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Los juguetes perdidos en alta mar en 1992 siguen navegando

Al agua patos, un grito que dura ya quince años

No es una leyenda urbana. Los simpáticos patitos de color amarillo que un mercante chino perdió en mitad del océano Pacífico siguen arribando a las costas de algunos lugares nada menos que quince años después de que su contenedor cayera por la borda. Entonces fueron juguetes, pero también se pierden zapatillas, coches, guantes o latas de cerveza.

Joseba VIVANCO

Recuerdan aquel anuncio de una marca de coches que narraba la increíble historia de miles de patitos de color amarillo perdidos en alta mar y que desde entonces arriban periódicamente a las costas de las más dispares partes del planeta? Pues parece que, a tenor de algunas recientes noticias, algunos de esos patos de goma prosiguen con su particular singladura encallando en algunos arenales nada menos que quince años después de que una tormenta echara por la borda el contenedor que los transportaba. ¿Que si es una broma? Quizá las informaciones que anunciaban días atrás la próxima llegada de algunos de estos ejemplares a las costas británicas o escandinavas pueda ser un reclamo para curiosos o turistas, pero lo que no tiene nada de falso es la historia de estos patitos que, por miles, siguen dejándose llevar, cual náufrago en su balsa, por las misteriosas corrientes marinas.

Esta historia comenzó mucho antes de que a principios del año pasado una marca automovilística la retomara para uno de sus spots. Una idea quizá larvada por sus publicistas en algunos datos que a modo de curiosidad publicaron años atrás un par de bitácoras o páginas personales en Internet. Una historia que arranca una noche en medio de un nada pacífico océano. Un buque mercante había zarpado el 10 de enero de 1992 de Hong Kong con destino a Washington. Cada año, se calcula que seis millones de contenedores de carga son transportados por los mares del mundo. No se sabe a ciencia cierta cuántos de ellos no llegan a su destino, pero se calcula que unos 3.000 de esos `pasajeros' se caen al agua por distintos motivos. Representan sólo el 0,005% del total, pero al margen de suponer un serio riesgo de colisión para muchas embarcaciones, algunas de esas cargas que transportan terminan diseminadas por el amplio mar.

Esto último es lo que le ocurrió a un contenedor que perdió durante la tormenta el mercante que zarpó de Hong Kong. ¿La carga? Nada menos que 29.000 juguetes de plástico, entre castores rojos, ranas verdes, tortugas azules y los populares patitos amarillos, que son los que se han llevado toda la fama. Empezaba para todos ellos una travesía sin parangón en el mundo de los naufragios.

En noviembre de 1992, seis de esos patos aparecieron varados en Alaska, a 3.200 kilómetros del lugar donde cayeron al océano. Y es aquí donde entra en escena un personaje, un oceanógrafo estadounidense, Curtis Ebbesmeyer (www.beachcombers.org), que decide seguir la pista de estos animalitos de goma. Su idea fue la de determinar, a partir de estos restos, la circulación de las corrientes marinas. Un colega suyo, Richar Sttrickland, había hallado en 1990 una botella lanzada diez años antes en las islas chinas de Quemoy y Matsu por unos militantes en favor de los derechos humanos en Taiwan. Así que Ebbesmeyer se puso manos a la obra y alertó a los encargados de las playas y fareros, además de colocar anuncios en los diarios, sobre la llegada de posibles patitos amarillos. Un año después había recopilado cientos de ellos. Un padre y su hijo llegaron a coleccionar 121 patitos en siete años en la ciudad de Sitka, en Alaska.

Junto a otro colega, James Ingraham, científico del Servicio de Pesca de la Marina Nacional, decidió entonces diseñar, a traves de un programa informático y con los lugares donde iban siendo hallados los juguetes, un mapa del movimiento de la superficie marina, calculando corrientes, velocidades y dirección de los vientos. Incluso, simularon los lugares futuros en los que iría arribando parte de aquella curiosa flota.

Estos especialistas creen que los juguetes, de alguna manera, lograron cruzar el helado estrecho de Bering en 1995 y siguieron en parte rumbo hacia el océano Atlántico, a donde llegaron cinco años después. Durante este tiempo, se cuenta que han aparecido en multitud de lugares: Australia, Japón, Islandia, Hawai, incluso en el lugar donde se hundió el famosos Titanic. En 2003, se dijo, estaba prevista la llegada de algunos ejemplares a las costas de la península Ibérica.

Salvando la puesta en escena del anuncio publicitario que rescató esta odisea, lo cierto es que los patos, tortugas o ranas no llegan en grupos numerosos, sino que lo hacen sueltos y, otro dato que quizá reste cierto idealismo a la historia, es que lo hacen descoloridos. Es decir, que lo más seguro es que eso patitos se hayan quedado blancos, quién sabe si después de tanto mareo.

Pero la travesía de esos animalitos de goma no es la única de la que tiene constancia Ebbesmeyer. El mismo seguimiento ha venido realizando de otros curiosos cargamentos que un día se fueron por la borda. En 1990, 80.000 zapatillas deportivas Nike cayeron en mitad del Pacífico norte y otras 33.000 siguieron el mismo destino en 2002 cerca de las costas de California -no es que esta marca pierda sus zapatillas, sino que es la única que comunica estos incidentes a este oceanógrafo-. Ebbesmeyer ha seguido el rastro de 34.000 guantes de hockey de hielo caídos en 1994, 20.000 sandalias de caucho en 1996 cerca de Hawai, 10.00o chandals en 1996 en el Pacífico sur, nada menos que 5 millones de piezas de Lego en 1997 en el Atlántico o medio millón de latas de cerveza en 1997 al Pacífico desde un carguero chino.

Estos distintos elementos perdidos en alta mar han posibilitado también a estos estudiosos investigar cómo se mueven. Así, han constatado que los famosos patos amarillos viajaban arrastados por las corrientes dos veces más rápidos que el propio agua, y que las zapatillas Nike lo hacían hasta un 20% más veloces. Estos descubrimientos sobre la circulación de las corrientes marinas le habrían permitido, se dice, localizar el origen de cuerpos humanos sin identificar hallados en las playas o averiguar dónde puede recalar el de un marino caído desde un buque.

A la postre, la historia de los simpáticos patitos de goma es la de los mensajes en una botella. En 1929, una expedición científica alemana lanzó una botella en el océano Índico con un mensaje que se podía leer sin romper el envase y que pedía, simplemente, que se leyera, anotara y lanzara nuevamente al mar. Fue hallada varias veces, incluso en Sudamérica; luego se movió hacia el Atlántico y regresó al Índico, recalando finalmente en la costa australiana en 1935. Recorrió 16.000 millas en casi siete años.

Pero la odisea de esos mismos patitos revela también lo peligroso que para muchas embarcaciones representan en alta mar elementos de gran tamaño como los contenedores perdidos, pero más aún unos enemigos mucho más traicioneros: los troncos. Cuando son transportados río abajo tras su tala, muchos árboles se deslizan hasta mar abierto por los deltas o son arrastrados durante las crecidas. Se calcula que pueden flotar durante diez años antes de hundirse y algunos estudios en el Pacífico estimaron una media de 40 troncos por cada retícula de 10x10 millas. Seguro que Unai Basurko sabe más de troncos que de patitos.

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