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Excusatio non petita...

En Zapatero ha podido influir la idea contaminada de que una vez declarado el alto el fuego, ETA nunca volvería a las armas, y la de que si volvía «la izquierda abertzale se disolvería como un azucarillo».

Iñaki IRIONDO

Fue el de ayer un día de malas noticias y el presidente del Gobierno español quiso marcar su impronta desde bien temprano. La comparecencia pública de José Luis Rodríguez Zapatero aportó pocas novedades. No se echó al monte. Su discurso actual está, por ejemplo, donde estaba el 25 de mayor de 2005, después de que ETA hiciera estallar un coche-bomba en Madrid. «Los terroristas saben que la única posibilidad de que su voz sea escuchada pasa por el abandono definitivo de las armas», dijo hace dos años y repitió ayer. También habló entonces de la superioridad de la democracia y de que la paz acabará imponiéndose. E hizo un llamamiento al presidente del PP, Mariano Rajoy, a recobrar la unidad, y la respuesta que encontró tampoco fue muy distinta de la de ahora. También los pilares de la «estricta aplicacion del Estado de Derecho, la eficacia de las FSE y la cooperación internacional» en la lucha contra ETA han sido reiterados con profusión.

Algunos otros pasajes de su intervención, como los referidos a que «ETA se equivoca», están tomados casi literalmente del discurso de José María Aznar cuando la organización armada rompió la tregua de 1998. Como se puede ver, Zapatero quiere seguir sin despegarse de la estela del PP.

La única novedad del discurso de Zapatero vino del mensaje que remitió singularmente a la ciudadanía vasca. El presidente aseguró haber hecho «todos los esfuerzos posibles para alcanzar la paz» y dijo saber que «la mayoría de los ciudadanos vascos conocen la autenticidad» de ese esfuerzo. A la primera parte se le puede aplicar el viejo adagio de «excusatio non petita, acusatio manifiesta», y a la segunda el refrán de «díme de qué presumes y te diré de qué careces».

Porque en La Moncloa son perfectamente conocedores de que no han hecho todo lo que estaba en su mano y de que la sociedad vasca les culpa de ello. Eso no quiere decir que la ciudadanía comparta el punto de vista de ETA -de hecho, la mayoría lo rechaza-, pero sí que ha visto que el Gobierno español no se ha movido y además se ha jactado de su inmovilismo.

¿Qué ha pasado? ¿Por qué un Gobierno que desplegó una intensa actividad antes del alto el fuego se frenó en cuanto se declaró? No es fácil saberlo. Pero algo ha podido influir la idea que pudo contaminar a Zapatero de que una vez que ETA anunciara una tregua nunca volvería a las armas. Además, estaba la teoría -expuesta por Josu Jon Imaz- de que si ETA rompía el alto el fuego -lo que según PSOE y PNV ocurrió el 30 de diciembre- «la izquierda abertzale se disolvería como un azucarillo». Esta última hipótesis era en sí misma muy peligrosa, porque sus defensores podían tener la tentación de forzar la primera parte de la ecuación para obtener el resultado que preveían.

Por otra parte, el PSOE ha elegido una fórmula de negociación equivocada, que quizá le pueda servir con fuerzas políticas convencionales pero no con la izquierda abertzale. Ha llevado las situaciones siempre al límite y luego las ha intentado salvar con promesas que al final no cumplía. Quizá no calculó bien su último órdago y para cuando ha querido rectificar, ha sido demasiado tarde.

Ahora ya sólo queda volver a empezar. Porque este pueblo se merece la paz.

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