Le tocó en suerte la clausura de la temporada en el BJC al guitarrista argentino radicado en Barcelona Aníbal Martínez. Conocíamos su álbum de 2003, «Instrucciones para girar», y por eso, intuíamos una música basada en cuidados arreglos y elaboradas armonías. La que nos ofreció esta vez pertenecía al disco de próxima publicación: «Move 7». Temas meditativos, de relajado lirismo, que propiciaron el lucimiento de sus compañeros más que el propio. Martínez se delató como un inspirado compositor poco amigo de superfluos exhibicionismos en su ejecución. Alejado de la energía bop, aunque capaz de expresarla, como demostró en las piezas finales, su tono nos recordó más al Metheny de la etapa Geffen, o al último Bill Frissell, que a los guitarristas clásicos. Con dos voces melódicas por delante y sin piano, le tocó combinar los papeles rítmico y melódico, bien respaldado en el primer aspecto por sus compatriotas: el bajo Pablo Yupton, autor de la melodía más pegadiza y animada, «Lejos», y el cañero batería Juanma Nieto.

El saxo Gilberto Rivero, pese al despiste inicial con la embocadura, apuntó maneras de sólido instrumentista, protagonizando alguna meritoria improvisación. Pero, en un concierto que fue de menos a más y donde abundaron los tempos medios y las baladas (como «Ojos de color de mar», plena de matices y logradas armonías), destacaron sobre todo las intervenciones del trompetista local Juan de Diego. Estuvo especialmente cómodo y entonado con el fliscorno, utilizado con más asiduidad que la trompeta, consiguiendo solos de bella factura precisamente en esos tonos medios que el bilbaino transita con singular soltura y brillantez.

Un agradable concierto que puso el broche final a una intensa temporada rebosante de buena música.