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¿Reinventarse 20 años después?

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Ramón SOLA

En estos días en que ha sido candidato a la investidura por cuarta vez, a Miguel Sanz desde el PSN se le ha reclamado este ejercicio, y el líder de UPN lo ha intentado, pero ¿es posible reinventarse después de tanto tiempo? El mismo ha reconocido que en el fondo es un imposible. En la réplica a Patxi Zabaleta (Nafarroa Bai) lo explicó así: «Son tantos los años que llevamos juntos que difícilmente podemos engañarnos mutuamente. Nosotros no tenemos ninguna intención, por eso ya les decimos que no nos apartaremos de la Constitución y el Amejoramiento».

Si alguna virtud tiene Sanz es la de la sinceridad, rayana en la incorrección política. Así, regala numerosas «perlas» en todas las legislaturas, desde afirmar que «el euskara es una lengua en la que no se puede decir hipotenusa y cateto» hasta dudar de la capacidad de trabajo de los ciudadanos andaluces o poner en un brete a la Casa Real española al afirmar que Juan Carlos I le dijo en privado que apoya sus tesis sobre Nafarroa. Es la misma sinceridad que le llevó hace un año a ponerse por delante del PP y ser el primero que demandaba a Zapatero que paralizara cualquier iniciativa de proceso de paz. La misma que esgrimió anteayer para espetar a NaBai que «nosotros, al contrario que ustedes, no escondemos nunca nuestros símbolos». Y probablemente la misma también que en el año 1989, cuando lideraba el ala supuestamente reformista de UPN por detrás de Juan Cruz Alli, le llevaba a afirmar en ``Egin'' que algunos puntos de la alternativa KAS podían ser asumibles.

Vistos los antecedentes, parece muy poco posible que Sanz cumpla su compromiso de «modular el discurso» y «moderar las propuestas». Más aún cuando en los últimos años el presidente del Gobierno navarro da evidentes muestras de agotamiento que se traduce en crispación verbal, incluso ante los periodistas. Y no es nada extraño teniendo en cuenta que al final de la legislatura que ahora se abre Miguel Sanz Sesma llevará 20 años de modo ininterrumpido en el Ejecutivo (con el único paréntesis del Gobierno de Javier Otano), y los últimos quince en la máxima responsabilidad.

Así las cosas, algunos cruzan apuestas a que Sanz difícilmente concluirá la legislatura, y no tanto por que el PSN se lo vaya a impedir, sino por una necesidad humana de relevo. En un momento del confuso proceso de los últimos meses, el corellano ya ofreció al PSN quitarse de enmedio. Pero Sanz no ha tenido suerte en ese aspecto: sus sucesivos delfines se han ido «borrando» del camino de la sucesión por una y otra cosa, como si el cargo de número dos sufriera alguna maldición. Primero fue Juan Ramón Jiménez quien dijo adiós a la política, luego se marchó -tras muchas dudas y argumentando cuestiones familiares- Nuria Iturriagagoitia y ahora es Francisco Iribarren quien opta por la empre- sa privada. La mejor colocada ahora es Yolanda Barcina, alcaldesa de Iruñea a quien Sanz mima y ha convertido en vicepresidenta del partido. Y como figura pujante en el Ejecutivo, con vistas a un eventual relevo anticipado mientras Barcina está en la Alcaldía de Iruñea, aparece Javier Caballero.

La investidura era el primer test para constatar si Sanz efectivamente puede cambiar. Es cierto que ha ofrecido otra imagen a los medios, tanto en el discurso como en el tono, pero detrás había trampa. El candidato de UPN se ha limitado a dejar a un lado sus fobias habituales: ni una palabra sobre el euskara, ni una sobre la izquierda abertzale. Un silencio que resulta engañoso y quizás hasta más insultante que sus diatribas habituales, especialmente para los euskaldunes. El resultado ha sido un debate parlamentario ciertamente desenfocado, incompleto, cojo.

Miguel Sanz afronta probablemente su última legislatura, y como él dice difícilmente puede engañar ya a nadie. Una trayectoria tan larga le sitúa como el gobernante que preside toda una generación, pero sin embargo no parece que su figura política vaya a ocupar muchas páginas en los libros de historia. Como referencias ideológicas en la derecha navarra, Sanz se sitúa a distancia del fundador de UPN, Jesús Aizpún, o de Jaime Ignacio del Burgo, detrás incluso de Juan Cruz Alli en algunas etapas. Pero sí quedará para la posterioridad como el ejecutor de la filosofía de base de la derecha españolista, con iniciativas como la ofensiva contra el euskara o contra la ikurriña. Tras la Ley de Símbolos o el Decreto del Vascuence, ahora trae bajo el brazo el modelo British o la Sociedad de Estudios Navarros. Lo mismo de siempre envuelto en celofán con ínfulas modernas y científicas. Quizás incluso con talante.

 

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