GARA > Idatzia > Gaurkoa

Fermín Gongeta Sociólogo

Complot de médicos infiltrados

El diario «Le Monde», en un artículo publicado el viernes seis de julio, dedicado a los atentados de Londres y Glasgow, concluía: «De un manojo de relaciones personales o de coincidencias geográficas, la prensa sensacionalista inglesa ha concluido la certeza de la existencia de un complot de médicos infiltrados en territorio británico».

Con pruebas o sin ellas, con acusaciones basadas únicamente en relaciones de amistad o parentesco -recordándonos a Antígona- o con torpes textos extraídos de las páginas de internet, intentan amedrentar aún más a la población.

«Si no es por amor a Dios, que sea por temor al demonio» -Decía Ignacio de Loyola-.

Es el colmo del horror. La imagen inscrita en lo profundo de muchas opiniones occidentales permanecerá como la capacidad del fanatismo islámico de invertir todos los valores y de convertir a sus médicos en asesinos potenciales. ¿No nos han inculcado para eso que los médicos, con el juramento hipocrático, deben preservar la vida y no destruirla? -Escribe Jean M. Vernochet-.

El «Complot de las batas blancas» también funcionó al final de le égida de Stalin. El 13 de febrero de 1983, el diario «Pravda» -la verdad- publicaba: «Bajo el disfraz de médicos universitarios [se ocultan] espías, asesinos, viciosos»... «Un grupo de once médicos todos trabajando por el servicio de espionaje terrorista» -Los once se convirtieron en treinta y siete y más-. El mismo «Pravda», poco después, el cuatro de abril, tras la muerte oficial de Stalin comunicaba que el complot de médicos jamás había existido.

Siglos antes, la inquisición había enviado a la hoguera a célebres médicos, como Servet y Alcanyis, y es que como escribiría George Orwell, «En este momento de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario».

Enrique de Areilza, el gran cirujano y director de los hospitales de Triano confidenció con el navarro Jiménez de Ilundain, telegrafista de Gallarta: «el médico debe poner todo su saber para remediar, sanar, recuperar y recomponer a los mineros a quienes destruye y descuartiza la avaricia de los propietarios de minas, barcos y bancos». Con él estaban acreditados médicos como Felipe Llano, Cipriano Abad, Somonte o Fidalgo o Ledo.

También ellos fueron fieles al juramento hipocrático, pero renovado. El juramento de Hipócrates, en sentido estricto, no deja de ser una gran pieza literaria de estimable valor pedagógico, cuando no es interpretada por la voluntad de la ideología dominante. De la misma manera que el médico del siglo V a.C. se mantuvo firme frente a la eutanasia, se opuso también frontalmente al empleo del bisturí. Todo muy respetable. Lo que se oculta con frecuencia es que Hipócrates entendió que las instituciones tienen un papel trascendental en lo que se refiere a la salud y al carácter de los pueblos: «Vivir en democracia forma la audacia, a diferencia de la sumisión en un régimen despótico» -Escribió-.

El médico conoce a la persona enferma, y su objetivo es conseguir discernir, más allá de toda apariencia, el origen y la causa del mal que sufre, muy por encima de los tópicos y saberes del momento, ayudando a nacer, vivir y morir dignamente.

Es una absoluta sin razón escuchar al consejero de Sanidad Inclán que: «una de cuatro enfermedades tiene que ver con factores ambientales» [GARA 07-07-12] ¡El veinte por ciento y mucho más, consejero de sanidad! La miseria, la pobreza, la insalubridad, la falta de atención primaria, la privatización de los servicios asistenciales, la escasez de ética profesional, el individualismo a ultranza, los salarios de miseria, el desprecio de las instituciones, la toxicidad del aire, del agua y de la tierra generada por unos industriales sin escrúpulos y todo ello con su complacencia, consejero de Sanidad, con la bendición de los poderes públicos; todo ello genera enfermedad. Nosotros tenemos derecho a exigir que el consejero ponga remedio a ello y que aprenda también de Hipócrates que «Vivir en democracia forma la audacia».

Consejero de Sanidad, la privatización de los servicios médicos, la utilización del dinero público en manos privadas, con el consabido deterioro de la medicina pública, eso y no otra cosa, es en Euskal Herria su «complot de médicos infiltrados».

Todo esto ya lo vivió el médico Ernesto Guevara, y se entregó a la revolución.

También lo vivió el médico de Las Carreras, Isaac Puente y se distinguió por su comunismo libertario.

Lo vivió el ginecólogo malagueño Cayetano Bolívar y fue el primer diputado comunista de la II República.

Fueron asesinados, lógicamente, por el católico dictador, junto a otros y con un innumerable etcétera de profesionales de la medicina que tuvieron que exilarse por los cinco continentes.

¿No fue también el compromiso íntegro con su pueblo lo que hizo que asesinaran al médico Santiago Brouard, dirigente de Herri Batasuna?

Ser buen profesional en todos los ámbitos de la existencia exige comprometerse, hacer política, implicarse en los problemas de la sociedad en que vivimos.

Puede que sea consolador saber que hay guerras que se pierden, pero que nunca están del todo ni perdidas ni acabadas. Pero es preciso saber que el mal jamás se encuentra en el lugar donde nos dicen los gobernantes. Ellos son infalibles y por eso mienten.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo