Dinámicas, orgánicas e intrusas en el Festival de Danza Lekuz Leku
El tercer Festival Internacional de Danza Lekuz Leku arrancó en el parque infantil del Museo Guggenheim Bilbao con un divertido taller para niños y niñas en el que Begoña Krego y Eguzki Zubia, de «La Dinámica y Cía», transmiten a los participantes las posibilidades creativas de la danza, a base de juegos y cuentos diversos.
Carlos GIL Crítico
El mundo submarino, los habitantes de los mares, las dificultades de moverse en el agua eran algunas de las acciones propuestas en ese taller, recibidas con jolgorio y afición hasta lograr movimientos colectivos.
En la otra punta de Abandoibarra se presentó Organik Dantza-Antzerkia con una versión reducida de «+ES3» de Natalia Monge, que vimos hace unas semanas en Leioa y que en mejores condiciones climáticas y en un marco físico mucho más amable mostraba con mayor claridad las intenciones, el lenguaje, aunque un problema de sonido dejó en ocasiones a los intérpretes sin el apoyo rítmico necesario.
Ella, Silvia Auré de Zaragoza; él, Cléber Damaso de Brasil, también tuvieron alguna dificultad con el sonido, pero quedaron claras las intenciones estéticas de su «Café de lluvia», un dúo muy activo, casi planteado como un juego constante en donde el espacio real, y el propio cuerpo entraban en una dinámica de transformación y de reencuentro, muy abierto, de contacto directo entre ambos y con un toque comunicativo muy alegre y cercano.
Matxalen Bilbao presentó un fragmento de su obra para sala «Haiku 4». Junto a otras tres bailarinas -Begoña Krego, María Martín, Pilar Andrés- se planteó ocupar en primer lugar una campa por la que fueron deslizándose, para llegar a la piedra, junto a la ría, donde desarrollaron la parte más coreografiada, mostrando un trabajo que a-punta a una elaboración del lenguaje escénico más profunda.
Damián Muñoz y Virginia García aparecieron con el nombre de «La Intrusa» y presentaron una pieza especialmente creada para la ocasión, utilizando no solamente el paisaje, sino los elementos de la plaza del Guggenheim, donde están los chorros de agua para hacer una pieza que va de los abstracto a lo muy concreto, que utiliza una banda sonora muy reconocible, con músicas populares y en donde toda la gestualidad contenida, todo los movimientos paradójicos acaban en una explosión de los bailarines jugando, bailando, disfrutando de los chorros de agua en un ballet acuático sobre tierra.
«The Talking Tree»
La pieza final venía de Islandia, a cargo de una reconocida bailarina de amplia trayectoria, Erna Omarsdottir, que presentó una pieza muy personal «The Talking Tree», una fábula moderna, con un texto que recuerda los cuentos fantásticos, expresado no solamente con la narración oral tradicional, sino con sonidos guturales, canciones, o salmodias, con una música tocada en directo, absolutamente monótona, en la que el cuerpo de la bailarina con vestuario o con aditamentos como manzanas o haciendo máscaras, va transformándose en monstruo, payasa, hada, narradora. Un trabajo muy disociado, que indudablemente tiene fuerza interna.