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Sueños rotos

Centroamericanos «sin papeles», a la espera del tren que nunca llega

Aislados, hambrientos y temerosos de ser víctimas de la delincuencia o de ser forzados por la Policía mexicana a regresar a su país, cientos de inmigrantes ilegales centroamericanos esperan aún el paso del tren en Tenosique, al lado de la frontera con Guatemala. La tragedia de los «sin papeles» hondureños, salvadoreños y guatemaltecos, desatada a principios de mes a raíz de la suspensión del servicio ferroviario que pasa por el Estado de Tabasco, se prolonga.

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Kristian CERINO | TENOSIQUE

«Que alguien les diga a los inmigrantes que el tren ya no pasa, que es inútil venir», ruega el sacerdote católico Juan Pablo Chávez, del municipio mexicano de Tenosique, donde permanecen varados unos 7.000 centroamericanos camino de EEUU.

En Tenosique, la última población de cierta magnitud hasta el límite con Guatemala en el Estado de Tabasco, los inmigrantes -que durante décadas se habían encaramado a los vagones de carga del tren que llegaba a la frontera con EEUU- parecen no cansarse de divisar con ojos soñadores el punto donde se pierden las vías férreas, pese a que a algunos ya no les alcanzan los dedos de la mano para contar los días que llevan allí.

Cada vez son menos los que permanecen acampados en la comunidad aledaña de El Faisán esperando el ansiado arribo del tren con el que iban a iniciar su largo y trabajoso periplo hacia Estados Unidos. Algunos fueron repatriados por el Instituto Nacional de Migración (INM) mexicano y otros han preferido refugiarse en la selva. Los más atrevidos, sin embargo, continúan firmes sobre las vías del tren, aunque lamentan su situación y la de sus compañeros de viaje que dejaron atrás el «sueño americano» en días pasados.

«Ya no pudieron aguantar, ni las mujeres ni los niños», dice a Efe José Martínez, un guatemalteco «sin papeles» para el que regresar a su país no sólo significa un fracaso sino también volver a una realidad no muy diferente de la actual. «No estamos bien, por eso salimos de nuestra casa y dejamos todo, porque no hay ni para comer», agrega apesadumbrado.

Martínez, de unos 40 años, pretende reanudar el camino pronto aunque no pase el tren que le iba a conducir hasta el estado mexicano de Veracruz, también en el Golfo de México pero más al norte, y después del cual sólo le restará cruzar el Estado de Tamaulipas para alcanzar la frontera estadounidense.

La opción que le queda es conseguir alguno de los escasos vehículos que pasan por allí o lanzarse a una caminata de decenas de kilómetros hasta llegar a otro punto de la vía del tren donde el servicio funcione.

En El Faisán, una comunidad rural que vive de la agricultura y del comercio minorista que generan especialmente los aventureros llegados del sur, ya no queda mucho, pues la Policía Federal retiró en días pasados las casas que los improvisados nómadas construyeron con cartón, madera y plásticos, cerca de las vías.

Otro de ellos, el salvadoreño Miguel López, es uno de los más resistentes pues ya hace un mes que salió de su país y no se amedrenta pese a las dificultades. No sólo le duele no poder continuar el viaje en tren, sino también sus pies, llenos de ampollas y llagas, y especialmente las fotografías que guarda de las hijas que dejó con su madre. «Otros lo han logrado», asegura esperanzado al referirse a vecinos que están trabajando en EEUU, mientras permanece escondido de los agentes federales que coordinan el programa de repatriación voluntaria.

A sus 35 años, López confía en que tarde o temprano la Policía se marchará y en que el tren reanudará sus actividades.

Miles de historias

Las de Martínez y López son solamente un botón de muestra de las miles de historias trágicas que se cuentan en el lugar, desde el testimonio del que perdió a su hermano en 2006 al ser arrollado por el tren -también conocido como «el tren de los mutilados»- hasta el que vio cómo violaban a sus hermanas.

«La gente de los pueblos no se mete con nosotros, el peligro está de noche, cuando salen ésos que asaltan», relata Luis Sánchez, otro inmigrante.

Tabasco, con una población que supera los 2 millones de habitantes y con 260 kilómetros de frontera con Guatemala, recibe anualmente a casi 23.000 centroamericanos.

La empresa estadounidense Genesee & Wyoming, que hasta ahora operaba la ruta del tren Chiapas-Mayab, anunció en junio pasado la suspensión de actividades y la expulsión de unos 1.200 trabajadores. La compañía se declaró en bancarrota a raíz de que una de las rutas que operaba, que transcurría por el Estado mexicano de Chiapas, también limítrofe con Guatemala, fue arrasada por el huracán Stan en 2005.

El Gobierno de México anunció que en breve licitarán de nuevo el servicio ferroviario, pero hasta entonces el sueño de los inmigrantes se resquebraja día tras día en el remoto Tenosique.

Miles de gitanos del Este europeo eligen el Estado español para huir de la pobreza

Edificios abandonados o campamentos improvisados en las afueras de varios municipios cobijan, casi siempre en condiciones precarias, a muchos de los miles de gitanos del Este de Europa que han llegado al Estado español para huir de la pobreza, migración que aumentó desde que Rumanía y Bulgaria dieron sus primeros pasos hacia la Unión Europea.

Se les puede ver en las calles de Madrid, Barcelona, Valencia, Murcia, Sevilla o Donostia y, aunque muchos han conseguido asentarse, todavía son demasiados los que viven en naves industriales vacías, casas deshabitadas o en campamentos levantados mientras recorren el país como temporeros. También son obreros, se dedican a recoger chatarra y algunos a la mendicidad, por eso son más visibles que los inmigrantes de otras procedencias.

«No hay trabajo, es todo muy difícil. Si tuviéramos trabajo y casa no estaríamos en la calle», confesó a Efe un gitano búlgaro que, tras un periplo de tres años por tierras catalanas y manchegas, vive ahora en un instituto abandonado del barrio donostiarra de Martutene.

Allí conviven más de cien gitanos, la mayoría de la ciudad rumana de Blaj, que recogen plásticos y metales de la basura y los venden a peso en las chatarrerías de los alrededores, con lo que algunos pueden llegar a ganar cerca de mil euros al mes.

Se trata de mujeres y hombres que, en ocasiones, llevan a sus hijos consigo porque la de los gitanos del Este es una inmigración en familia que a veces reúne hasta tres generaciones en el mismo peregrinaje, así que, con frecuencia, se pueden encontrar niños que desempeñan las mismas labores que los adultos, un asunto delicado que ha provocado la intervención de los servicios sociales de algunos municipios.

«¿No sabes qué hace aquí la Policía?», preguntó un hombre. Se refería a la patrulla de la Ertzaintza que al otro lado de las vías del tren, en el camino al instituto que ocupan, identificaba a los romaníes que pasaban con sus carros vacíos. «Es un simple chequeo», explicó un agente, «porque no todas las piezas que venden proceden de la basura, algunas las cogen en fábricas abandonadas, pero otras son robadas».

Y es que se han registrado varias denuncias por robo de metales en empresas de la provincia.

«Se trata, en general, de una inmigración que se mueve en los intersticios de la sociedad, viven con lo mínimo», comentó la antropóloga Adriana Villalón, quien explicó que «la falta de capacidades profesionales de la mayoría de los gitanos del Este los hace más vulnerables que a otros colectivos de inmigrantes y les dificulta, aún más si cabe, el acceso a una vivienda». Además, algunos sectores de la comunidad no están acostumbrados al trabajo regularizado continuo, y eso «choca con el proyecto de vida de una sociedad como la nuestra», aunque aseguró que «a los que están aquí no les falta voluntad para trabajar».

En Rumanía «el 45% de la población vive en el umbral de la pobreza», aseveró la presidenta de la Asociación Rumano-Moldavo-Hispana Trajano, Ligia Mihaila, quien señaló que esta situación «la sufre especialmente la minoría étnica gitana».

Esta opinión es compartida por Miguel Monseill, uno de los responsables de Lungo Drom, un proyecto para la integración sociolaboral de esta etnia del Este de Europa que habita en el arco Mediterráneo. «Los gitanos fueron los primeros despedidos de las fábricas tras la caída del régimen comunista con el reajuste económico. Lo tienen difícil para acceder al mundo laboral porque su nivel de formación, en general, es más bajo», explicó.

A esto, según Monseill, hay que sumar «la marginación histórica en sus países de origen, el sentimiento 'antigitano' surgido a principios de los 90 y la segregación espacial y escolar que perdura en países como Rumanía».

Por eso, cuando una normativa europea permitió en 2002 la circulación de búlgaros y rumanos sin visado por la UE durante 90 días, el Estado español se convirtió por su clima en uno de los destinos preferidos de los gitanos.

Las inundaciones que han asolado Europa del Este en los últimos años y que han dejado sin hogar a cientos de personas han provocado el impulso que les hacía falta a algunos para hacer las maletas.     Nuria FERNÁNDEZ

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