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TRECE años después del «apartheid»

Sudáfrica espera al futuro bajo la sombra del pasado

Trece años después del fin oficial del «apartheid» y de las elecciones que devolvieron la voz a la comunidad negra tras décadas de lucha, las diferencias sociales y económicas son aún patentes en Sudáfrica, donde kilométricas avenidas de chabolas y la más cruda pobreza conviven con lujosos hoteles y centros comerciales y financieros, custodiados por guardias armados.

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Iker BIZKARGUENAGA

Apenas tres cuartos de hora en coche separan el exclusivo centro financiero y comercial de Sandton City de la inmensa explanada que cobija a Soweto, donde más de dos millones de personas apenas sobreviven en un mar de chabolas de metal, especialmente en la zona de Kliptown. Es el dramático contraste de un país que tras el proceso que puso fin al apartheid con las elecciones de 1994, observa ahora cómo los fondos internacionales prometidos entonces no han sido tan abundantes cono esperaba, y que la distribución de la riqueza se sigue midiendo por el color de la piel. Ser negro o blanco sigue importando mucho en Sudáfrica.

Los blancos, siempre en coche

Lo primero que observa el visitante que llega al aeropuerto internacional Oliver Reginald Tambo -histórico dirigente del Congreso Nacional Africano (ANC) y militante anti-apartheid, fallecido en 1993-, en Johannesburgo, es la febril actividad que rodea sus instalaciones. Las grúas se alzan en todas las direcciones, y un panel informativo explica las sucesivas reformas que aguardan a esta infraestructura hasta su definitiva renovación, prevista para 2009.

La autopista acerca a los recien llegados a Johannesburgo, la tercera ciudad más grande de Africa, tras El Cairo y Lagos, ya que teniendo en cuenta su área metropolitana supera los seis millones de personas -aunque otras estimaciones sitúan su población en torno a los ocho millones-. Es también una de las pocas grandes ciudades del globo que no está en la costa ni está atravesada por un río importante o un canal que lo comunique con el mar. El color marrón impera.

Johannesburgo, también conocida como iGoli en isiZulu, una de las once lenguas oficiales del país, es la urbe más grande y poblada, pero no una de las capitales de Sudáfrica. Pretoria ostenta la capitalidad ad- ministrativa, mientras Ciudad del Cabo y Bloemfoentein constituyen los centros legislativo y judicial, respectivamente.

El tráfico es intenso, y los conductores, en su mayoría, son de raza blanca. De hecho, la metrópoli está diseñada para el tráfico rodado. Los blancos, los únicos que disponían de vehículos propios hasta hace poco, levantaron kilómetros y kilómetros de viaductos para ir de sus domicilios, grandes viviendas unifamiliares en el exterior de la ciudad, a sus puestos de trabajo, y regresar. No se ven aceras y apenas calles por las que pasear, pero sí cientos y cientos de personas de raza negra caminando por los arcenes o aguardando a que unas destartaladas furgonetas hagan las veces de taxi y les trasladen a casa.

Advierten de que la ciudad es «peligrosa». Y que no conviene salir de la jaula de cristal que forman los hoteles y establecimientos hosteleros emplazados en lugares como el antes citado Sandton. Fuera de allí, alertan, la ciudad se vuelve inhóspita. Sin embargo, es ahí donde vive la mayoría.

El visitante que sigue los consejos de los guías y acompañantes ve limitada su percepción de Johhanesburgo al dibujo que trazan unos pocos metros cuadrados, donde firmas de renombre internacional pugnan por hacerse un hueco en los escaparates y terrazas de la plaza Nelson Mandela. El enclave es custodiado por una enorme y grotesca estatua del ex presidente y líder de la lucha contra el apartheid. La escultura ha sido financiada por hombres de negocios blancos. Algunos se quejan de que la figura del ex prisionero político sea utilizada como reclamo por quienes hace años guardaron la llave de su celda.

En las terrazas y restaurantes, los clientes son casi todos blancos. Quienes les atienden, negros en su mayoría.

A varios kilómetros de Sandton, el interior de Soweto no tiene grandes avenidas, sino callejuelas de barro, y las chabolas no están defendidas por ex policías armados, sino por un ejército de niños. En Soweto también hay diferencias, y quienes han conseguido acceder a una cierta capacidad de gasto viven en pequeñas casas de la zona denominada Orlando. El resto habita en chozas en áreas como Kliptown. Aquí, como hace trece años, la pobreza extrema es el elemento común denominador. También la enfermedad y la muerte. Cada semana entierran a cientos de personas aquejadas por males como el sida o la tuberculosis. Los niños, en cualquier caso, no pierden nunca la sonrisa mientras agarran las manos del extraño o corretean a su alrededor.

Hector Pieterson y Vilakazi Street

Soweto es uno de los lugares emblemáticos de la lucha contra el régimen racista que durante décadas lideró el Partido Nacional. Escenario habitual de enfrentamientos, uno de los capítulos más trágico y recordado de su historia sucedió el 16 de junio de 1976. Aquel día, miles de chavales y chavalas salieron en manifestación desde el instituto Morris Isaacson en protesta por la imposición del afrikaan como única lengua oficial y contra la discriminación que sufrían en el ámbito educativo. Unos pocos kilómetros más adelante, la Policía del apartheid disparó contra los jóvenes estudiantes, que sólo blandías sus manos desnudas.

Hector Pieterson, un niño de apenas 13 años, cayó muerto. La fotografía de su cuerpo, llevado en brazos por su compañero Mbuyisa Makhubo, y acompañado por su hermana Antoinette, fue publicada en todo el mundo como un grito de denuncia contra la brutalidad de aquel gobierno fascista.

El fotógrafo, Sam Nzima, fue una de las personas más odiadas del régimen, y tuvo que marcharse de Sudáfrica.

Aquel levantamiento, protagonizado por jóvenes estudiantes, supuso un aldabonazo internacional y un punto de inflexión en la lucha contra el apartheid. La figura de Pieterson es recordada en el lugar donde fue abatido, que acoge también un museo con su nombre. El 16 de junio es en Sudáfrica el Día Nacional de la Juventud.

Soweto ha sido también el hogar de dos Premios Nobel de la Paz. Concretamente, la calle Vilakazi, donde vivieron el arzobispo anglicano Desmond Tutu, que obtuvo el galardón en 1984, y Nelson Mandela, a quien le fue concedido en 1993, junto al entonces presidente sudafricano Frederik W. De Clerk.

Rolihlahla (Nelson) Mandela

A Mandela le rebautizó como Nelson su profesor, que no era capaz de pronunciar el nombre que le dieron en su lengua: Rolihlahla. Rolihlahla Mandela. Sus fotos llenan la casa que habitó de joven, y que aparece hoy repleto de imágenes del ex presidente y de diversos capítulos de la lucha contra el apartheid. Mandela, que estuvo encarcelado durante 27 años -los mismos que lleva el prisionero de Zornotza José Mari Sagardui, Gatza- volvió a esta casa tras ser liberado el 11 de febrero de 1990, pero sólo aguantó once días. «Aquí no podía preservar su intimidad, no le dejaban en paz», explica la persona que nos guía. El premio Nobel vive ahora en un hotel de Johannesburgo, con su tercera esposa, pero «su casa» sigue recibiendo la visita de decenas de personas.

Frente al modesto inmueble se halla una igualmente modesta tienda en la que se puede encontrar de todo y cuyos responsables pretenden sacar algo de dinero del tirón turístico de su ex vecino. Más arriba, unos jóvenes bailan para los visitantes. Muchas cosas han cambiado en Sudáfrica en una década y el trabajo realizado ha sido grande. Pero los niños y mayores de Soweto, como otros muchos en todo el país, siguen aguardando a que al cambio político le siga ahora un verdadero cambio social y económico que les haga salir de la sombra del pasado.

El Congreso nacional africano, ante una cita decisiva

El Congreso Nacional Africano -African National Congress (ANC)-, en el Gobierno de Sudáfrica desde las elecciones de 1994, tiene en los próximos meses una cita decisiva. Miles de delegados, procedentes de las nueve provincias del país, deberán elegir a la nueva dirección del partido, incluido el presidente, y, por lo tanto, a las personas que por lógica deberán dirigir el destino de Sudáfrica en los próximos años.

Nacido en 1932 en Bloemfoentein con el objetivo de defender los derechos de la mayoría negra, tras su ilegalización en 1960, y hasta el inicio del proceso que puso fin al apartheid en 1990, el ANC fue uno de los principales actores de la lucha contra la discriminación racial. Con carácter de movimiento de liberación nacional, ha aglutinado en su seno a personas de diferentes ideologías, si bien siempre se ha definido por su carácter socialista. Ahora, tras trece años en el gobierno parece que le ha llegado el momento de definirse. Los principales candidatos a dirigir su rumbo son el actual presidente Thabo Mbeki y el vicepresidente, Jacob Zuma, aunque también suenan Cyril Ramaphosa y Tokyo Sexwale.

I.B.

Robben Island: triste historia como cárcel para disidentes y destierro de leprosos

«En Europa tenéis relojes, pero en Africa tenemos el tiempo». La sentencia sale de la boca de Yassin Mohhamed, ex secretario general del Pan African Congress (PAC) en el área de Ciudad del Cabo y que hoy ejerce de guía en Robben Island. Con una proverbial expresividad, este hombre, cuyos orígenes llegan hasta Sri Lanka, narra la historia de la «isla de los pinnípedos», que desde el siglo XVII ha sido prisión y lugar de destierro para disidentes, militantes políticos y también para enfermos, especialmente leprosos.

Conducidos por las palabras de Mohhamed parece que, en efecto, el tiempo se ha parado en este pequeño islote situado a unos doce kilómetros de Ciudad del Cabo y que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La furgoneta se va deteniendo sucesivamente en el centenario cementerio, en el poblado habitado por los carceleros y por el Gobernador de la isla, en los cañones levantados en la Segunda Guerra Mundial -aunque alguno fue acabado una vez acabada la contienda-, en la mina de cal donde trabajaban los prisioneros... y, finalmente, en los grandes barracones que durante décadas mantuvieron cautivas a las personas que lucharon contra el apartheid. Entre ellas, líderes como el propio Nelson Mandela, Walter Sisulu, Govan Mbeki y Robert Sobukwe. Este último, histórico líder del PAC, estuvo encarcelado largo tiempo en una jaula para perros. A Mohhamed, guía y ex combatiente, se le iluminan los ojos cuando habla con admiración de quien fuera su camarada.

La prisión, propiamente dicha, es una mezcla de celdas de castigo, de 1,8 x 1,8 metros, y estancias más amplias en las que se apilaban hasta cien presos y que en invierno eran auténticas neveras.

No se ven pinnípedos, pero sí muchísimos conejos, que corretean a los lados de la furgoneta, y también alguna gacela y varios pingüinos. En el puerto espera un bote con el que durante siglos soñaron miles y miles de personas.

I.B.

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