Daniel C. Bilbao

(...) La palabra siempre fue una amenaza para el poder. Sólo que en los tiempos que corren -nunca mejor dicho-, la velocidad de circulación y la diversidad de soportes para la palabra, la convirtieron en un problema central. Los discursos liberadores, la palabra que revela las causas de la injusticia y de la explotación, no tienen que esperar (...) De ahí que las posibilidades tecnológicas que se vuelven contra el discurso del poder, sean aplastadas bajo una catarata de mensajes dirigidos a velar el sentido real de las palabras y bloquear los medios para acceder a ellas: la educación, la lectura, la conversación.

Si hay una palabra que está en los titulares y cabezas de las noticias de hoy es «terrorismo». Este es un buen ejemplo de las veladuras y manipulación que las clases dominantes realizan sobre el lenguaje. Cuando la palabra terrorismo se consolida en los diccionarios académicos, por 1869, la definición es «Dominación por el terror. Es voz de uso reciente».

(...) Esta definición se mantiene casi inamovible hasta el diccionario de 1956, cuando aparece un agregado: «Sucesión de actos de violencia para infundir terror».

(...) En 1985, el diccionario abandona la referencia a «medio de dominación» e incluye, además de la acepción «violencia para infundir terror», «forma violenta de lucha política mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido (...)».

Esto implica que el significado de la palabra terrorismo, que era un atributo adjudicable al poder y sus medios de dominación, ha sido cargado como crimen en la mochila de la resistencia popular. Así, lo que era una forma de ejercer el poder se convirtió en el delito de quienes resisten a ese mismo poder.

Romper los lazos de esta dominación nos exige, entre otras cosas, democratizar nuestras relaciones sociales, recuperar hábitos de comunicación social como la conversación (...)