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Frei BETTO

El hombre que filmó el alma

El lunes 30 de julio Ingmar Bergman, cineasta sueco, transvivenció, a los 89 años. Con su muerte se apaga una mirada, una luz, el relámpago que nos permite descifrar, entre gritos y susurros, la hora del amor y también la hora del lobo

Al mirar el mundo no lo hacemos de igual manera. Hay ojos límpidos que encubren diabólicos visionarios; otros, sombríos, conservan una aguda lucidez. Sólo se conoce bien a una persona cuando se desvela su óptica de las cosas.

Tras los ojos bien abiertos de Bergman se escondían el filósofo Soren Kierkegaard y el siquiatra Carl Jung, dos intelectuales angustiados por el silencio de Dios, como el profeta Elías. Kierkegaard rompió el monopolio de la razón al introducir en la agenda filosófica las inquietudes del corazón. Jung trascendió la piedra angular del racionalismo científico revelando la sintonía holística y religiosa del inconsciente.

He visto casi todas las películas de Bergman, cuyos ojos se fijaron más en la Tierra que en el cielo, más en el ser humano que en el divino, más en los misterios del alma que en las incongruencias de las relaciones sociales. Hizo de la subjetividad la materia prima de su arte, sin ceder nunca al sicologismo barato. Su lenguaje estético revolucionó, en el cine, las estéticas del lenguaje y de la imagen.

Tres de sus películas me marcaron de modo especial: «Fresas silvestres» (1957), «El silencio» (1963) y «El huevo de la serpiente» (1977). El primero describe el viaje del médico Isak Borg desde Estocolmo a Lund, durante el cual se mezclan, en la cabeza del personaje, las esferas real y onírica. La memoria es el punto de unión entre ambas. Como un Bras Cubas sueco, desprovisto de humor y de amor, el médico evoca su infancia y juventud, y se descubre condenado al desamor.

«El silencio» trata de la incomunicabilidad entre dos hermanas que viajan en compañía del hijo de una de ellas. Al son de Bach emerge el vacío existencial de sus vidas, el apego a la sensualidad, la mediocridad de quien se niega a reconocer la naturaleza sustantiva de la existencia para dejarse llevar por meros adornos periféricos. Con dificultad consiguen balbucear la palabra `alma'.

«El huevo de la serpiente» es la historia de un refugiado de guerra, desempleado, que encuentra refugio en el apartamento de un científico y al poco tiempo descifra el enigma del suicidio de su hermano. Retrata el Berlín de 1923, cuando ya se podía vislumbrar, dentro de la membrana transparente del huevo, el monstruo nazi preparado para romper la cáscara. Ante los indicios de que estaba naciendo una nueva era de atrocidades, el sacerdote admite que quizás Dios esté lejano, y sólo le queda pedir perdón por sentir indiferencia y miedo ante la realidad.

En cierto modo ayudamos a romper el huevo de la serpiente cuando nuestra indignación ante la realidad, paralizada por la indiferencia y el miedo, se esconde en ese silencio amargo que nos impide saborear lo que la vida tiene de mejor, como las fresas silvestres.

© Alai-amlatina

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