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Raimundo Fitero

El mono

Algo me sentó mal en la cena. De repente me he visto involucrado en un turbio asunto de estupefacientes para cabras. Sudoroso me he despertado sobresaltado con el tiempo justo para acertar en la porcelana con marca. Estaba la tele encendida, el sofá deconstruido y el chilindrón dando volteretas. Pero en la tele estaba Pipi. El de los nueve por noche. Un periodista deportivo reconvertido en animador erótico-sexual de los programas del corazón. Y lo que más me gusta de este personaje calzas cortas, es el tratamiento despectivo al que somete a sus interlocutores, esa banda del rumor y la dignidad del comisionista, que se dedican a vender y comprar almas y cuerpos.

Se ha estudiado la dependencia que provoca la televisión a quines mando en mano se convierten en adictos y pasan horas y días consumiendo imágenes y sonidos adocenados y cargados de productos contaminantes, pero lo cierto es que al otro lado, en los platós, bajo los focos y quizás por culpa de los polvos del maquillaje, la adicción parece ser una epidemia. Y eso se nota no solamente en el nerviosismo cuando están en directo o diferido, sino en el mono que padecen cuando no están. Cuando alguien ha estado viviendo de sentarse en un sofá para decir lo que se le ocurra a cambio de un sueldo no merecido, acaba creyéndose el personaje, llega a tener sueños de grandeza pensando que es su intervención la que da audiencia y que lo que le pagan es insuficiente para el bien que hace al programa y a la cadena.

El señor de los nueve por noche, explica que se trata de un número mágico y metafórico. Lo camufla así porque la Justicia tan lenta para lo sustancial es rauda en lo anecdótico y hay una resolución con considerandos en los que se le prohíbe al tal Pipi hablar de las relaciones sexuales con Terelu. O sea, que pagamos impuestos para que existan unos juzgados dedicados a defender el supuesto buen nombre de Terelu. Me pregunto ahora mismo, ¿es mancillar el honor de alguien decir que tuvo una buena noche de sexo? ¿No es al contrario? Lo que sí es una grosería. Algunos tienen suerte, se pegan una noche loca, al rato le pagan por escribirla, después le vuelven a pagar para no hablar de ello. El mono.

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