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Teoría y práctica de la «confrontación democrática»

Se puede estar de acuerdo o no con las ideas de Josu Jon Imaz sobre la materia, pero da en el clavo al preguntar qué supone la confrontación en la práctica, cómo se hace. Hubo un momento histórico razonable para desarrollarla cuando Madrid dio un portazo al nuevo Estatuto, pero Lakua lo guardó en un cajón y convocó elecciones.

Iñaki IRIONDO

Eusko Alkartasuna ha recuperado en los últimos dos meses el concepto de confrontación democrática con el Estado español como base de la estrategia que en el futuro más inmediato debiera poner en marcha el nacionalismo vasco e intenta llevar por ese camino al Gobierno de Lakua. En su nota de la pasada semana, el consejero de Justicia, Joseba Azkarraga, si no llamaba a impulsar dicha confrontación, sí que pedía a las formaciones abertzales que no la eludieran.

El concepto mismo de «confrontación democrática» es rechazado como estrategia del nacionalismo por el presidente del EBB, Josu Jon Imaz. Lo considera contraproducente y de ello ha dejado constancia desde el inicio de su mandato en diversas declaraciones. En su último escrito, presentado como una contestación a Azkarraga, Imaz espetaba al consejero que «más allá de discursos teóricos está la práctica» y le preguntaba que «si no hay mayoría transversal, por tanto, sin acuerdos que a su vez tengan su correspondencia en el Estado... ¿Cómo avanza el Sr. Azkarraga en nuestro autogobierno a través de eso que él llama la confrontación con el Estado? ¿Quiere explicar a sus electores qué supone eso en la práctica? ¿Cómo se va a ejecutar, qué estrategias se van a seguir, qué acciones de desobediencia incluyen estas estrategias y qué posibilidades efectivas de adhesión social y de alcanzar mayores cotas de autogobierno tiene su ruta? Con dos explicaciones adicionales: si todo ello es compatible con la responsabilidad institucional y si ha pensado quién y cómo va a gestionar la frustración que en este país se instale después del fracaso de esa confrontación».

Se puede estar de acuerdo o no con Josu Jon Imaz en si la confrontación es incompatible con la responsabilidad institucional y en si esta estrategia está condenada al fracaso, pero el presidente del EBB da en el clavo cuando pregunta ¿qué supone eso de la confrontación democrática en la práctica? En su respuesta, Azkarraga elude concreciones. Se limita a asegurar que dicha confrontación es «una opción legítima ante la negativa del Estado a buscar de manera conjunta una solución al conflicto político que vivimos», que es doctrina de su partido y que «en ningún momento he hablado de desobediencia».

En coyunturas anteriores, la bandera de «la confrontación democrática y civil con el Estado» había sido defendida por partidos como EA o sindicatos como ELA frente a la estrategia -según ellos militarista- de la izquierda abertzale. De esa confrontación se han hecho teorizaciones en diversos documentos, pero no se han conocido sus aplicaciones prácticas. Mucho han hablado de que al margen de la lucha armada se podrían desarrollar tales o cuáles estrategias unitarias, pero pocas iniciativas han tomado al respecto. Ha habido en el pasado reciente un momento histórico razonable para esa confrontación: el que siguió al rechazo del Congreso de los Diputado a tomar siquiera en consideración el proyecto de Estatuto aprobado por la mayoría del Parlamento de Gasteiz. Y lo que hizo el Gobierno de Lakua fue guardar el texto en un cajón y convocar unas elecciones. ¿Habrá en setiembre alguna nueva idea?

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