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Jaime Mendia, Imanol Alvarez Integrantes de EHGAM

Homofobia y lenguaje

De un artículo con este título se esperaría que tratara sobre el uso de palabras como maricón o bollera, pero no lo va a hacer. En realidad, va a tratar sobre el uso de términos como gay, lesbiana, bisexual, transexual, o LGBT. Y de orgullo, también. No nos interesa la primera opción porque dentro del movimiento de liberación sexual lo consideramos una batalla ganada. Es decir, consideramos que ya está socialmente aceptado que el uso de palabras como marica, maricón, sarasa, bollera, tortillera... son de mal gusto, insultantes, y no se deben decir. Incluso homosexual suena ya mal.

Es cierto que sectores del movimiento gay-les reivindican y tratan de dignificar dichos términos o los usan como revulsivos. Es una postura muy respetable e, incluso, loable. No nos parece, no obstante, que merezca la pena invertir demasiadas energías en ello -con todo el trabajo que tenemos por hacer- porque, al fin y al cabo, todo el mundo ve que lo políticamente correcto y lo «moderno» es decir gay y lesbiana.

Por supuesto, este logro es demasiado reciente, es todavía superficial y no ha llegado a todos los sectores de la sociedad. Pero parece que podríamos tener cierta fundada esperanza en que la propia dinámica social consiga que la situación se afiance, teniendo que limitar a partir de ahora nuestro trabajo en este campo a vigilar que las expectativas se realicen, denunciar los incumplimientos (previsiblemente cada vez menos frecuentes) y luchar contra los intentos de involución social que pudieran y, sin duda, van a producirse.

Sin embargo, aunque valoramos lo anterior como un éxito relativo, lo que supondrá una sorpresa para la mayoría de los lectores es la posibilidad de que el uso de los términos implicados en las siglas LGTB sea también homófobo. ¡Imposible!, pensaréis, «pero entonces, ¿qué queréis? ¿es que no os aclaráis?» Pues, en realidad, no. O sí, no lo sé. Permitidnos un momento para explicarnos.

En los treinta años que lleva EHGAM trabajando, siempre se ha considerado a sí mismo como un movimiento dedicado a la liberación de toda la sexualidad humana, aun centrando sus esfuerzos especialmente en la liberación del deseo homosexual, por considerar que era éste el que en peor situación se encontraba y porque ésta era la manera más directa de hacer caer la norma heterosexista y, con ello, el sistema patriarcal que nos oprime a todos. Así, puntos fundamentales de su ideología han sido desde el comienzo la pluralidad de la sexualidad humana y la no identidad sexual, en un sentido que os vamos a explicar a continuación.

Si os dijéramos la siguiente frase: «La sexualidad humana es plural y todos tenemos derecho a vivir la nuestra libremente, sin temor a ser discriminados por ello», creo que encontraríamos muy poca gente que, en principio, estuviera en desacuerdo. Sin embargo, si nos pusiéramos a discutir sobre su significado, rápidamente aparecerían dos grandes interpretaciones opuestas entre sí. Para unos, claramente significa que no todos somos iguales: unos son heterosexuales, otras homosexuales, y otras... otras cosas, y que, en principio, todos y todas deberíamos respetarnos y vivir en armonía, sin preocuparnos demasiado de lo que los demás hagan en sus respectivas camas. Que la sexualidad humana es plural se entiende así como que unos tenemos una sexualidad, otras otra sexualidad, y todas son en principio igualmente respetables. Según esta interpretación, cabe hablar de heterosexuales, gays, lesbianas, bisexuales, LGB, y Orgullo.

No es ésta la interpretación que tradicionalmente ha hecho EHGAM, ni gran parte de los grupos de liberación sexual del Estado. Para muchos de nosotros significa que la sexualidad de TODA persona es plural, y que a lo largo de toda su vida, a lo largo de un año de su vida, a lo largo de un mes o de un día de su vida, siente diversos deseos sexuales, que pueden ir variando en cuanto a objeto de deseo, práctica a realizar con ese objeto de deseo, etcétera. Cando hablamos de liberación gay, hablamos de la liberación del deseo homosexual que en principio cualquiera, hombre o mujer, puede sentir en algún instante de su vida, para que, llegado el momento, pueda vivirlo con libertad y sin que tenga que preocuparse de si eso le convierte en gay, lesbiana o qué. De esta manera, nadie es gay, lesbiana ni heterosexual, sino que todos somos (pluri)sexuales, sin que tenga ningún sentido ser identificado con ningún término excluyente por una práctica sexual concreta en un momento determinado, ni siquiera si ésta es la predominante en nuestra vida, si es que hubiera alguna. Esto es lo que denominamos no identidad sexual. Por eso, al 28-J nos ha gustado siempre llamarle Día de Liberación Sexual, y lo dirigimos a toda la población, y no Día del Orgullo LGTB que, en principio, estaría dirigido sólo a personas que se consideran a sí mismas gays, lesbianas, transexuales o bisexuales.

Llegados a este punto preguntaréis: «¿y qué tiene que ver la homofobia en todo esto?». Pues, en realidad, todo. Porque no tenemos que considerar la homofobia sólo como el odio hacia aquella persona homosexual, según la primera interpretación, sino, haciendo caso a la segunda, también podemos interpretar el término homofobia como el rechazo a sentir y aceptar tranquilamente que cualquiera de nosotros, considerado normalmente heterosexual, pueda tener y vivir en un momento determinado un deseo homosexual o, a la inversa, que cualquiera de nosotros considerado habitualmente homosexual pueda tener y vivir un deseo heterosexual.

Potenciando la creencia de que existen dos tipos distintos de personas con unas características totalmente diferentes, según su proceder sexual, se está dificultando claramente que la gente pueda vivir libremente toda su sexualidad, aunque sólo sea por la enorme pereza que le da a cualquiera pensar en replantear toda su personalidad por un simple impulso sexual. Podemos encontrar muchas causas para esto, pero al final nos encontramos con el miedo de la heterosexualidad hacia la homosexualidad.

Después de 30 años de lucha, hemos conseguido, en cierta medida, que socialmente no se margine a las personas que viven mayoritariamente su homosexualidad, pero no hemos conseguido normalizar el deseo homosexual. Hasta hace pocos años, el típico «machito» se sentía agredido en presencia de gays o de lesbianas; hoy tal vez no lo viva así, pero sigue sintiéndose agredido por la posibilidad de sentir él mismo ese deseo, o de que otros lo sienten hacia él. Otro tanto podemos decir, aunque en sentido contrario, del comportamiento de la mayoría de gays y lesbianas hacia el deseo heterosexual. Es decir, se ha avanzado en el reconocimiento de los derechos civiles de los ciudadanos y ciudadanas con deseos y/o prácticas mayoritariamente homosexuales, pero seguimos prácticamente igual que estábamos en cuanto a la liberación del deseo sexual pleno de todas las personas.

Y así, llegamos al tema del Europride. Porque, ¿a qué viene esa exhibición, fuera de todo límite, del Orgullo Homosexual? La primera respuesta que nos viene a la cabeza está clara, a la comercialización, al dinero (Europride, ¿price?). Pero ¿por qué una sociedad tradicional asume ese desmadre? En realidad, no hemos llegado a un grado de liberación que, por sí, lo pudiera explicar, y menos aún en la sociedad castellana de Madrid. Tenemos que considerar como posible explicación alternativa la necesidad de «encerrar» el deseo homosexual en un grupo de personas, fuertemente tipificadas, que son las que la sociedad ve en ese carnaval. Todos los demás quedan fuera y libres de contaminación, sin tener que preocuparse de que en algún momento su libido les juegue una mala pasada. De esta manera, el Europride está funcionando como un sistema de defensa de la sociedad tradicional ante el reciente avance de las leyes relativas a las bodas civiles y de reasignación de sexo. Y ahí se expresa su homofobia.

No negamos en absoluto que la sociedad haya avanzado mucho en la aceptación de la diversidad sexual, pero queremos advertir de que también manifiesta una resistencia hacia ese cambio. Podemos considerar el Europride, tal y como hemos dicho, un ejemplo de dicha resistencia, pero hay otros, como pueden ser la misma potenciación de algo tan tradicional (y rancio, y castrante) como es el matrimonio, o la forma que ha tomado finalmente la ley de reasignación de sexo. Porque, si legalmente ya nada diferencia a un hombre de una mujer, ¿qué sentido tiene mantener en el registro el dato relativo al sexo? ¿No hubiera sido mucho más progresista una ley que, en vez de permitir a una persona trans intercambiar los valores V/H de su DNI, eliminara simplemente ese dato? Con otra ley adicional que permitiera a cualquier ciudadano cambiar su nombre a placer, asunto arreglado. ¿O no?

Todo esto se nota claramente también en el lenguaje. Hasta hace unos pocos años, teníamos medianamente ganado en los medios, al menos en los de izquierdas, el uso de nuestra terminología. Se hablaba de liberación sexual, de múltiple y variable deseo sexual, etc. Sin embargo, en los últimos años, y más en este 2007, todos los medios, sin excepción, han hablado del Orgullo Gay, del movimiento LGBT, del Desfile del Orgullo...

No es nuestra intención decirle a nadie qué debe pensar ni cómo debe expresarse. Pero sí nos gustaría haceros comprender que, dependiendo de cómo lo digamos, estamos expresando una cosa u otra. Dos concepciones completamente diferentes del movimiento de liberación sexual y de su objetivo final. Y con esto queremos, para terminar, dirigirnos a los medios y a nosotros mismos: el lenguaje que utilicemos no es indiferente. Cuidemos, además de lo que decimos, también cómo lo decimos. Eskerrik asko.

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