Alexander Uriarte Licenciado en Historia y profesor
La irracionalidad tiene nombre, se llama f�tbol
Pretendo reivindicar mi derecho a crítica de ciudadano asqueado del circo mediático y social que rodea al denominado «deporte rey»
Había pensado intentar ser sutil, pero la verdad es que tengo toda la intención de desquitarme con este artículo.
Con el «lógico» respeto que suscita una defunción (aunque dejando de lado la hipocresía que caracteriza al ser humano, hay que reconocer que en ciertas ocasiones y tratándose de ciertos individuos, ese luctuoso suceso produce una cierta satisfacción pero, de cualquier manera, éste no es el caso), pretendo reivindicar mi derecho a crítica de ciudadano asqueado, por no ser más grosero, del circo mediático y social, en definitiva, que rodea al denominado «deporte rey». Valga decir de partida que soy totalmente antimonárquico.
Parece ser que el hecho no tenía precedente, ser testigo en directo de la convalecencia que causaría la posterior muerte de un joven futbolista en su supuesto puesto de trabajo supuestamente trabajando. Desgraciadamente, ejemplos de fallecimientos en los puestos de trabajo los tenemos a diario, pero lógicamente me refería a la «posterior expresión de duelo de los aficionados a este deporte que dejan a un lado sus diferencias para unirse en ese trágico momento», todo esto según los medios de comunicación, por supuesto.
Permítanme que reivindique mi derecho a renegar de ese deporte fanáticamente seguido por una mayoría, nuevamente según los medios de comunicación, de «borregos», y que me perdonen la comparación estos nobles animalitos, que alienados por unos medios de comunicación sedientos de morbo, más si cabe en agosto, sensibilizan a esta manada de cuadrúpedos convirtiéndolos en los «payasos», protagonistas de un circo que otorga grandes beneficios económicos y sociales a los apoderados empresarios-políticos dueños de esos circos mediáticos.
Sin lugar a dudas, podríamos hablar largo y tendido de esos despiadados carroñeros acostumbrados a manipular la realidad sin ningún tipo de escrúpulos con el fin de que la carpa de su circo se sustente sobre fuerte pilares, pero mi intención es más arremeter contra ese aficionado al que anteriormente he hecho referencia sin ningún ánimo de acritud, por supuesto.
El caso es que uno llega cuando menos a cuestionar la supuesta racionalidad del ser humano al ver comportamientos de este tipo: el obrero que cae en la desidia y destina parte de su decrépito salario a poder aplaudir las vicisitudes de una pandilla de niñatos ricos mal acostumbrados, a los que ha contribuido a crear, que a diferencia de él no se han manchado las manos en la vida; el descerebrado que, aparte de empobrecerse para enriquecer a otros, se sirve de ese escenario para pretender eludir las frustraciones que le crean esos a los que enriquece, emprendiéndola a palos contra quien muestra la misma actitud irracional sumisa hacia el adversario, para ellos enemigo...
No, el enemigo es aquel trajeado que se descojona desde su apoltronado sillón viendo cómo el «borrego» sumiso enriquece sus cuentas bancarias con su vulnerabilidad hacia la sensibilización mediática que le lleva a olvidar quién es verdaderamente su enemigo y le hunde en el más absoluto de los inmovilismos social y laboral. En esta tarea tiene mucho que ver ese denominado «deporte rey»