Si, como dicen hoy los titulares de los periódicos, «sólo» los partidos nacionalistas ANV, Aralar y ERC critican la sentencia del TS que ha encarcelado a Otegi, mala, pésima señal. Pésima señal porque prueba inequívocamente que en este país hay dos frentes bien definidos: el de los nacionalismos periféricos y el de un aplastante nacionalismo centralista.

Estamos ante un grave caso, además crónico, de un Estado dominante e implacable que pone a los tres poderes: el ejecutivo y sus policías, el legislativo y sus parlamentarios, y el judicial y sus jueces y fiscales al servicio de la dominación pura y dura, sobre una porción de territorio cuya propiedad se arroga como suya, porque esos poderes se inventan que el resto de ciudadanos diseminados por la geografía peninsular lo reclaman para sí. (...)

Los motivos para condenar a Otegi son tan peregrinos y resbaladizos como todos los que amparan siempre a la razón de la fuerza. La injuria, el insulto formal, contra quien sea, es un anacronismo, si es verdad que existe libertad de expresión. (...) Pero es que tampoco nadie, a estas alturas de la libertad de expresión que tanto se nos vende como un logro de la democracia, debe ver enaltecimiento del terrorismo en unas exequias o incluso en una alabanza a un hijo de la tierra de Otegi y por lo tanto un hermano para él. (...)

La libertad de opinión, la de libelo, la de mentir y tergiversar está indecentemente monopolizada por unos medios, por unos políticos, e interpretada tan indecente como arbitrariamente por unos jueces y por unos Tribunales, sin más apoyatura que el contar con unas policías a su servicio armadas hasta los dientes. Pero tras al engolamiento en los fundamentos de derecho y tras la solemnidad de los que han dictado la sentencia no hay más que capricho e injusticia en estado puro.