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Raimundo Fitero

Fatalismo

Ahora es Perú. Cíclicamente debemos desocuparnos de nuestros banales asuntos de complacidos habitantes del primer mundo y mirar a la realidad, a los movimientos de la naturaleza, a las consecuencias del subdesarrollo, a la imprudencia y la superstición. Los muertos se cuentan por cientos, por miles los heridos, el relato se cuenta con acento de la cordillera, pero lo hemos escuchado en otras ocasiones con tonos criollos o centroamericanos. Es la fatalidad histórica, el desorden mundial que no es capaz de preocuparse de la humanidad y que sus medios de comunicación dedican más tiempo y espacio a hablar de la caída de las bolsas influenciadas por el agujero inmobiliario que se ha producido en los USA, que a ofrecer fiable información de las tragedias, sea en Perú o sea en Irak.

El agujero, la burbuja, el desastre inmobiliario auténtico es ver las cientos o miles de casas humildes convertidas en escombros por un seísmo que de nuevo ha afectado a las clases más humildes, a las familias menos favorecidas, a las clases trabajadoras o sobrevivientes de políticas neoliberales que han dejado a toda América en cueros vivos. Contra el fatalismo la lucha política, y eso está sucediendo, con un Chávez embalado, proponiendo un «nuevo socialismo» que se basa en su permanencia en el poder de manera indefinida para lucir las camisas rojas que tú bordaste ayer.

Hemos visto como complemento a esa barbaridad informativa qué se está haciendo con el caso de la niña británica llamada Madelein y que ha convertido a sus padres en mediáticos recaudadores de euros, más desgracias. En todos los casos son muestras muy evidentes de cómo se queja la tierra, el globo terráqueo, cómo se manifiesta en lluvias torrenciales, en movimientos sísmicos, en calores inusitados, en un cambio climático que es provocado por nuestra actividad. Y para intentar hacer una mueca, una noticia del atraso: los responsables de la iglesia filipina han parado sus rogativas contra la sequía pidiendo lluvia porque han llegado los tifones y las tormentas salvajes. Una unión perversa de fatalismo y oportunismo contra la que se debe luchar sin concesiones ni dudas. Nos va el futuro.

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