Amaia Beranoagirre Arteaga Psicóloga
Hombres hechos por y para la guerra
Los hombres no han podido reflexionar sobre su papel en el mundo, mientras que las mujeres llevan décadas haciéndolo. Ellas no necesitan sentirse «ganadoras» ni heroínas, pueden reconocerse como víctimas sin complejos, lo cual, posibilitó analizar las desventajas del rol femenino; queda pendiente rescatar las ventajas, que también las hay.
El feminismo supo ver que la sociedad colocaba a las mujeres como víctimas, enfermas o locas, a la vez que se les negaba la expresión abierta de la agresividad. El objetivo que se marcó era salir del rol de víctimas o enfermas, para pasar a ser dueñas de sí mismas. Actualmente, este análisis no sólo se ha olvidado, sino que los medios oficiales están reforzando el rol de víctimas de las mujeres y el ideal de invulnerabilidad de los hombres, llegando a paroxismos como que en las noticias sobre enfermedades las protagonistas siempre son las mujeres, aun en noticias sobre enfermedades masculinizadas como el sida y frente al hecho de que los hombres mueren antes que las mujeres de cualquier enfermedad, excepto el alzheimer.
Paralelamente a esta victimización de las mujeres, las reflexiones sobre la masculinidad parten del axioma «¿En qué tenemos que cambiar para que ellas estén menos sometidas?». Este planteamiento salva el orgullo masculino; piensan que todo se debe a ellos: la situación de la mujer, la de ellos... El imaginario social, coloca a los hombres como héroes, en todas sus variaciones mejores y peores.
¿En qué se basa esta identidad como héroes? Si miramos la historia, los hombres llevan combatiendo miles y miles de años. Freud analizó la guerra y sus efectos en las personas supuestamente civilizadas: «...la guerra... Nos obliga a ser héroes que no pueden creer en su propia muerte». Son los varones quienes se han visto obligados a formar parte de los ejércitos e ir a las guerras, y puede que la identidad como héroes inmortales la generaran para poder afrontarlo. De otro modo, ¿cómo van a poder ir por su propio pie a un campo de batalla, siendo conscientes de su vulnerabilidad? Sólo había dos opciones: o desertan o adoptan la identidad de héroe como mecanismo de defensa. La deserción se pena con penas muy graves, incluso en los países supuestamente democráticos. En pleno siglo XXI, la penalización por la deserción de los ejércitos no deja de ser un resto de las épocas de la esclavitud, y las víctimas son mayoritariamente varones.
Podemos concluir que la experiencia de tener que ir a la guerra durante miles de años ha tenido su impronta en la identidad masculina.
Ahora que muchos hombres empiezan a estar liberados de la obligación de tener que enrolarse en el ejército, quizá puedan quitarse la armadura de caballeros salvadores de mujeres y niños. Cuando reflexionan sobre ¿qué les hemos hecho a las mujeres? siguen identificándose con el rol de héroe salvador de mujeres y niños. Es mucho más duro enfrentarse a uno mismo, sin heroicidades, y preguntarse: ¿qué nos estamos haciendo a nosotros mismos? o ¿qué nos estamos dejando hacer? En los libros de historia, no consta la historia de las mujeres ni de los hombres de a pie; se ha contado la historia de las victorias, alejando la conciencia de la mortalidad humana. Un ejemplo ilustrativo sería la batalla de Lepanto; se cuenta como una gran victoria de Felipe II y Juan de Austria, se omite que murieron 35.000 hombres que tuvieron que sentir horror, dolor... frente a la experiencia de combate; experiencia que va mucho más allá de lo que el ser humano puede soportar. Son los hombres de a pie las principales víctimas de las guerras, por muerte, tortura, prisión. La industria armamentística necesita de sus vidas, el 90% de los homicidios por armas se da entre hombres.
Esta identidad de héroes que no pueden creer en su propia muerte influye en todos los ámbitos de sus vidas, asumiendo comportamientos de riesgo que a veces les cuestan la vida, en accidentes, en guerras... En las enfermedades tardan en pedir ayuda, incluso la evitan, de modo que cuando se les detecta las afecciones son muy graves, tienen menor esperanza de vida que las mujeres.
Esta identidad masculina basada en una mayor asunción de riesgos también ha tenido su lado positivo, que hay que rescatar para no caer en un victimismo poco realista; los hombres han asumido trabajos de riesgo, imprescindibles para el desarrollo económico: El mar que durante siglos se cobra la vida de los hombres que trabajan en ella; actualmente, la construcción es el empleo con mayor riesgo de perder la vida; el primer trimestre del 2007 se ha cobrado la vida de 85 trabajadores en el Estado español, todos hombres (si no me equivoco, pues cuando las víctimas son varones no se resalta el género); las minas, recientemente murieron 144 mineros en dos accidentes en Siberia, todos hombres. Los mineros sabían que sus vidas se acortarían, si no era por un accidente por la silicosis.
La identidad de héroes invulnerables y la identificación con el rol de proveedor de la familia quizá era lo que impelía y sigue impulsando a los hombres a seguir subiendo al andamio, embarcando o entrando en la mina, aun a sabiendas de que estaban dejando su salud y morirían relativamente jóvenes. Los trabajos «auto-realizadores» más o menos cómodos del sector terciario son muy recientes; durante siglos, la mayor parte de los empleos o tareas fuera de casa correspondían al sector primario y secundario, que implican riesgos para la salud y la integridad física, y con horarios interminables que aumentan los riesgos de accidentes. Los países en vías de desarrollo, como China, están actualmente en esta fase.
Hombres y mujeres pueden aprender unos de otros; ellos, a reconocerse cómo víctimas o enfermos cuando así sea, y ellas pueden aprender cómo, a pesar de que la mayoría de los hombres que se han dejado y se dejan la salud y la vida trabajando fuera lo han hecho para proveer a sus familias, nunca se han considerado esclavos de las mismas.
Los hombres necesitan pensarse como víctimas; su identidad como héroes les está costando un precio muy alto, en número de muertos, salud, discapacidades...
En cambio, las mujeres tienen pendiente reflexionar, no sólo sobre las desventajas de serlo, sino también sobre las ventajas: las mujeres tenemos una esperanza de vida mayor que los hombres, tanto por enfermedad como por muerte violenta; los hombres sufren discapacidades a edades más tempranas que las mujeres; el índice de suicidios a nivel mundial es cuatro veces mayor en los hombres que en las mujeres. Parece que la identidad femenina sujeta mejor a la vida que la masculina.