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Iñaki Uriarte Arquitecto

Puente de La Salve: provocación Guggenheim

Bilbo, una ciudad rica en tipología de puentes, no puede tolerar esta ridiculización de la percepción estructural del puente que, aunque no sea bello, es muy notable tecnológicamente y con una fuerte identidad

Guggenheim Bilbao Museoa, para conmemorar en 2007 el décimo aniversario de su implantación, pretende manipular, amanerando, un bien ajeno: el Puente de La Salve. Radicalmente sobrio de estética severa por su razón de ser estructural, la forma al servicio de la función. Malgasta 1,6 millones de euros de las excesivas subvenciones de dinero público adueñándose formalmente del mismo. En 2006 esta entidad comercializadora del arte invitó a cinco artistas de su secta a proyectar cualquier injerto vistoso sobre el puente, respondiendo sólo tres. Una vez más han despreciado la capacidad de los artistas vascos, muestra de servilismo del director financiero del citado hangar artístico, Sr. Vidarte.

En el Estado es uno de los primeros puentes atirantados desde un pórtico con dos mástiles de 60 metros de altura que sostiene mediante cables un tablero de 26,50 metros de anchura y 270 de longitud. Proyectado por el ingeniero de CCP Juan Batanero, ya fallecido, se inauguró el 8 de enero de 1972. Por primera vez en Bilbo se simultanearon el tránsito rodado y el marítimo por su gálibo 23 metros sobre pleamar.

Cuando el arquitecto Frank Gehry concibe el museo, realiza un brillante ejercicio compositivo en el que no puede eludir el puente. En la primera maqueta conocida presenta al otro lado del edificio principal una botella en una voluntad de incorporarlo. Posteriormente, este recurso integrador tomará forma con la torre, una inteligente construcción estructuralmente en diálogo con el puente, vacía de contenido pero plena de intención, como un potente hito. En ningún momento sugiere intervenir sobre el mismo. Su simplicidad se integra de modo neutral en el conjunto.

El proyecto favorecido, L'Arc Rouge, del artista francés Daniel Buren, es un adorno bufón, carnavalesco, fallero. Una arrogancia propia de quien se encuentra con interlocutores sin escrúpulos, personalidad artística y cultura urbana. Consiste en la colocación de dos semicírculos dobles de 12 metros de radio, de un cierto grosor sobresaliendo de la anchura del travesaño del pórtico del puente, hechos en tablero laminado rojo, que se inician en el mismo. El superior abierto hacia el cielo; el inferior hacia la calzada. Este cuando incide en las aceras las estrecha notablemente, originando un punto de inseguridad al crear un escondite. Sería un frente vulnerable para todo tipo de expresiones de rechazo, pintadas, golpes, etc.

La idea de añadirle cosas al puente, una proposición inoportuna si no indecente, señala una enorme falta de respeto a la autoría intelectual del puente, que por defunción del autor tiene otros valedores. Ha sido ofensiva esta decisión en contra de la opinión de Gehry, propietario intelectual del Museo, en cuyo conjunto se integra. Si, con razón, no quiere una iluminación para su arquitectura, menos este mostacho colorado. Resulta asombroso que Krens, su vasallo Vidarte y compañía le hayan traicionado tan pronto. No han entendido nada. Asimismo era apreciable la opinión de los colegios de arquitectos, ingenieros e ingenieros de CCP, si es que estos dos últimos se interesan por estas cosas, visto su legendario silencio en recientes asuntos pontificios.

Se evidencian una profunda incultura, una ignorancia urbana y una arrogancia insoportable. Una carencia estética tan preocupante que convierte la intervención en un agresión. No ha entendido el sentido del puente. Es una distorsión absoluta. Quienes han elegido y autorizado esta memez decorativa muestran frivolidad. El Museo desprecia la opinión del vecindario y se preocupó de que sus visitantes, si pagaban la costosa entrada, se entretuvieran dentro con algo más inteligible, pudiendo votar sobre las maquetas. Un forastero, el 70% de los asistentes a este recinto turístico, que estará un rato sin ver, analizar y menos comprender el puente ni interesarle la ciudad, tiene voto. Esto es un insulto social que atropella la participación ciudadana revestida de populismo.

Supone un impacto que induciría reflejos molestos a los vecinos, alterando las condiciones aerodinámicas y provocando efectos insospechados. Puede ser incluso peligroso por deslumbramientos, para iluminar el arco, a los conductores que transiten por el puente. ¿Es legal al no haberse sometido al preceptivo trámite de estudio de evaluación del impacto ambiental y de audiencia pública?

Bilbo, una ciudad rica en tipología de puentes, no puede tolerar esta ridiculización de la percepción estructural del puente que, aunque no sea bello, es muy notable tecnológicamente y con una fuerte identidad. No se concibe ninguna ciudad europea que admitiese semejante prepotencia de un aventurero manipulando un elemento urbano tan significativo. ¡Qué tristeza la pasividad de una ciudadanía adormecida, sin inquietudes, capaz de digerir cualquier cosa! Apelo a las personas, asociaciones vecinales y entidades con elemental autoestima que se organizan para impedir este escandaloso despilfarro, necedad brutal y banal horterada.

Para eliminar este despropósito, si la legalidad y el rechazo social no pueden, confiemos en que la naturaleza, con su repertorio de recursos, lluvia, humedad, viento, sol, salinidad, y la contaminación de los coches consigan, sin necesidad de ninguna comprensiva y bienhechora mano reparadora, restablecer el elegante y diáfano diálogo celestial original de la estructura del puente con el horizonte.

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