Joseba VIVANCO

Terminó el reality show de las nuevas maravillas», titulaba ayer el diario mexicano "La Jornada'', y eso que el país centroamericano logró colar a la pirámide maya de Chichén Itzá entre las siete nuevas, que no oficiales, Maravillas del Mundo. Su tono crítico tenía una sencilla explicación: mientras los mexicanos se han gastado más de cien millones de pesos en votar vía internet o teléfono móvil por su monumento, el pueblo indígena, cuyos ancestros erigieron esta morada en honor al dios Kukulcán, vive inmerso en la pobreza. Seguramente, de ellos no se acuerde el productor y aventurero suizo Bernard Weber, ideólogo de este cóctel entre los Oscar, Miss Universo y Gran Hermano, que convirtió el colofón a esta campaña mediática en un gran negocio, al vender los derechos de la gala celebrada la noche del sábado en Lisboa a 170 cadenas de televisión de todo el mundo.

La Gran Muralla china, la ciudad de Petra en Jordania, el Cristo Redentor de Río de Janeiro, las ruinas de Machu Picchu en Perú, la ciudad maya de Chichén Itzá, el Coliseo de Roma y el Taj Majal indio, fueron por este orden las elegidas. De «puro márketing» calificó ayer esta iniciativa el presidente de la Asociación Mundial para la Protección del Patrimonio Tangible e Intangible en Tiempos de Conflicto, Talah Akasheh, quien invitó a Weber a destinar lo recaudado a la protección del patrimonio mundial. El suizo ha dicho que lo hará con la mitad del montante recaudado -los Budas dañados de Afganistán fueron el argumento que esgrimió para esta campaña- gracias, además, a los casi cien millones de votaciones sumadas hasta el viernes, todas ellas previo pago.

De lo que no cabe duda es de que Filón de Bizancio, al que se atribuye "La colección de monumentos más grandiosos del mundo'' hace 2.200 años, se quedaría boquiabierto con la proyección mediática mundial que ha tenido esta iniciativa que echó a andar en el año 2.000 y, quizá muchos no lo sepan, en cuya primera lista de cien obras arquitectónicas incluía al museo Guggenheim de Bilbo. Pero a la vez que un concurso, esta búsqueda de las nuevas maravillas se ha convertido también en una competición. Muchos de los países que llegaron con posibilidades a la final se tomaron la elección como una cuestión de honor nacional. Prueba de ello fueron las celebraciones previas esa misma noche en los lugares que concurrían o la presencia en Lisboa de delegaciones gubernamentales. Por no citar las campañas en las semanas previas en las que se invitaba a votar de forma masiva. Y, sobre todo, ayer las declaraciones casi patrióticas de gobernantes como el caso del brasileño Lula da Silva y su sorprendente Cristo Redentor, que se ha «colado» para sorpresa de la mayoría, sobre todo de quienes postulaban la presencia en el septeto de una joya como la Alhambra de Granada.

«Hay que respetarlo, pero no es muy justo», reconoció la directora del patronato gestor de este auténtico símbolo de la cultura árabe en Andalucía. «Se han colado dos: el Cristo del Corcovado y el Coliseo de Roma», añadió, defendiendo su «maravilla» por delante de las otras dos. «Los moais son para Chile una gran maravilla», se consolaba, por su parte, la ministra de Cultura chilena, Paulina Urrutia.

Lo cierto es que se sabía que estábamos ante una iniciativa de carácter privado que si bien tenía entre sus iniciales mentores al español Federico Mayor Zaragoza, ex presidente de la Unesco, esta organización dependiente de la ONU se ha desmarcado por activa y por pasiva en los los últimos días de la elección de las nuevas Siete Maravillas del Mundo. Incluso, el mismo sábado, sus responsables insistieron en que su visión de la restauración y protección del patrimonio mundial no tiene nada que ver con la de los organizadores de este concurso, propuesta que calificaron de «muy mediática». Y, a buen seguro, muy rentable para su promotor.