GARA > Idatzia > Eguneko gaiak

Cuestión de énfasis

El sello Alfaguara acaba de editar «Cuestión de énfasis» en México. Se trata de una recopilación de ensayos de la ya fallecida Susan Sontag sobre cuestiones literarias y artísticas que marcaron la centuria pasada. Con autorización de esa casa editorial, el diario «La Jornada» ha ofrecido a sus lectores un adelanto de esa obra, que reproducimos en estas páginas.

p008_f01.jpg

Susan SONTAG Escritora e intelectual (1933-2004)

Algunos de los asuntos estéticos y morales más relevantes de finales del siglo XX fueron motivo de reflexión de la notable intelectual y novelista estadounidense Susan Sontag (1933-2004). «Cuestión de énfasis» figura entre los últimos trabajos de Sontag, que fue, además, una destacada activista a favor de los derechos civiles y humanos en Estados Unidos y el resto del mundo, y siempre crítica con el poder.

Pedro Páramo

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo». Con las oraciones iniciales de «Pedro Páramo» de Juan Rulfo, al igual que con el comienzo de «Michael Kohlhaas», la novela corta de Kleist, y de «La marcha de Radetzky», la novela de Joseph Roth, nos sabemos en manos de un narrador magistral. Estas frases cautivadoras, que por su concisión y franqueza atraen al lector hacia el libro, tienen una suerte de bruñido, de algo ya dicho, como el comienzo de un cuento de hadas.

Pero la diáfana apertura del libro es apenas la primera jugada. En efecto, Pedro Páramo es una narración mucho más compleja de lo que hace suponer su inicio. La premisa de la novela -una madre muerta que lanza a su hijo al mundo, la busca de un hijo en pos de su padre- se convierte en una estancia coral en los infiernos. La narración se ubica en dos mundos: la Comala del presente, hacia la que viaja Juan Preciado (el «yo» de las primeras oraciones), y la Comala del pasado, el pueblo de los recuerdos de su madre y de la juventud de Pedro Páramo. La narración alterna la primera y la tercera personas, el presente y el pasado. (Las grandes narraciones no sólo están contadas en pretérito, sino que versan sobre el pretérito). La Comala del pasado es un pueblo de gente viva. La Comala del presente está habitada por los muertos, y los encuentros de Juan Preciado cuando llega a Comala son con ánimas. Páramo es la llanura árida, la tierra yerma. No sólo el padre al que busca está muerto, sino todas las demás personas del pueblo. Como están muertos, no tienen nada que expresar sino su esencia.

«Hay muchos silencios en mi vida -dijo Rulfo alguna vez-. Y también en lo que escribo».

Rulfo ha recordado que albergó Pedro Páramo en su interior muchos años antes de que supiera cómo escribirla. Más bien redactaba cientos de páginas que después desechaba: alguna vez calificó su novela como un ejercicio de eliminación. «La práctica de escribir los cuentos me dio disciplina -señaló-, y me hizo darme cuenta de que era necesario desaparecer y dejar que mis personajes fueran libres de hablar como quisieran, lo que causó, al parecer, una falta de estructura. Sí hay estructura en Pedro Páramo, pero es una estructura hecha de silencios, de hilos sueltos, de escenas cortadas, en la que todo ocurre en un tiempo simultáneo que es un no tiempo».

«Pedro Páramo» es un libro legendario de un escritor que, en vida, también se convirtió en leyenda. Rulfo nació en 1917, en un pueblo del estado de Jalisco; llegó a la Ciudad de México cuando tenía quince años, estudió Derecho en la universidad y comenzó a escribir, aunque no a publicar, a finales de los años treinta. Sus primeros relatos aparecieron en revistas en los años cuarenta, y en 1953 vio la luz una colección de cuentos. Se tituló «El llano en llamas». Dos años después apareció «Pedro Páramo». Los dos libros establecieron la originalidad y autoridad de una voz sin precedente en la literatura mexicana. Callado (o taciturno), cortés, quisquilloso, docto y sin pretensión alguna, Rulfo fue una suerte de hombre invisible que se ganaba la vida con medios completamente ajenos a la literatura (durante años fue vendedor de neumáticos), que se casó y tuvo hijos y que pasó casi todas las noches de su vida leyendo («viajó en los libros») y escuchando música. También fue enormemente célebre y venerado por sus colegas. Es raro que un escritor publique sus primeros libros cuando ya media los cuarenta años, y más raro aún que esos primeros libros sean reconocidos de inmediato como obras maestras. Y es más raro todavía que tal escritor nunca publique otro. Una novela titulada «La cordillera» fue anunciada por el editor de Rulfo durante muchos años, desde principios de los sesenta, pero el autor la dio por destruida pocos años antes de su muerte en 1986.

Todos le preguntaban a Rulfo por qué no publicaba otro libro, como si la meta de la vida de un escritor fuera seguir escribiendo y publicando. En realidad, la meta de la vida de todo escritor es producir un gran libro -es decir, una obra perdurable-, y es lo que hizo Rulfo. No merece la pena leer un libro una vez si no merece la pena leerlo muchas veces. García Márquez ha señalado que después de descubrir «Pedro Páramo» (que con «La metamorfosis» de Kafka fue la lectura más influyente de sus primeros años como escritor) podía recitar extensos pasajes de memoria, y que a la postre llegó a recordarlo enteramente: tanto lo admiraba y quería saturarse de él.

La novela de Rulfo no es sólo una de las obras maestras de la literatura universal en el siglo XX, sino uno de los libros más influyentes del siglo; en efecto, sería difícil exagerar su influencia en la literatura en castellano durante los últimos cuarenta años. «Pedro Páramo» es un clásico en el sentido más cabal del término. En retrospectiva, parece un libro que tenía que haber sido escrito. Ha influido profundamente en la producción de la literatura y continúa resonando en otros libros. La nueva traducción de Margaret Sayers Peden -la cual cumple la promesa que le hice a Rulfo cuando nos conocimos en Buenos Aires poco antes de su muerte: que «Pedro Páramo» se publicaría en una versión en inglés precisa y sin cortes- es un importante acontecimiento literario.

(1994).

DQ

El se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y el mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio».

Don Quijote, al igual que Madame Bovary, versa sobre la tragedia de la lectura. Pero la novela de Flaubert es una obra realista: la imaginación de Emma se corrompe por el género de libros que lee, relatos vulgares de satisfacción romántica. Con Don Quijote, un héroe del exceso, el problema no es tanto que los libros sean malos; es la ingente cantidad de sus lecturas. La lectura no sólo ha deformado su imaginación; la ha secuestrado. Cree que el mundo es el interior de un libro. (Según Cervantes, todo lo que Don Quijote pensaba, veía o imaginaba seguía las pautas de su lectura). Lo libresco lo vuelve, en contraste con Emma Bovary, invulnerable a la componenda o la corrupción. Lo vuelve loco; lo vuelve profundo, heroico, verdaderamente noble.

No sólo el héroe de la novela sino también el narrador es alguien obsesionado con la lectura. El narrador de Don Quijote informa de que ha adquirido el gusto de leer hasta los papeles rotos arrojados a la calle. Aunque si bien el resultado del exceso de lecturas en Don Quijote es la locura, el resultado en el narrador es la autoría.

La primera y más grande épica sobre la adicción, Don Quijote, es tanto una denuncia del estado de la literatura y un arrebatado llamado a la literatura. Don Quijote es un libro inagotable, cuyo tema es todo (el mundo entero) y nada (el interior de la cabeza de alguien; es decir, la locura). Implacable, verboso, plagio de sí mismo, reflexivo, juguetón, irresponsable, proliferante, duplicador: el libro de Cervantes es la imagen misma de la gloriosa mise-en-abime que es la literatura y del frágil delirio que es la autoría, su expansión maniaca.

Un escritor es antes que nada un lector; un lector que se ha vuelto loco; un lector granuja; un lector impertinente que afirma que es capaz de hacerlo mejor. Con todo, justamente, cuando el mayor escritor vivo compuso su fábula definitiva sobre la vocación del escritor, inventó a un escritor de principios del siglo XX que se había propuesto como su obra más ambiciosa escribir (partes de) Don Quijote. Una vez más. Tal cual (era). Pues Don Quijote, más que ningún otro libro jamás escrito, es la literatura.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo