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crisis en líbano

«Si somos agredidos de nuevo, nos defenderemos y combatiremos»

Hassan NASRALLAH

LIDER DE HIZBULA

Jean François BOYER (La Jornada) | beirut

Israel lo declaró «objetivo militar». Cada día, desde la guerra iniciada por el Gobierno de Tel Aviv contra los combatientes islámicos en el verano de 2006, la aviación israelí sobrevuela el país -a pesar de las protestas de la Fuerza Internacional de Naciones Unidas (FINUL), instalada en la frontera sur de Líbano- para tratar de monitorear los movimientos de la milicia chiíta y de su jefe. Esas acciones violan la resolución del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas que puso fin al enfrentamiento.

Nasrallah corre el riesgo de morir alcanzado por un misil, como le ocurrió en Gaza, hace tres años, al jeque Ahmed Yassin, líder espiritual de Hamas.

Para reunirnos con Nasrallah cambiamos cinco veces de vehículo en distintos estacionamientos subterráneos. Viajamos encerrados casi una hora en compartimentos ciegos, acomodados en la parte trasera de sucesivas camionetas, para llegar a una «oficina enterrada», montada para la ocasión, decorada con la bandera libanesa y con el estandarte del partido.

El hombre que nos recibe se muestra más proclive a hablar de política que de combates. Los tiempos han cambiado desde la última guerra. Hizbula obligó al ejército israelí a retirarse del sur de Líbano, pero su victoria no fue completa. 15.000 soldados de la ONU, y otros tantos del ejército libanés, ocupan hoy la frontera con Israel limitando los movimientos de la guerrilla, que antes mantenía bases en esa zona. Algunos opinan que las perspectivas de otra guerra entre el «Partido de Dios» e Israel se aleja. Otros creen que Israel volverá a atacar.

«De conformidad con la resolución de la ONU y los acuerdos que firmamos con el gobierno -dice Nasrallah-, hemos entregado esas bases al ejército libanés. Hoy es éste el que asume la seguridad de la frontera... Pero no olvidemos que somos los habitantes de esa región. Si somos agredidos de nuevo, nos defenderemos y combatiremos...».

Acontecimientos recientes hacen temer una nueva guerra civil en Líbano: ejecuciones en serie de políticos pro-occidentales atribuidos a Siria; enfrentamientos callejeros entre la oposición liderada por Hizbula y la mayoría gubernamental, y com- bates en el norte del país entre el ejército y grupos palestinos afines a Al Qaeda.

Además, la salida del gobierno de Hizbula y del partido chiíta Amal, en noviembre del año pasado, ha hundido el país en una grave crisis política. Reclaman la constitución de un gobierno de unidad nacional, en el cual tendrían la minoría pero con capacidad de bloqueo, y con el apoyo del presidente, el cristiano Emile Lahoud, no permiten que se reúna el Parlamento.

Diálogo político

En el marco de «esa guerra civil silenciosa», el hecho que Hizbula no se haya desarmado parece que preocupa a muchos. Radwan El Sayyed, consejero del primer ministro Siniora, enfatiza al respecto: «Son un partido armado que el Estado no puede controlar. Siguen consiguiendo armas a través de Siria con la idea de resistir a Israel. Pero, ¿cómo puede ser posible con el ejército libanés y la ONU en la frontera sur?».

«Hizbula nunca utilizó sus armas en el marco de conflictos políticos internos -contesta Hassan Nasrallah-. Todas las elecciones en las cuales participamos demuestran que nos comprometimos por la vía política. Hacemos todo lo que está en nuestras manos para evitar una guerra civil, para llegar a una solución del conflicto por la vía del diálogo político».

Hizbula no ha podido deshacerse del calificativo de «terrorista» que algunos le han adjudicado desde su surgimiento, a principios de los años 80. Israel acababa de invadir Líbano en plena guerra civil entre cristianos y musulmanes para tratar de desmembrar la estructura militar de la Organización por la Liberación de Palestina asentada en los campos y los barrios de refugiados palestinos llegados al país después de la guerra del 48. El Ejército israelí arrasó con las fuerzas de Yasser Arafat, llegó hasta Beirut y ocupó el sur del país, poblado en su mayoría por musulmanes chiítas.

Influidos por la revolución iraní de 1979, jóvenes clérigos islamistas chiítas formados en las escuelas religiosas de Qom, de Irán, y Najaf, de Irak, decidieron entonces lanzarse a la resistencia armada en contra de Israel. En 1982 y 1983 realizaron ataques suicidas contra posiciones militares israelíes y cuarteles estadounidenses y franceses de la fuerza de intervención. Pero se hicieron famosos también, aunque no hayan reconocido hasta la fecha la paternidad de los hechos, por los secuestros de diplomáticos y periodistas.

Luego de los atentados del 11 de setiembre de 2001 en Nueva York y Washington, en plena histeria anti islámica, George Bush y varios gobiernos europeos incluyeron a Hizbula en sus listas de «organizaciones terroristas», afirmando, sin pruebas, que ese partido era responsable del atentado de 1994 contra la mutual judía de Buenos Aires (AMIA). Notable excepción, el Gobierno de Francia no se alineó a la posición estadunidense

A un año del reciente conflicto, una parte importante de la opinión pública no comparte esta visión del Partido de Dios.

Desde diciembre 2006, miles de militantes y manifestantes se juntan cada semana en la plaza central de la capital, cerca del parlamento resguardado por el ejército fiel al Gobierno de Fouad Siniora, el primer ministro prooccidental. En su mayoría son chiítas, seguidores de Hizbula, pero participan también musulmanes suníes de varios partidos nacionalistas o prosirios y cristianos de la Corriente Patriótica Libre, el partido maronita con más representación en el Parlamento.

Partido de la resistencia

Para todos ellos, Hezbollah es, antes que todo, el partido de la resistencia contra Israel, que mantuvo una guerrilla tenaz contra el invasor hasta el año 2000, obligándolo a retirar sus tropas del sur de Líbano ese año e infligió un revés seis años más tarde a su ejército, cuando atacó el sur del Líbano para acabar con la infraestructura militar del Partido de Dios.

A lo largo de esos años, una gran complicidad se forjó alrededor de la idea de resistencia entre Hizbula, los laicos de izquierda, los comunistas y los nacionalistas árabes, cristianos o musulmanes.

El sepelio de un prestigioso editorialista cristiano, director del diario opositor Al Akhbar, nos dio en marzo pasado oportunidad de presenciar esas convergencias.

Se reunieron, al pie del féretro, políticos que el país no acostumbra ver codo a codo: el director de Al Manar -la cadena televisiva propiedad de Hezbollah- y miembro del consejo político del Partido de Dios, el secretario general del partido comunista, el número dos de la Corriente Patriótica Libre del General maronita Michel Aoun y varios políticos de procedencias diversas.

Al terminar la ceremonia, Michel Samaha, ex miembro del buró político de las falanges cristianas, que lucharon contra los palestinos durante la guerra civil, explicó: «Para mí Hizbula es sinónimo de resistencia... No tenemos que considerarlo como un movimiento chiíta; hay que verlo, siendo libanés, como un movimiento de resistencia. Que ciertos regímenes de la región y Estados Unidos quieran diabolizar a Hizbula dentro del país y en el mundo será su política, pero ni es la verdad ni corresponde a nuestra convicción».

Reconocimiento de Israel

Uno de los argumentos de Washington para justificar la «diabolización» de la resistencia islámica es su posición histórica frente a Israel. Oficialmente, Hizbula sigue sin reconocer al Estado israelí y lo considera ilegítimo. Pero los cambios militares ocurridos en la frontera sur parecen moldear poco a poco una posición menos radical del liderazgo hezbollista.

En la oficina improvisada para la ocasión, preguntamos directamente al máximo líder de Hizbula sobre la posibilidad de que, si Hamas reconoce un día oficialmente a Israel, ellos también lo harán.

«No necesariamente. Eso no me obligaría a hacerlo. Pero no tengo que decidir en lugar de los palestinos, no les digo `ustedes tienen que expulsarlos, matarlos, tirarlos al mar´. Sencillamente digo que debemos devolver su bien a los palestinos... Pero, pase lo que pase respetaremos la elección y la voluntad del pueblo palestino, cualquier que sea esa elección y esa voluntad».

Acto seguido, y en términos muy cautos, Nasrallah admite que podría reconocer, de hecho, a Israel si la mayoría de palestinos así lo deciden.

Pluralismo y diversidad

Tampoco el argumento según el cual el Partido de Dios quiere imponer una república islámica inspirada en el modelo iraní cunde en la sociedad libanesa. Desde principios de los años 90, el Partido de Dios presenta candidatos a las elecciones nacionales. De hecho, terminó reconociendo al Estado libanés, cuya constitución organiza el reparto del poder entre las cuatro grandes confesiones libanesas: chiítas, cristianos maronitas, musulmanes suníes y druzos. Hizbula conforma hoy el tercer grupo en el Parlamento libanés.

Hassan Nasrallah nos confía por qué su partido abandonó su proyecto inicial: «Si la inmensa mayoría de los libaneses fuera musulmana hubiéramos, sin duda, obrado en favor de una república islámica... Pero dado el pluralismo y la diversidad comunitaria y religiosa de Líbano, y dado que hay aquí también musulmanes que no desean un Estado islámico, es perfectamente normal que preconicemos otra vía, la de una república popular emanada de elecciones, basada en la justicia y la igualdad, que son valores del islam».

El discurso cada vez más templado de Nasrallah no logra, sin embargo, convencer a la clase dominante musulmana suní y a los sectores cristianos y drusos, anti-sirios y aliados de Washington: «Nadie controla ese dizque partido político, religioso y pro irani», lamenta, por su parte, Radwan El Sayyed.

Relación con Irán

No hay duda de que la relación entre la organización Hizbula e Irán es íntima. Teherán ha proporcionado a la milicia chiíta la mayoría de los modernos mísiles guíados que acabaron, en 2006, con más de 100 tanques Merkava israelíes. Sus fuerzas de elite han sido adiestradas durante años por los Guardianes de la Revolución iraní en campos de los llanos de la Bekaa, en la frontera con Siria.

El financiamiento que recibe Hizbula de las fundaciones religiosas de Ali Kamenei -líder de la revolución iraní, reconocido también como líder espiritual por Hizbula- es un secreto a voces. Los hospitales construidos por Hizbula en los barrios desamparados del sur de la capital han recibido fuertes donaciones de sus hermanos chiítas iraníes.

Guiándonos entre las ruinas del sur de Beirut, Bilal Naïm, miembro del comité ejecutivo de la organización, reconoce que Teherán ha pagado alrededor de seiscientos millones de dólares para la reconstrucción de los barrios y aldeas destruidos por la aviación israelí. Y no le cuesta admitir que el dinero, proveniente de la solidaridad chiíta en el mundo (llamado en árabe khoms, es decir, la quinta parte de los ingresos que cada chiíta islamista debe pagar a las fundaciones de los mulás o ayatolas, quienes lideran las comunidades chiítas dispersas en el mundo -Irán, Irak, Bahrein, Líbano, Estados Unidos, Costa de Marfil, Brasil, Paraguay...-) financia también al brazo armado del partido: «Los poderes o los individuos que financian a Hizbula, iraníes o árabes, todos saben que poseemos armas, que somos un movimiento de resistencia y que podemos utilizar esos fondos para comprar armas».

Pero el margen de maniobra de Hizbula frente a su supuesto «tutor» es más importante de lo que declaran sus enemigos.

Al dudar de que Hizbula pueda manifestar puntos de vista diferentes a los del Gobierno iraní de Amadinejad, llega d einmediato una respuesta tajante de Hassan Nasrallah: «¡Por supuesto que sí! La república islámica de Irán es un Estado con sus propios intereses regionales. Puede entrar en conflicto con estados vecinos. ¿Estamos obligados a entrar en conflicto con esos mismos estados? ¡No, no estamos obligados!».

Reunión en París

Del 14 al 16 de julio los responsables de las facciones libanesas se reunirán en los suburbios de París, invitados por el presidente Nicolas Sarkozy para hablar de paz. Hizbula participará en esas conversaciones, a pesar de las reticencias de Washington; 25 años después de su nacimiento, el Partido de Dios obtiene su primer gran reconocimiento internacional.

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