Violencia
Las series policíacas, las películas catastrofistas, los reportajes sobre el mundo animal en libertad, los noticiarios y cualquier canal de comunicación de los muchos que nos inundan con sonidos, imágenes o jeroglíficos a base de signos alfabéticos, no hacen otra cosa que transmitirnos violencia. Si uno tiene la paciencia de repasar la programación infantil de todas las mañanas de los días de labor o de fin de semana comprobará una realidad incuestionable: a los niños se les transmite un mundo irreal, a base de dibujos animados, personajes con capacidades sobrenaturales, sin una identificación humanista palpable y reconocible, que resuelven sus asuntos a base de una violencia sobreactuada. Me tiemblan las yemas de los dedos mientras tecleo estas palabras porque me parece entrar en un tobogán moralista, en una nebulosa de «buenismo». Constatar una realidad, verificarla, explicarla y no tomar partido es imposible. Aseguran los especialistas que es cada día más difícil establecer unas fronteras por edades, sobre todo en la pubertad, lograr una programación infantil con todos los mensajes transversales que ahora se indican desde la educación en solidaridad, es algo que roza la imposibilidad debido al gran poder de la televisión como medio de influencia y la posibilidad de acceder libremente a un sin fin de propuestas a los niños y niñas desde que empiezan a controlar el mando a distancia, circunstancia que sucede cada vez con mayor antelación, y se sabe que antes de andar o hablar con claridad saben cambiar de canal. Es abrumador el rosario de noticias sobre la violencia en forma de palizas, vejaciones, insultos, o con resultado de muerte entre jóvenes o protagonizados por ellos y ellas. Y no solamente entre pandilleros o los que se encuentran en el umbral de la exclusión, sino entre hijos de familias aparentemente estructuradas de la clase media. La violencia es un virus sin vacuna. Comprobamos con estupor como en la violencia de género, la edad de las que la sufren se va rebajando, por lo que algo está sucediendo ante nuestras narices y no queremos verlo. Seguramente porque permanecemoss demasiado atentos a la televisión.