinación paciente». Le dijo, entre otras cosas, que a veces parece que el proceso se para, pero que hay que seguir andando: «Para nosotros eso funcionó, aunque durante todo el camino había gente que nos estaba diciendo que todo se vendría abajo y que éramos unos ingenuos». Blair decidió seguir y el mes pasado celebraba el éxito en Stormont, fotografiándose risueño junto a Martin McGuinness (Sin Féin) y Ian Pasley (DUP).

mandatarios

internacionales afirmaron en noviembre que «la negociación es el único instrumento para dirimir los problemas políticos». La Moncloa mostró indiferencia.

MENSAJES SOBRE LA NEGOCIACIÓN

ALBERT REYNOLDS

Ex primer ministro irlandés

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