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La Europa de Frontex

El autor analiza para «La Jornada» uno de los aspectos más oscuros de la actual Unión Europea, la maraña de siglas y de organismos (la mayoría muy poco transparentes y públicos) que conforman un modelo de unión policial y judicial alejado de los valores que supuestamente conforman el «espíritu europeo». Una de las víctimas de ese modelo son los inmigrantes que buscan el «sueño europeo». Son detenidos por la Europa de Frontex.

Matteo DEAN Periodista

Medsea, Pev, Iconet, Eurosur, Europol, Sive, Frontex... son algunos de los términos que es necesario aprender a descifrar para entender el proceso constitutivo de la nueva Europa. Siglas y acrónimos tras los cuales se esconde la inseguridad evocada por los gobiernos con el fin de justificar políticas represivas y de control cada día más avanzadas.

Todas y cada una de estas siglas representan una misión y un operativo. Representan millones de euros gastados en implementar instrumentación muy sofisticada para controlar el tránsito ya no sólo a través de las fronteras europeas, sino más allá, en los llamados países de tránsito, los del norte y la costa occidental de Africa, y los de la orilla oriental del Mediterráneo. Representan decenas de «voluntarios», militares y policías, miembros de las respectivas corporaciones de cada país de la Unión Europea (UE) que se desplazan en el interior del territorio hacia fuera, hacia aguas internacionales para rechazar los barcos de la miseria. Representan, en fin, la mano europea que aplasta las vidas de decenas de seres humanos todos los días.

De acuerdo con el último informe de Fortress Europe, el blog del italiano Gabriele del Grande que se dedica a monitorear las muertes de migrantes en su viaje a Europa, sólo en abril murieron 28 inmigrantes -21 en la vía de las Canarias, tres en Grecia, dos en Argelia y dos en Málaga-, elevando la suma total de muertos a 8.212 desde 1988. Y el blog citado sólo suma las muertes anunciadas en los medios periodísticos. Lo cierto es que operativos como el mencionado han reducido la llegada de barcos. O más bien han desviado las rutas de entrada a la UE. Y todo gracias a la agencia europea Frontex, el mater omnia de todas las siglas.

Fundada en 2004

Frontex es una agencia de la UE fundada en 2004, encargada de controlar los flujos migratorios y rechazar las llegadas de inmigrantes clandestinos. Con sede en Polonia -nadie explica qué hace Frontex tan lejos de las fronteras marítimas europeas, lugar donde más opera-, se ha configurado a lo largo de tan sólo dos años y medio cual instrumento, ahora sí, multilateral del combate a la inmigración indocumentada hacia Europa.

El problema es que Frontex no está cumpliendo cabalmente con su función, pues si bien es cierto que han disminuido los desembarcos en las playas frecuentadas en años recientes -sólo en las islas Canarias hubo un 56% menos de llegadas en el mismo periodo del año pasado- los inmigrantes y sus passeurs están escogiendo ahora nuevos destinos.

Así, hoy, en el inicio del verano que con el calor lleva oleadas de desesperados a Europa, los europeos aterrorizados por los nuevos «bárbaros» del sur del mundo asisten a desembarcos en otras costas. Al mismo tiempo, operando Frontex con sus 116 barcos, 27 helicópteros, 21 aviones y 400 radares móviles también en las costas de los países de tránsito -según acuerdos económicos bilaterales entre la UE y los países de origen-, las rutas se han alargado, causando que hoy los inmigrantes no sólo tengan que subirse a barcos más pequeños y rápidos, con tal de escapar de la intercepción, sino que tienen que salir aún desde más lejos -Guinea y Senegal son señalados como salidas- y, al mismo tiempo, alargar sus rutas más adentro del océano Atlántico, con todos los riesgos que esto conlleva.

Los «Rabbit»

Si esto fuera poco, el 26 de abril pasado, el Consejo de la Unión Europea aprobó la creación de un cuerpo especial de agentes fronterizos europeos constituido en patrullas de rápida intervención. Se llaman Rabbit y son tripuladas por alrededor de 450 hombres, también voluntarios, capaces de desplazarse a la frontera y al país que los necesite.

La demostración de que la Unión Europea no se divide en torno a estos temas, como sí hizo con ocasión del tratado constitucional rechazado por franceses y holandeses (o en las últimas negociaciones para lanzar la Conferencia Intergubernamental) u otras medidas de política exterior -el ejemplo mayor es la intervención militar en Irak-, no sólo está el dato sorprendente de los números de la votación del Consejo que aprobó la creación de Rabbit, con 526 votos a favor y sólo 63 contrarios; sino que también están los euros gastados e invertidos en todas estas medidas. Para los patrulleros de Rabbit se prevé que los agentes seguirán siendo pagados por los estados de procedencia; sin embargo, traslado, comida y alojamiento serán cubiertos por Frontex, a la cual la UE ya ha entregado 10 millones de euros para cubrir el rubro.

36 millones de euros

En cuanto a las otras actividades de la agencia europea, la Unión destinó para este año 33.980.000 euros. Además, Frontex cuenta con los fondos del programa Fronteras Externas, que a su vez posee casi 2.000 millones de euros en el ejercicio económico 2007-2013.

Así están las cosas en esta Europa. Mientras los ciudadanos de derechos, nacidos y merecidos europeos, se preparan para un verano que se pronostica climáticamente muy cálido, buscan las dietas oportunas para presumir los trajes de baño recién comprados y ahorran para pagar su puesto en las playas del Mediterráneo, la Unión Europea se alista para que esas playas no vean extranjero indocumentado alguno y aterroriza a la población acerca de la temida invasión inmigrante, escondiendo, como siempre, el fin real de todo esto: controlar la fuerza de trabajo inmigrante y satisfacer la cada día más de moda mentalidad xenófoba.

Ni asilo ni refugio

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, en el marco de la joven Organización de Naciones Unidas se estableció la Convención sobre el Estatus de Refugiados (1951) y su Protocolo (1967) que definían el estatus de refugiado, por el cual la ONU ofrecía un marco jurídico para todos aquellos que de una forma u otra eran perseguidos en su propio país, obligando los países adherentes a ofrecer protección. Sin embargo, con la caída del Muro de Berlín ese instrumento comenzó a sufrir su primera e importante crisis en la joven Comunidad Europea. La guerra en la ex-Yugoslavia dio la primera muestra de cuan poco adecuada era la Convención frente a los nuevos equilibrios globales: casi 300.000 personas llegaron a Italia y a Europa sólo en 1992. ¿Cómo ofrecer refugio a tal cantidad de personas? Ese fue sólo el primer caso de un largo proceso de crisis de la institución del refugio en la Unión Europea.

Alejar el «problema»

A esta situación objetiva, en los últimos años se han añadido más claras y explicitas prácticas políticas con huella xenófoba. El crecer de las desigualdades económicas (y democráticas) a partir de los años 90 entre países europeos y sus periferias lleva a la obsesión de un control migratorio eficaz sobre el temor de crecientes flujos migratorios hacia Europa. Si a esto le añadimos el rotundo fracaso de las políticas de acogida e integración, nos encontramos frente a un escenario en el cual la UE en su conjunto y separadamente cada país de la Unión han buscado la manera de ir borrando el derecho de asilo y refugio consagrado en 1951.

El tratado de Ámsterdam de 1997 pone en primer plano el derecho de asilo, pero pronto el instrumento legal e ideológico va haciendo del derecho fundamental a la seguridad y protección una quimera que desaparece del orden práctico de la política migratoria europea. Primero difundiendo el infundado temor de una invasión, por la cual la situación en las fronteras se vuelve insostenible; luego contestando de forma siempre menos sutil el derecho al asilo; y finalmente desplazando el problema lejos de los ojos de la opinión pública, con la deslocalización espacial, internando inmigrantes y refugiados en los Centros de Permanencia Temporal o frenando su llegada en los países periféricos.

Sin posibilidades

Con los acuerdos que la UE está firmando y llevando a cabo con los países periféricos -norte de África y este europeo- sobre el tema migratorio, Europa está desplazando el control de los elevados flujos migratorios, delegando al mismo tiempo la recepción de las demandas de protección, siendo el refugiado obligado a pedir protección en el primer país adherente que encuentre en su camino de huida, según la misma Convección de 1951. Dicho en otras palabras, los inmigrantes que hoy escapan de conflictos y/o persecuciones, procedentes de países africanos, se encuentran hoy sin la posibilidad de llegar a Europa y pedir asilo, puesto que son detenidos antes en el norte África, a veces en países que, aunque «cooperan» con la UE en el control de los flujos migratorios, ni tan siquiera están adheridos a la Convección de Ginebra. De tal manera que no sólo el que escapa tiene mucho más escasas posibilidades de encontrar protección, sino que en algunos casos -Libia, por ejemplo, uno de los principales referentes europeos en África- no tiene siquiera la oportunidad de pedirla.

Paradojas europeas.

Barroso aboga por una gestión común de las fronteras

El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, opina que la Unión Europea sólo puede «hacer frente» a la inmigración desde una política común europea. «Tras la construcción de un espacio económico común es hora de que la UE gestione sus fronteras desde una posición común», afirma Barroso.

Al menos 367 inmigrantes somalíes y etíopes han muerto y otros 118 han desaparecido en los primeros seis meses del año en el Golfo de Adén en su intento por llegar a Yemen y, desde allí, seguir hacia Arabia Saudí, según informó ayer la ONU.

 
NUEVAS RUTAS

El número de pateras y de inmigrantes que a lo largo de 2007 han llegado hasta las costas andaluzas ha disminuido un 50% en relación al año pasado. Las rutas para llegar a Europa se están desviando hacia las Islas Canarias, Italia y Grecia.

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