alpinismo Kangchenjunga
Gran trabajo en la más absoluta soledad
La expedición, en la que participaron Patxi Goñi y Julen Reketa, se quedó a menos de 300 metros de la cima de la tercera montaña más alta del planeta, del Kangchenjunga (8.586 m)
Andoni ARABAOLAZA | DONOSTIA
Esta vez no volvieron con la cima; todavía peor, regresaron sin uno de sus compañeros de expedición. Doble golpe, sin duda el segundo, para cinco montañeros que intentaban escalar el tercer ochomil en altura de la tierra. No hubo cima, no, pero sí una gran actividad. Ya ha pasado un mes desde que decidieran dejar el Kangchenjunga para otra ocasión, y sin duda creemos pertinente hacerles un hueco por la forma en que encararon el objetivo, en las condiciones que trabajaron... Si hablamos de alpinismo, de lo que verdaderamente significa dicho término, no podemos obviar esta expedición, y eso que no lograron el objetivo.
Cinco fueron los protagonistas de la actividad: los vascos Julen Reketa y Patxi Goñi, los catalanes Oscar Cadiach e Iñigo de Pineda, y el aragonés Fernando Rubio. Aunque parezca sorprendente, el quinteto se encontró en la más absoluta soledad, y es que, a diferencia de otros ochomiles del premonzón, el Kangchen estaba solo; no había nadie en su campo base. Tal y como afirma Goñi, de tal circunstancia se enteraron allí, cuando estaban haciendo los papeleos: «Sí me sorprendió que no hubiera ninguna expedición más. Dónde, y en el tercera montaña más alta, la que marca la diferencia. Creo que la gente tiene menos ambición, va a lo que se puede asegurar. El alpinismo no escapa a la realidad en que vivimos. La gente es más comodona, tiene menos interés por rutas más comprometidas, por montañas menos visitadas...»
Con ese panorama, se pusieron manos a la obra. Estaban en su salsa, como ellos querían. Sabían que iba a ser mucho más duro, ya que no contaban con la ayuda de nadie. El de Irunberri, al igual que sus cuatro compañeros, tiene la misma filosofía, y este tipo de situaciones le va: «Como a los montañeros de antes, son las expediciones que nos llenan, la aventura en todas sus dimensiones. El Kangchen me ha llenado totalmente, ya que hemos descubierto la montaña. La manera de afrontar la montaña ha sido la leche; ha sido la expedición de mi vida. Lo fue el Everest cuando lo hice, pero el Kangchen le ha superado tanto alpina como humanamente».
Nieve y más nieve
Apenas tenían montado el campo 1 cuando Rubio decidió dejar la expedición. La tarea de abrir huella y equipar la primera parte de la montaña fue tan dura que incluso tuvieron que echarles una mano el cocinero y su ayudante. Además, tuvieron la mala suerte de que todos los días de estancia en el ochomil les nevó. Y a ello hay que añadir que la visibilidad en muchos momentos era bastante mala. De nuevo, a abrirse camino entre el laberinto de grietas, el caótico glaciar y la dura gran cascada; de nuevo, a poner banderines para no perderse... «Con esta montaña no se juega, es mucha montaña. No hicimos más que currar y currar. A pesar de que el trabajo realizado nos desgastó, tuvimos una oportunidad para intentar cima. Pero, de nuevo, la mala suerte nos acompañó. Había mucha y mala nieve, eso nos quitó la cima. Tengo muy claro que si el último día la nieve se hubiera portado hubiéramos vuelto con cima. Fue muy duro, pero tuvimos una oportunidad», explica Goñi.
Al final, fue un compendio de muchos aspectos: la cantidad de nieve y su calidad, las dificultades técnicas (no extremas, pero sí importantes)... En total, equiparon la ruta normal del Kangchenjunga con 1.000 metros de cuerda fija. A partir del segundo campamento lo tenía claro: había que tirar a cumbre en estilo alpino. Suben al C3 a 7.200 metros y montan el C4 a 7.500 metros. Llega el día D, el 24 de mayo. De nuevo, las condiciones no son las apropiadas: nieve costra en la superficie y blanda por abajo. Siguen y logran la cota de 8.300 metros. Son las 18:00, tarde para seguir a cima. Cadiach y De Pineda vivaquean en ese punto; el de Laudio y el de Irunberri bajan al C4. Al día siguiente, el catalán De Pineda sufre un accidente mortal. La expedición decide retirase.
Las conclusiones, desde el punto de vista alpinístico, se resumen en una gran actividad en la tercera montaña más alta, en un ochomil con una ruta normal muy exigente, en solitario y con una filosofía alpina muy centrada. Se quedaron a 8.300 metros, lo que en otros términos significa el sexto ochomil más alto; incluso más que el Cho Oyu, de 8.201. El propio Goñi realiza una valoración muy positiva: «Llegamos a una altura muy bonita, pero sin cima se te queda ese punto de amargura. Fue una pena, porque lo teníamos a golpe de vista. Nos dimos la vuelta justo en su momento, y es que llegar a cima a las doce de la noche era muy peligroso; todavía había que bajar».