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Koldo Landaluze centra su primera novela en la huelga minera de 1910 de Enkarterri

K.A. | BILBO

«Días de barrena» (Verbigracia), la primera novela del colaborador de este diario, ilustrador y crítico de cine Koldo Landaluze (Bilbo, 1965) es un western que toma la huelga minera llevada a cabo en 1910 en la comarca vizcaina de Enkarterri como tema principal.

El germen de la historia que cuenta «Días de barrena» nació en un Zinemaldi donostiarra de hace cuatro años, según recordó el autor en la presentación del libro que tuvo lugar ayer en la librería Elkar de Bilbo. «Entre película y película, cansado de tanto drama, empecé a pensar en qué película me apetecía ver en ese momento. Me vinieron a la cabeza algunas escenas, entre ellas el paseo final de `Grupo salvaje', de Sam Peckinpah». Esta secuencia fue asociada en la imaginación de Landaluze a lo sucedido en Gallarta en 1910. «¿Por qué no?», se preguntó. «Tomé ese paisaje de una zona castigadísima, asolada por las epidemias, que ha ido evolucionando a golpe de mazo y dinamita casi al margen de lo que sucedía en el resto de Bizkaia». La parte histórica de la novela es fiel a los hechos «por respeto a aquellas gentes. A medida que iba investigando en esa época me fui encontrando cosas desoladoras, mucha miseria, pero también mucho orgullo».

Apariencia de western

«Días de barrena» es descrito por su autor como una novela «con apariencia de western, pero con un poso de realismo social». Para Landaluze, el western es un género universal. «De hecho, una parte de la novela negra se basa en el western. Hay una interrelación, hay ciertos códigos que pueden estar en unos géneros y en otros». Él procuró ser fiel «a los códigos de Sam Peckinpah», uno de sus directores favoritos, y convertir su primera novela en «un homenaje a ese paseo final de `Grupo salvaje'».

«Días de barrena» es una novela coral. La mayoría de los personajes están basados en personas que existieron de verdad, aunque algunos están muy exagerados, advierte el escritor. «He cogido un polvorín humano y me he limitado a encenderle una mecha». Su pasión por el cine le hace hablar de su novela como si de una película se tratara. «Muchos escritores reniegan del discurso cinematográfico. Yo creo que si el cine se ha nutrido de la literatura, por lógica también la literatura debería beber del cine. El mestizaje siempre enriquece. Antes de escribir la historia la tenía en la cabeza visualmente. Eso le da un ritmo narrativo bastante vivo».

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