Jesus Valencia educador social
El «Tartufo» de Molière en versión del PNV
Los farsantes, para curarse en salud, tienen por costumbre poner a caldo a los demás: «Tartufo, en su hipocresía, se cree con el derecho de criticarnos a todos»
El PNV criticó la Ley de Partidos casi desde el día de su aprobación. ¡Ejemplar alegato! Su brillante retórica, su aparente enfado... hubieran llegado a convencernos si los hechos hubieran acompañado. Pero la verborrea jeltzale nunca estuvo refrendada por compromisos que la hicieran creíble.
Las elecciones celebradas al amparo de la Ley de Bandidaje, ofrecían pocas esperanzas de ser legítimas y ninguna de ser democráticas. Cuando el PNV y sus alabarderos comenzaron a repetir las mismas monsergas de siempre, era fácil adivinar lo que deparaban los fulleros a los ninguneados batasunos. Pero ha sido en las canículas veraniegas cuando Josune Ariztondo, edil de Ondarroa por usurpación, nos ha regalado una síntesis de los «principios éticos» de su partido; invitación a la meditación sobre temas existenciales: la razón de la sinrazón, la crítica como autodefensa, el egoísmo como objetivo, la mezquindad como estilo y la hipocresía como envoltorio. Miserias todas ellas tan viejas como el ser humano; frecuentes a lo largo de la historia y que con tanto acierto ridiculizó Molière en la graciosa comedia que ubicó en un palacete de París.
No he ido por Ondarroa y Mendexa, pero me imagino que allí se reproducirán debates parecidos a los que suscitaba el fingido Tartufo. No faltará la avispada Dorina, doméstica sagaz que pronto adivinó la calaña del personaje: «Escandaliza ver a un desconocido hacerse dueño de la casa que no le pertenece; aparenta ser santo pero toda su conducta es hipocresía». Los farsantes, para curarse en salud, tienen por costumbre poner a caldo a los demás: «Tartufo, en su hipocresía, se cree con el derecho de criticarnos a todos». Tampoco faltarán analistas perspicaces que, como el sesudo Cleanto, rechacen la mezquina utilización que hace el PNV de valores muy apreciados: en nuestro caso, la voluntad popular: «Hablo de esos devotos de plazuela que se burlan impunemente de cuanto más sacrosanto tienen los mortales». Puede que los mozos de ambas localidades, reaccionen con el ímpetu de Damis, el hijo de la casa: «¿Acaso voy a tolerar que un hipócrita tan redomado como ése venga a ejercer en nuestra casa un poder tiránico?»
No faltarán otros que, como la suegra insulsa o el dueño bobalicón, den por bueno el proceder del farsante: «Es hombre de bien al que ha enviado el cielo para enderezar vuestros extraviados espíritus. Le queréis mal porque dice las verdades, pero bien metido está cuando se mete; debéis de escucharlo porque él os trae la salvación». Algo así dice doña Josune a lo largo de su artículo y en eso coincide con Tartufo: «No pensarán que soy alma interesada; todos los bienes de este mundo tienen poco atractivo para mí y su engañoso brillo no me deslumbra. Si me resuelvo a recibir las donaciones que han querido hacerme es porque temo que estos bienes caigan en malas manos, que pueden hacer de ellos un uso criminal».
Cuando el ofuscado dueño de casa abrió los ojos, no quiso saber nada del farsante. ¿No estará ocurriendo otro tanto respecto al PNV a juzgar por los últimos resultados electorales?