Gran Bretaña analiza nuevos posibles focos de fiebre aftosa
Tras un estreno que le ha catapultado en las encuestas, el primer ministro británico, Gordon Brown, se enfrenta a otro gran reto. El descubrimiento de un foco de fiebre aftosa en tres granjas al suroeste de Inglaterra ha hecho revivir la crisis del año 2001, que se saldó con el sacrificio de hasta 10 millones de animales y con pérdidas multimillonarias.
GARA | LONDRES
El flamante nuevo primer ministro británico, Gordon Brown, aseguró que su Gobierno «hace todo lo que está en su mano» tras el descubrimiento de un foco del virus de la fiebre aftosa en el suroeste de Inglaterra
«Hacemos todo lo posible para examinar los datos científicos y para descubrir qué es lo que ha podido pasar y erradicar el brote», declaró Brown tras presidir la segunda reunión del comité Cobra, célula de crisis del Gobierno, en 24 horas. Cobra reúne, en caso de un suceso que puede afectar a la seguridad nacional, a los responsables o representantes de los principales órganos del poder. Una tercera reunión del comité estaba prevista para última hora de ayer.
El foco del virus de la fiebre aftosa fue descubierto el pasado viernes por los servicios veterinarios británicos en una explotación cerca de la localidad de Normandy (Surrey), a medio centenar de kilómetros al suroeste de Londres.
El Gobierno decretó una plan de urgencia prohibiendo todo desplazamiento de ganado por la isla, además de crear una zona de exclusión temporal de un kilómetro de radio en torno a las tres granjas afectadas. Las medidas de vigilancia incluyen diez kilómetros de diámetro en torno al origen del nuevo foco. Asimismo, el Gobierno suspendió todas las licencias de exportación de carne, huestos y leche.
Mientras tanto, estaba previsto ayer el sacrificio de 60 reses halladas en las tres granjas.
La crisis de 2001
La anterior epidemia de fiebre aftosa en Gran Bretaña traumatizó al país en 2001. Entre febrero y setiembre fueron descubiertos 2030 casos y hasta 10 millones de animales fueron sacrificados. La crisis costó 8.000 millones de libras (12.000 millones de euros) y afectó incluso al turismo. El Gobierno de Tony Blair, antecesor de Brown, fue duramente criticado por la lentitud de su respuesta.
La crisis provocó, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, el retraso de las elecciones legislativas y locales.
Un 10% de las 7.000 granjas del país fueron cerradas y otras muchas necesitaron años para recuperarse. «Es angustioso», señalaba ayer Paul Ibbot, propietario de una granja situada cerca del lugar del nuevo foco.
La fiebre aftosa, uno de cuyos focos se acaba de descubrir en Surrey (suroeste de Inglaterra), es preferentemente una enfermedad del ganado bovino y porcino, aunque afecta, en menor medida, al ovino, al caprino y a los animales salvajes.
Altamente contagiosa para los animales, la fiebre aftosa es debida a un virus que, a priori, no es transmisible al ser humano, aunque se han detectado casos de contagio en el pasado.
El virus animal puede transmitirse por el polvo, por animales infectados introducidos en un grupo sano, por el transporte humano y por el consumo por parte de animales de productos animales infectados.
La fiebre aftosa ataca ocasionalmente al ser humano a través de la piel o de heridas o, más excepcionalmente, por vía digestiva, concretamente por la ingestión de leche cruda infectada.
Provocada por un virus de la familia de los picornavirus, tiene un período de incubación de tres a cinco días. Se traduce en el ser humano en una inflamación de las mucosas y de la cavidad nasal y viene acompañada de fiebres y lesiones cutáneas.
La enfermedad dura entre tres y cinco días y, en su formas más graves, afecta a la garganta y a los pulmones y lleva aparejadas dificultades respiratorias.
No existe tratamiento conocido contra esta enfermedad, más allá de la desinfección y el suministro de analgésicos.
Fue identificada en 1910 por el investigador Friedrich Loeffler quien ya en 1898 había descubierto el virus. Su trabajo en Greifswald (Alemania) originó una epidemia que encolerizó a sus vecinos. Incombustible, Loeffler siguió con sus estudios en la isla de Riems, en el Báltico, cuyo acceso fue prohibido.
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