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CRÓNICA De Euskal Herria a Chernobil

Los pequeños ucranianos dejan un hueco en sus familias vascas

os pequeños comenzaron a desaparecer, uno a uno, por la puerta 10 a las 18.45. el avión con destino a kiev debía salir dos horas después. quedaron atrás dos meses de estancia familiar en euskal herria y, en la gran mayoría de los casos se abre un intervalo de diez meses, hasta el reencuentro con estos críos que vuelven con los suyos, en chernobil. L

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Kepa PETRALANDA

Buen aspecto y mejor color. Ese era el tono general de los pequeños que esperaban ayer en el área de salidas del Aeropuerto de Loiu el momento de embarcar. Algunos no se resistieron a seguir corriendo y jugando, tanto con los amigos ucranianos que no habían visto desde que llegaran a Euskal Herria, como con quienes han sido sus hermanos durante la estancia en tierra vasca. Otros prefirieron seguir junto a quienes les han acogido hasta el momento de la despedida, nerviosos, a medio camino entre las ganas de volver a ver a sus madres, padres y hermanos, y la tristeza por dar el último beso a quienes han compartido con ellos su vivencia tan lejos del hogar.

394 niños del entorno de Chernobil, en Ucrania, han pasado el verano con familias de Hego Euskal Herria, por iniciativa de la Asociación Chernobil. La mayoría ha repetido experiencia y son 150 los que han estado aquí por primera vez. Todos ellos provienen de entornos rurales con pocos recursos económicos, contaminados por el desastre nuclear ocurrido hace 21 años y su estancia aquí les ha permitido recuperar defensas para combatir enfermedades a las que están expuestos en su país. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha constatado mejorías en los niños que pasan fuera del ambiente de radioactividad un mínimo de 40 días.

De hecho, la propia Asociación Chernobil, algunos de cuyos miembros viajaron ayer junto a los pequeños, subraya que su objetivo es «proporcionarles el mejor estado de salud posible para que puedan desarrollar su futuro en su país, junto a sus familias».

Coraje de los chavales

La vuelta se hizo en dos tandas. Prácticamente la mitad de los niños viajaron a primera hora de la noche del lunes, mientras que ayer lo hizo el resto. Si ya de por sí llama la atención el coraje de estos críos para aventurarse dos meses lejos de su entorno, tampoco pasa desapercibida la paliza de la espera en el aeropuerto, a la que sigue cuatro horas de avión y, en algunos casos, otras tantas en autobús por carreteras ucranianas.

Atrás han quedado las fiestas, los amigos vascos, la playa y la piscina, el sol y la lluvia, la bicicleta, la música, las chuches o nuevas experiencias como el tomate crudo, en ensalada, que algunos como Vladys no había probado nunca, aunque, haciendo caso de lo que le había dicho su madre, comió sin rechistar.

Gorras de Euskaltel y del Athletic; ropa nueva, en muchos casos deportiva y en buena medida con la marca de una conocida marca; cortes de pelo recientes... El aspecto general que presentaban los críos ayer ofrecía datos acerca del entorno en el que han vivido. También las maletas que facturaron presentaban mayor volumen que las que trajeron.

Tras las últimas fotografías, las familias acogedoras fueron recogiendo los pasaportes y billetes en el mostrador preparado a tal efecto, antes de incorporarse al mostrador para facturar los equipajes. Allí, junto al mostrador número 10, todos se percataron de que había llegado la hora del adiós; el tiempo justo para darse los últimos besos, desearles buen viaje y, en la mayoría de los casos, llorar, porque aunque ya falta menos para volverles a ver el próximo año, estos críos se dejan querer.

La pena de verles marchar

Con la ayuda de personal de la Asociación Chernobil colocada junto al mostrador para ayudar a los niños a avanzar hacia las puertas de embarque, en poco más de una hora todos los críos habían pasado al interior.

De vuelta hacia el coche, Miren, guipuzcoana y acogedora, no dudo en comentar en el ascensor que tampoco hay que engañarse, «hay momentos duros, como con los nuestros, pero qué pena da verles irse y ser consciente de que falta un año para volver a verles». Es interesante conocer cómo lo hacen habitualmente y Gina, de Algorta, lo resume muy bien cuando explica que «ha sido uno más, para lo bueno y también para echar una mano en casa. De hecho, mis hijos le han tratado como al tercero y, cuando se hacía el loco para recoger la mesa, bien que se lo recordaban».

Desde que la Asociación Chernobil pusiera en marcha esta iniciativa, la cifra de niños acogidos en Hego Euskal Herria supera ya los 2.000. La cosa va a más, no hay duda, y no hay más que sondear un poco en el ambiente para percatarse de que una amplia mayoría de familias vascas acogerán niños ucranianos también el próximo año.

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