Tarantino se sitúa en el centro mismo del mayor y principal debate del arte actual, sin que nunca se sepa a ciencia cierta lo que hay en cualquier obra de creatividad o de imitación, por no hablar directamente de plagio o repetición. Una disyuntiva que, en términos cinematográficos, se plantea entre el homenaje genérico o el vulgar saqueo. El polémico cineasta afirma haber realizado un homenaje a las películas de programa doble, y más en concreto al slasher o cintas de sicópatas asesinos, junto a las de persecuciones de coches. Una mezcla explosiva pero que difícilmente podrá resultar genuina, pues la gracia de este tipo de subproductos está en que surjan dentro de las producciones baratas de serie B o Z, y no del capricho de alguien respaldado económicamente por los todopoderosos hermanos Weinstein.

Tarantino se puede permitir el lujo de comprar los derechos de temas musicales procedentes de otras bandas sonoras, haciendo con ellos lo que le venga en gana. Para las secuencias automovilísticas de «Death Proof» se ha agenciado los costosos modelos de colección vistos en sus películas preferidas. Aquí todo es de pega, hasta las rayas del celuloide, las quemaduras, los supuestos parones en la proyección, los fotogramas que faltan o las bobinas cambiadas de orden y de calidad fotográfica. El cine se ha convertido en el juguete de un gamberro niño grande que iba para autor paradigmático del cine independiente norteamericano.

La multireferencialidad a la que se acoge «Death Proof» hace imposible completar una lista aproximada de la cantidad de escenas o simples imágenes tomadas de otras realizaciones previas, así que es mejor enumerar la procedencia de las más evidentes: «1997: Rescate en Nueva York» (John Carpenter), «Christine» (John Carpenter), «Faster Pussycat, Kill Kill!» (Russ Meyer), «El diablo sobre ruedas» (Steven Spielberg), «El autoestopista» (Ida Lupino), «Bullit» (Peter Yates), «La huida» (Sam Peckinpah), «Mad Max, salvajes de la autopista» (George Miller), «Carrera de la muerte del año 2000» (Paul Bartel) y «Punto límite: cero» (Richard C. Sarafian).

Si a todo esto le añadimos los falsos trailers que se han perdido en la distribución, con sus correspondiente aluvión de tributos varios, tal vez sea más indicado hablar de «programa múltiple».